Meditación de la mañana: La ofrenda que María hizo de sí misma a Dios fue pronta y sin demora
Levántate, date prisa, amor mío, paloma mía, hermosa mía, ¡y ven! - (Cant. ii., 10). María comprendió bien la voz de Dios que la llamaba a consagrarse a su amor. Así iluminada, se ofreció inmediatamente a su Señor. He aquí, oh María, que hoy me presento a ti, y en unión contigo renuncio a todas las criaturas y me entrego por entero al amor de mi Creador.
Meditación I:
Escucha, hija, y mira, e inclina tu oído; y olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre.. - (Sal. xliv., 11). La Virgen santa obedeció a esta llamada divina con prontitud y con generosidad. Desde el primer momento en que la niña celestial fue santificada en el seno de su madre, que fue en el instante de su Inmaculada Concepción, recibió el perfecto uso de razón y comenzó a hacer méritos. E inmediatamente, como un Ángel reveló a Santa Brígida, nuestra Reina determinó sacrificar su voluntad a Dios, y darle todo su amor durante toda su vida.
María, al enterarse de que sus santos padres, San Joaquín y Santa Ana, la habían consagrado por Voto a Dios, les pidió con insistencia que la llevaran al Templo y cumplieran su promesa. A la edad de tres años, como nos dice San Epifanio - una edad en la que los niños son los más deseosos y los más necesitados del cuidado de sus padres - María deseaba consagrarse a Dios.
He aquí, pues, a Joaquín y Ana, sacrificando generosamente a Dios el tesoro más precioso que poseían en el mundo y el más querido de sus corazones. Partieron de Nazaret llevando a su amada hijita a cuestas, pues de otro modo no habría podido emprender un viaje tan largo como el de Nazaret a Jerusalén, una distancia de ochenta millas. Les acompañaban pocos parientes, pero coros de ángeles escoltaban y servían a la Virgencita Inmaculada, que estaba a punto de consagrarse a la Majestad Divina. Qué bellos son tus pasos. . . Oh hija del príncipe. - (Cant. vii., 1). "¡Oh, qué hermoso -debieron cantar los ángeles-, qué agradable a Dios es cada uno de tus pasos dados en el camino para presentarte y ofrecerte a Él, oh noble hija, amadísima de nuestro común Señor!".
Oh amada Madre de Dios, amabilísima niña, María, que te presentaste en el Templo, y con prontitud y sin reservas te consagraste a la gloria y al amor de Dios; ¡ojalá pudiera ofrecerte hoy los primeros años de mi vida, para dedicarme sin reservas a tu servicio, mi santa y dulcísima Señora! Pero ya es tarde para ello, pues he perdido muchos años al servicio del mundo. ¡Ay de aquel tiempo en que no te amé! Pero es mejor empezar ahora que no hacerlo. Oh María, hoy me presento ante ti, y en unión contigo renuncio a todas las criaturas y me entrego por entero al amor de mi Creador. Ayuda mi debilidad con tu poderosa intercesión.
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