Meditación matutina: Consideraciones sobre el Estado religioso - XII
Considera la gran felicidad de que gozan los Religiosos al morar en la misma casa con Jesús Sacramentado.
Si los mundanos consideran un favor tan grande ser invitados por los reyes a morar en sus palacios, ¿cuánto más favorecidos deberíamos estimarnos nosotros mismos que somos admitidos a morar continuamente con el Rey del Cielo en Su propia casa? ¡Oh Señor, te doy gracias! ¿Cómo he merecido esta feliz suerte?
Meditación I:
La Venerable Madre María de Jesús, Fundadora de un convento en Toulouse, dijo que estimaba mucho su suerte de Religiosa, y principalmente por dos razones. La primera, que las Religiosas, por el Voto de Obediencia, pertenecen enteramente a Dios; y la segunda, que tienen el privilegio de morar siempre con Jesucristo en el Santísimo Sacramento.
En las casas de los religiosos, Jesucristo mora por ellos en la iglesia, de modo que pueden encontrarlo a todas horas. Las personas del mundo apenas pueden ir a visitarle durante el día, y en muchos lugares, sólo por la mañana. Pero los religiosos lo encuentran en el Sagrario todas las veces que quieren, por la mañana, por la tarde y por la noche. Allí pueden entretenerse continuamente con Nuestro Señor, y allí Jesucristo se complace en conversar familiarmente con sus amados siervos, a quienes, con este fin, ha llamado de Egipto, para que sea su Compañero durante esta vida, oculto bajo el velo del Santísimo Sacramento, y en la otra, descubierto en el Paraíso. "¡Oh soledad", puede decirse de toda casa religiosa, "en la que Dios familiarmente habla y conversa con sus amigos!".
Contémplame en tu presencia, Jesús mío. - escondido en el Sacramento, Tú eres el mismo Jesús que por mí te sacrificaste en la Cruz. Tú eres Aquel que me amas tanto, y que por eso te has encerrado en esta prisión de amor. Entre tantos que te han ofendido menos que yo, y que te han amado mejor que yo, me has elegido, en tu bondad, para hacerte compañía en esta casa, donde, habiéndome sacado de en medio del mundo, me has destinado a vivir siempre unido a Ti, y después a tenerme cerca de Ti para alabarte y amarte en tu reino eterno. Te doy gracias, Señor. ¿Cómo he merecido esta feliz suerte? He preferido ser un abyecto en la casa de mi Dios, que morar en los tabernáculos de los pecadores. - (Sal. lxxxiii., 11). Feliz soy, en verdad, oh Jesús mío, de haber dejado el mundo; y es mi gran deseo desempeñar el más vil oficio en tu casa antes que morar en los más orgullosos palacios reales de los hombres.
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