Meditación matutina: Consideraciones sobre el Estado religioso - I
Considera que la salvación está asegurada para las almas que entran en el estado Religioso.
Dios nos ha puesto en el mundo y nos mantiene aquí en la vida, no para adquirir los bienes perecederos de la tierra, sino los bienes eternos del Cielo. El fin es la vida eterna. - (Rom. vi., 22). Pero la desgracia es que en el mundo los hombres piensan muy poco, o nada, en la vida eterna, y sólo sueñan con adquirir honores y placeres, y ésta es la razón por la que perecen tantas almas.
Meditación I:
Para comprender la importancia de nuestra salvación eterna basta con tener Fe y considerar que sólo tenemos un alma, y si ésta se pierde, todo está perdido fuera un hombre incluso dueño del mundo entero. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? - (Mt. xvi., 26). Esta gran máxima del Evangelio ha inducido a muchos jóvenes a encerrarse en claustros, a otros a vivir en desiertos y a otros a dar la vida por Jesucristo. Porque, decían, ¿de qué nos sirve poseer el mundo entero, y todos los bienes de este mundo, en esta vida presente, que pronto ha de acabar, para luego condenarnos y ser miserables en la vida venidera, que nunca acabará? Todos esos hombres ricos, todos esos príncipes y emperadores que ahora están en el infierno, ¿qué tienen ahora de todo lo que disfrutaron en esta vida, sino mayor tormento y mayor desesperación? ¡Seres miserables! Ahora se lamentan y dicen: Todas esas cosas han pasado como una sombra. - (Sab. v., 9). Para ellos todo ha pasado como una sombra, como un sueño, y esa lamentación que es su suerte ha durado ya muchos años, y durará por toda la eternidad. La moda de este mundo pasa. - (1 Cor. vii., 51). Este mundo es una escena que dura poco tiempo; feliz aquel que desempeña en esta escena el papel que después le hará feliz en la vida que no tendrá fin. Cuando esté contento, honrado y sea príncipe en el Paraíso, mientras Dios sea Dios, poco le importará haber estado en este mundo, pobre, despreciado y en tribulación. Sólo con este fin nos ha puesto Dios en esta tierra, y nos mantiene aquí en vida, no para adquirir bienes transitorios, sino eternos: El fin es la vida eterna.
¡Oh Dios mío! ¡Cómo he merecido esta gran misericordia, que, habiendo dejado a tantos otros vivir en medio del mundo, hayas querido llamarme a mí, que Te he ofendido más que los demás, y merecido, más que ellos, ser privado de Tu divina luz, para gozar del honor de vivir como amigo en Tu propia casa! Oh Señor, concédeme comprender esta gracia excesiva que me has concedido, para que pueda agradecértela siempre, como me propongo y espero hacerlo siempre durante mi vida y por toda la eternidad, y no permitas que sea ingrato por ello. Puesto que has sido tan generoso conmigo, y en tu amor me has preferido a los demás, es justo que yo te sirva y te ame más que los demás.
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