DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, continuación

    Seguimos publicando, durante este mes dedicado a la Santísima Virgen María, oraciones y meditaciones en honor a ella bajo sus diversas advocaciones.

"Este es un buque admirable, obra de la Altísimo". - (Eccl. xliii., 2)

     Esta alabanza la dirige el inspirado escritor a esa gloriosa luminaria, el sol, de la que este mundo deriva vida y luz, por la que los frutos de la tierra maduran, y la tierra misma asume una variedad de bellos colores. Podemos aplicar a María las mismas palabras de alabanza, pero en un sentido mucho más elevado. Ella es ese vaso purísimo en el que se encarnó la segunda persona de la Santísima Trinidad, y que, en María -es decir, la naturaleza que asumió de María-, es el Hijo de la Justicia que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Su gracia nos es tan necesaria, que si no desarrolla y madura las semillas de bondad implantadas en nuestros corazones, nunca podremos esperar dar fruto. Sólo Él es capaz de producir este efecto; y sin su divina asistencia, nuestros esfuerzos son vanos, según el apóstol: "Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento". - (1 Cor. iii., 6).

     A María se la llama también vaso de singular devoción, por la fidelidad y fervor con que cumplía su ejercicio devocional de oración y contemplación. Si su divino Hijo pasaba noches enteras en oración, podemos estar seguros de que María no dejó de beneficiarse de un ejemplo que tantos motivos la indujeron a imitar. De hecho, toda su vida estuvo principalmente ocupada en este sagrado deber. Mientras estuvo en el templo, donde permaneció desde muy joven, aprovechó todas las oportunidades que tuvo de comunicarse con Dios mediante la oración. Qué fue su vida después de haber concebido al Hijo de Dios, sino un ejercicio constante de este santo deber; porque ¿qué es la oración, sino la unión del alma con Dios, y sin duda María no dejó de aprovechar las extraordinarias oportunidades que poseía de disfrutar de tan alto y santo privilegio.

     Al celebrar la piedad perfecta de María, debemos procurar aprovechar el ejemplo que ella nos ha dado. El hijo imita naturalmente a la madre. Nosotros somos hijos de María: porque ella es la madre del Primogénito entre muchos hermanos, y porque Jesucristo nos ha encomendado a ella en la persona de San Juan. "Mujer, he ahí a tu hijo". - (San Juan, xix., 26). Estamos, pues, obligados a imitarla; y si le tuviéramos el afecto de hijos, nos ruborizaríamos de no asemejarnos a ella en nuestras acciones. ¿Cuáles son, pues, nuestros sentimientos respecto al santo deber de la oración? Tal vez nos parece una obligación fastidiosa, más que un deber delicioso. Bajo la influencia de este sentimiento, ¿no lo hemos descuidado ocasionalmente, o cumplido de una manera apresurada y descuidada? ¿Por qué no encontramos en la oración los consuelos que experimentaron los santos? Nos asombramos cuando leemos que pasaban días y noches enteros en oración. Todavía no hemos aprendido a orar como oraban los santos; no hemos aprendido a olvidarnos del mundo o de nosotros mismos cuando nos presentamos ante Dios; o a concentrar nuestros pensamientos en sus divinas perfecciones e inconcebibles misericordias. De ahí que con demasiada frecuencia encontremos en la oración esa aridez y distracción que son el resultado de una cabeza distraída y de un corazón dividido. Con los Apóstoles, pidamos al Señor que nos enseñe a orar, y recurramos a la poderosa intercesión de María, para que nos obtenga esta llave de oro, con la que podemos abrir el tesoro de la misericordia de Dios.

ORACIÓN
     Oh santísima Virgen, con razón se te llama vaso espiritual y honorable, porque el Señor tu Dios te enriqueció con los más selectos dones del Espíritu Santo. Tus pensamientos fueron siempre grandes y nobles, tus sentimientos santos, tus designios puros y sublimes. No tenías otra ambición que honrar a Dios, otro deseo que amarle, otro anhelo que poseerle. Los dones más selectos de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, te fueron impartidos sin medida; mientras que yo no soy más que un vaso de pecado y de miseria. Madre purísima, ten compasión de mí, reconcíliame con tu Hijo, encomiéndame y preséntame a Él para que, por tu intercesión, participe de sus infinitos méritos y nunca más busque otra cosa que lo divino y eterno. Amén.

VASO DE HONOR, SINGULAR VASO DE DEVOCIÓN
¡REZA POR NOSOTROS!


Tomado de:

EL NUEVO MES DE MARÍA
Por el Rvdo. P.R. Kenrick
Publicado por C. Dolman, Londres, 1841

Mater Creatoris

"El que me creó, descansó en mi tabernáculo". - (Ecl. xxiv., 12)

     "En verdad, dice San Crisóstomo, es una maravilla inaudita que el Dios inefable, cuya grandeza no puede concebirse con el pensamiento ni expresarse con el lenguaje, y que es igual al Padre en todas las cosas, venga a nosotros por el vientre de la Virgen y se digne nacer de una mujer". Cuando antes hemos considerado la dignidad de María, como Madre de Dios, hemos explicado más bien la doctrina de la Iglesia, en lugar de detenernos en las consecuencias que se siguen de esta verdad. María es la Madre de nuestro Creador, porque es la Madre de Jesucristo, que es el resplandor de su gloria (la del Padre) y la figura de su sustancia (Heb. i, 3), que estaba en el principio con Dios, por quien "todo fue hecho, y sin quien nada de lo que ha sido hecho fue hecho" (Jn. i, 3), y "que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos" (Rom. Ix., 5). - (Rom. Ix., 5). Ella puede decir entonces, y la expresión es rigurosamente verdadera: "El que me creó descansó en mi tabernáculo". ¡Oh sublime y misterioso privilegio! La dignidad de María es infinita, en cuanto resulta de la dignidad infinita de su Hijo divino, que ninguna inteligencia creada puede comprender. Los ángeles que están ante el trono de Dios; los serafines que velan sus rostros ante los esplendores de su presencia, y exclaman: "Santo, Santo, Santo Señor Dios de los ejércitos, los cielos y la tierra están llenos de tu gloria"; los espíritus de los justos hechos perfectos que se embriagan con torrentes de delicias al contemplar y gozar de Dios; éstos tienen una idea de la dignidad de María, infinitamente más correcta de la que nosotros podemos tener, pero sin embargo infinitamente corta de su carácter real. En efecto, como sólo Dios puede comprender plenamente la perfección de su propia naturaleza, sólo Dios puede estimar debidamente la grandeza de Aquella que está con Él en la estrecha y entrañable relación de madre.

     Esta dignidad es tan grande, que San Buenaventura no vaciló en decir lo que, tras un momento de reflexión, debe parecer evidente a todos: "que aunque Dios pudiera crear mil mundos más hermosos que el que habitamos, no podría crear una madre más grande", porque su dignidad de Madre depende de la dignidad de su Hijo; y ¿qué madre puede ser más grande que la Madre de Dios? De ahí que los santos Padres y los demás santos de la Iglesia de Dios, a medida que meditaban y se esforzaban por concebir la Majestad de Dios, en la misma proporción aumentaba su respeto y profunda veneración por aquella criatura singularmente favorecida que fue elegida para ser la Madre de Dios. "María", dice San Bernardo, "llama al Dios y Señor de los ángeles, su Hijo: 'Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros?'. ¿Qué ángel se atrevería a decir esto? Pero María mostrando que es madre, llama confiadamente a ese Dios su Hijo, a quien los ángeles adoran humildemente." Al contemplar esta incomprensible elevación de María, dirijámonos a ella con sentimientos de admiración y profunda reverencia, con las palabras de su santa prima Santa Isabel: "Dichosa tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que te fueron dichas por el Señor". - (Lucas, i., 45). "Aunque tuviéramos innumerables lenguas", dice un autor muy antiguo, "no podríamos alabarla suficientemente. Ella es la única que merece ser llamada por Dios, esposa y madre. Ella reparó primero el mal de nuestra primera madre, y trajo la salvación al hombre perdido."

     La grandeza de la dignidad de María es la que mejor puede darnos una idea de su santidad supereminente. Dios, que siempre adapta los medios al fin, la preparó para una dignidad sin parangón, con un grado de santidad tan superior al de los demás santos, como la dignidad de madre supera a la de los amigos y servidores. "Por eso", dice San Bernardo, "era justo que el Creador de los hombres, cuando asumió la naturaleza del hombre, eligiera, o más bien creara, tal madre entre todas, como Él sabía que era digna de Él, y que le agradaría." San Gregorio Magno interpreta místicamente el monte de Efraín, mencionado en el primer libro de los Reyes, de María. "Ella era un monte -dice- que se elevaba sobre toda otra altura creada, por la dignidad de su elección." "¿No fue María, dice de nuevo, una montaña elevada que, para ser digna de concebir al Verbo Eterno, se elevó por encima de todos los coros de ángeles y se acercó al mismo trono de la Divinidad? Isaías, prediciendo la super-excelente elevación de este monte, dice: 'Y en los últimos días, el monte de la casa del Señor será preparado en la cumbre de los montes'. Era, en efecto, un monte en la cima de los montes; porque la elevación de María brillaba resplandeciente sobre la de todos los santos". Pero la supereminente dignidad y santidad de María no debe ser objeto de mera admiración; debe servir para impresionarnos más profundamente con el sentido de la grandeza del Dios cuyas criaturas somos, y que, en nuestra creación, nos ha impuesto la obligación de ser santos, como dijo al pueblo judío: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo".

ORACIÓN
     Te saludo, oh María, Madre de mi Creador y esperanza de los cristianos. Escucha la oración de un pecador, que desea amarte tiernamente, y que pone en ti toda su esperanza de salvación. A ti debo todas las ventajas espirituales que Jesucristo me ha procurado: reinstálame en el favor de tu Divino Hijo, y sé abogada de mi debilidad e indignidad. Te suplico que obtengas de Él el perdón de todos mis pecados: disipa las tinieblas de mi entendimiento, destruye los afectos mundanos de mi corazón, repele las tentaciones de mi enemigo, y preside todas las acciones de mi vida, para que por tu asistencia y maternal dirección, llegue a la felicidad eterna. Amén.


MADRE DE NUESTRO CREADOR,
¡REZA POR NOSOTROS!


Tomado de:

EL NUEVO MES DE MARÍA
Por el Rvdo. P.R. Kenrick
Publicado por C. Dolman, Londres, 1841

Vas in honorem. - (2 Tim. ii., 21)
Un recipiente para el honor.

CONSIDERACIÓN I.
     [...] El cáliz y los demás vasos sagrados que suelen colocarse sobre el altar, [...] significan que María es realmente, y también muy apropiadamente, llamada por la Iglesia Vas Spirituale - Vaso espiritual. Porque así como durante la Misa la sangre de Cristo se conserva en el cáliz, así también la verdadera carne y sangre de Cristo se conservaron con seguridad durante nueve meses en el casto seno de María como en un vaso espiritual.

CONSIDERACIÓN II.
     El profeta Jeremías, de antaño, recibió la orden del Señor de entrar en la casa de un alfarero, y allí ver por sí mismo y comprender que dependía únicamente de la voluntad del alfarero, si debía formar de la arcilla un recipiente para el honor, o para el desprecio. Dios, con esta semejanza, quiso enseñar que, por Su voluntad, puede exaltar o depreciar al hombre a Su antojo, y que puede ejercer sobre el hombre el mismo control que el alfarero sobre el barro. Así pues, cuando Dios eligió a María como Madre, por este mismo acto la eligió como la vas in honorem - el recipiente para el honor que fue santificada por la sombra del Espíritu Santo.

CONSIDERACIÓN III.
     Moisés, en el Antiguo Testamento, era, por así decirlo, el secretario del Señor; y el Señor, entre otras instrucciones, le ordenó que proveyera a la fabricación de ciertos vasos espirituales para el servicio divino, mencionando especialmente el Arca de la Alianza, la mesa de oro sobre la que, cada día de reposo, debían colocarse doce panes; el candelabro de oro, los vasos de aceite, los cálices y los incensarios. Por todo esto, según la opinión de los santos Padres, debemos entender a María, como la Vas Spirituale- el Vaso Espiritual.

ORACIÓN
     Oh María! como con justicia, en verdad, te llama la Iglesia Vas Spirituale - el Vaso Espiritual así también te llamo templo vivo de Salomón, por ser aquel templo en el que el Sumo Sacerdote es Cristo; aquel en el que tu corazón puro es, por así decirlo, un altar privilegiado; tu boca devota como un censor de oro; tu oración más ferviente un sacrificio odorífero; y finalmente, tu caridad, por así decirlo, una lámpara ardiente. ¡Oh vaso glorioso! ¡Oh templo bendito! Vuelo en busca de refugio a este templo, para que me proteja de la ira de Dios. Busco asilo en él, exclamando: ¡Oh María!

VASO ESPIRITUAL,
¡REZA POR NOSOTROS!


Tomado de:

LA LETANÍA ILUSTRADA DE LORETTO
Por el Rev. P. Thomas Canon Pope
Publicado por James Duffy & Sons, Dublín, 1878

"La sabiduría se ha construido una casa". - (Prov. ix., 1)

     María era la sede de la sabiduría, porque la madre de la sabiduría increada - "el primogénito antes de todas las criaturas". Como las alabanzas del Hijo son necesariamente participadas por la madre, la Iglesia celebra la dignidad de María repitiendo en el oficio público con que la honra, las alabanzas de su divino Hijo. La sabiduría de Dios se manifestó en la creación del mundo, según el salmista: "Todo lo has hecho con sabiduría". En el capítulo 24 del libro del Eclesiástico se describen los efectos de esta sabiduría divina. "Salí de la boca del Altísimo, el primogénito antes que todas las criaturas. Hice que en los cielos se elevara la luz que nunca se apaga, y como una nube cubrí toda la tierra. Yo habité en las alturas, y mi trono está en una columna de nube. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, en mí está toda la esperanza de la vida y de la virtud". - (Ecl. xxiv.). Y, sin embargo, esta sabiduría divina no era estimada por los hombres, cuando habitaba entre ellos. La sabiduría de este mundo vistió a Jesús con un traje de necio. Su doctrina es necedad para los que son prudentes en su propia opinión, y los que quieran seguir sus huellas deben contentarse con ser considerados necios por su causa. María participó de esta sabiduría más que ninguna otra criatura, porque se acercó más a la fuente de donde emanaba. Si Jerusalén fue objeto de la admiración del profeta por la peculiar presencia de Dios en su templo santo, ¿no podemos aplicar sus palabras a María, ese templo vivo de Dios, en quien, en Jesucristo, "habitaba corporalmente toda la plenitud de la divinidad", y decir: "¡Gloriosas cosas se dicen de ti, oh ciudad de Dios!".

     María manifestó en todas sus acciones los frutos de la sabiduría divina que había hecho de ella el tabernáculo de Dios con los hombres. "El temor del Señor -dice el Salmista- es el principio de la sabiduría", y su santo temor se manifestó de modo significativo en María. Cuán grande debió ser este temor filial con el que María vigilaba todas sus acciones, y que la preservaba de desagradar jamás a la sabiduría divina. ¿No se manifestó su sabiduría en la elección de un esposo tan santo como José, que era a la vez el guardián de su inocencia ante Dios y de su carácter ante los hombres? ¿No se manifestó su sabiduría atesorando en su corazón las palabras de su divino Hijo? Pero, ¿por qué enumerar casos particulares? ¿Acaso no disfrutó durante treinta años de la compañía de Aquel de quien el evangelista dice que "progresaba en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres"? - (Lucas, ii. 52). Cuán feliz fue María al ser la criatura favorecida, en quien se cumplió lo que el Padre Eterno dijo a la sabiduría aumentada de Su Hijo. "Sea tu morada en Jacob, y tu heredad en Israel, y echa raíces en mis elegidos". - (Ecl. xxiv. 13). Cuánta más felicidad aún al desplegar esta sabiduría divina en sus acciones. Mientras le ofrecemos el homenaje de nuestra admiración, por este doble título, reflexionemos un poco sobre nosotros mismos. Nosotros, y todas las demás criaturas, somos obra de la sabiduría de Dios: todo, tanto dentro como fuera de nosotros, está calculado para mostrar sus atributos. ¿Nos damos cuenta alguna vez de nuestra obligación de ver a Dios en todas las cosas, y de elevarnos de la contemplación de la criatura a la del gran Creador? La luz de la razón y la revelación de que gozamos, son participaciones de la sabiduría divina: ¿las estimamos como debemos? ¿No infravaloramos nunca, con nuestras máximas y nuestra conversación, la sabiduría que Cristo nos enseña en el Evangelio? ¡Cuánto es de temer que, mientras estimamos tanta sabiduría mundana, que limita sus miras a las limitadas perspectivas de esta vida, prestemos poca atención a los dictados de aquella sabiduría que viene de lo alto, y que es la única que puede hacernos verdaderamente sabios! Debemos recordar que la sabiduría de este mundo es necedad para Dios, y que los secretos de la sabiduría divina son impartidos a los pobres y humildes, mientras que están ocultos a los sabios y prudentes. No seamos, pues, sabios en nuestros propios conceptos, sino imitemos cuidadosamente el ejemplo de aquella a quien la Iglesia llama "sede de la sabiduría".

ORACIÓN
     Oh María, tú eres en verdad la "Sede de la Sabiduría". El Espíritu Santo, el Espíritu de Sabiduría que te cubrió con su sombra, y el Hijo de Dios, la Sabiduría Eterna del Padre, que habitó en tu sagrado vientre, y descansó en tus santos brazos, te impartieron todos los dones y tesoros de la sabiduría sobrenatural. Mírame a mí, pobre pecador, cuya inteligencia está nublada por las brumas de las malas pasiones, y que tantas veces confunde el mal con el bien, mírame ahora postrado a tus pies, - implorándote que me obtengas luz para guiar mis pasos en este oscuro mundo. Hazme siempre dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo, y enséñame a estimar más la locura de la Cruz que toda la sabiduría del mundo. Consígueme una mente sencilla e inocente, y no permitas que, mientras profeso ser discípulo de tu divino Hijo, la verdadera e increada Sabiduría del Padre, me vea influido por las falsas máximas del mundo. Haz que recurra siempre a ti, oh Virgen sagrada, como la mejor abogada ante Dios; y obtén perdón por mi pasada perversidad, al despreciar prácticamente la única sabiduría verdadera, y exponerme al peligro de verme eternamente obligado a lamentar mi locura. Amén.

SEDE DE LA SABIDURÍA, ¡RUEGA POR NOSOTROS!


Tomado de:

EL NUEVO MES DE MARÍA
Por el Rvdo. P.R. Kenrick
Publicado por C. Dolman, Londres, 1841

Virgo prudentissima

"Esta mujer fue muy prudente". - (1 Reyes, xxv., 3)

     El Espíritu Santo pronunció este elogio sobre las virtudes de Abigail, cuya prudencia le permitió soportar las imperfecciones de su marido, Nabal, y aplacar la ira de David. Sin embargo, su prudencia era imperfecta si la comparamos con la que admiramos y veneramos en María. Esta prudencia se manifestó en primer lugar, dedicándose al servicio de Dios a una edad temprana; cuando fue presentada por sus santos padres en el templo de Dios, donde permaneció ocupada en la meditación de Su ley, y en la celebración de Sus divinas perfecciones. La Iglesia le aplica el elogio que nuestro Divino Salvador pronunció sobre María, la hermana de Marta, cuando ésta se quejó de que su hermana permanecía a los pies de Cristo, en silenciosa contemplación de la divina sabiduría: "Marta estaba ocupada en muchos servicios", y la mayoría de los cristianos modernos, probablemente, concebirían que estaba más meritoriamente empleada que su hermana. Los labios divinos de Jesús han pronunciado, sin embargo, el elogio de esta última: "María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada". La bienaventurada Virgen, al elegir "la mejor parte", manifestó su singular prudencia; pues ésta es una virtud que nos guía en la elección de los objetos y en la selección de los medios para alcanzarlos. Su excelencia en este particular es tanto más notable cuanto que no tenía ningún ejemplo que imitar, sino que fue la primera en dar el ejemplo de un sacrificio voluntario total y perpetuo de sí misma al servicio divino. Que aprendamos de ella a escoger siempre la mejor parte, según la medida de la gracia que nos ha sido impartida; y a considerar siempre como la mayor felicidad y la más consumada sabiduría, el ocuparnos en la tierra como los bienaventurados se ocupan en el cielo: en contemplar y adorar las divinas perfecciones. Felices las almas llamadas a esta vida "escondida con Cristo en Dios". 

     En las demás circunstancias de la vida de María, percibimos no menos pruebas de su prudencia. Tan alejada estaba de todo lo que pudiera disminuir el lustre de esta virtud, que cuando su esposo, San José, se dio cuenta de su embarazo, parece que más bien se vio envuelto en perplejidad, que inclinado a la sospecha. María, con la mayor confianza en Dios, no parece haber hecho ningún esfuerzo para reivindicar su inocencia, sino que esperó pacientemente la manifestación sobrenatural de su maternidad divina. Además, aunque no aparece a menudo en la historia evangélica de nuestro Señor, siempre que se la menciona, podemos percibir la prudencia que la distinguía. Después de permanecer tres meses con su santa prima Santa Isabel, regresó a Nazaret, cuando se acercaba el momento del nacimiento de San Juan Bautista, con el fin, como observan los santos Padres, de evitar la observación de los que se reunirían en tan feliz ocasión. Como el prudente mercader del Evangelio, ocultó cuidadosamente la preciosa joya que poseía, y no la expuso innecesariamente, manifestando imprudentemente el extraordinario favor que Dios le había dispensado. Ella atesoró todas las palabras dichas de su Divino Hijo, por los ángeles, en la noche de Su nacimiento, meditándolas en su corazón, como también aquellas que la profetisa Ana y el santo Simeón pronunciaron, cuando Él fue presentado en el templo. Durante el ministerio público de Cristo rara vez aparece, como mejor correspondía a su sexo y a su estrecha relación con el Redentor; pero siempre que encontramos mención de ella, podemos deducir de la breve noticia que los evangelistas toman de ella, las evidencias de su singular prudencia.

     La prudencia de María debería ser para nosotros objeto de estrecha imitación. Siempre que tenemos que elegir un estado de vida, o decidir sobre cualquier asunto importante, ¿cuáles son los motivos que nos influyen? Para actuar con prudencia en estas ocasiones, deberíamos actuar según el principio establecido por Cristo, en su respuesta a Marta: "En efecto, hay una cosa necesaria". Este es el criterio con el que debemos probar y comprobar todas las cosas. Todo lo que conduce al gran fin de nuestra creación - la consecución del cielo - debe ser abrazado; todo lo que se oponga a ello, o pueda ponernos obstáculos en nuestro camino, debe ser rechazado. Obrar de otro modo, dejándose influir por consideraciones de gratificación o emolumento presentes, y no por el principio antes expuesto, es invertir el orden establecido por Dios, que nos manda "buscar primero el reino de Dios y su justicia". Es poner los cimientos de nuestra felicidad sobre un suelo arenoso, y exponernos así a vernos envueltos en la ruina que sin duda sobrevendrá. Incluso en nuestras acciones más triviales debemos regirnos por la prudencia, ya que es el único medio por el que podemos agradar a Dios, y evitar la violación de la caridad fraterna. Las palabras del salmista deberían ser a menudo nuestra aspiración a Dios: - "Pon, Señor, una guardia delante de mi boca, y una puerta alrededor de mis labios". Imitemos a esta Virgen verdaderamente prudente, cuyo ejemplo la Iglesia tanto recomienda a nuestra imitación, y de quien podemos aprender la prudencia sin engaño, y la sabiduría sin afectación.

ORACIÓN
     Oh Virgen prudentísima, me acerco a ti con sentimientos de la más profunda veneración, y te felicito por la celestial prudencia, que manifestaste desde tus primeros años, y que siempre te distinguió a lo largo de la vida. Tú eres la Virgen prudente, que buscaste a Dios en todas tus acciones y mantuviste siempre encendida tu lámpara, reponiéndola continuamente con el aceite de las buenas obras. Que yo te imite en esto, y no me exponga a ser excluida, como las vírgenes necias, de las nupcias del Divino Hijo, a causa de mi tibieza o falta de vigilancia. ¡Oh Virgen, espejo luminoso de la sabiduría celestial! Sé para mí una guía, y haz que prefiera siempre lo que más conduce a mi salvación, a lo que halaga mi orgullo o gratifica mis sentimientos. Presérvame de los errores en que me envolvería la pasión: que sea sencillo y prudente, sincero sin frivolidad y reservado sin morosidad. Amén.

¡VIRGEN PRUDENTÍSIMA, RUEGA POR NOSOTROS!


Tomado de:

EL NUEVO MES DE MARÍA
Por el Rvdo. P.R. Kenrick
Publicado por C. Dolman, Londres, 1841

Videmus nunc per speculum. - (1 Cor. xiii., 12)
Ahora vemos como a través de un cristal.

CONSIDERACIÓN I.
     A Cristo se le llama apropiadamente el Sol Justitiae - el Sol de JusticiaAdemás, la Iglesia llama a María, de forma apropiada, la Speculum Justitiae - el Espejo de la Justicia. Ambos apelativos representan simbólicamente la justicia. Porque, así como el sol radiante derrama su resplandor tanto sobre las humildes cabañas de los rústicos como sobre las mansiones palaciegas de reyes y príncipes, así, a todos, Cristo dispensa la gracia necesaria para la salvación. De modo semejante, el espejo es símbolo de la justicia, porque... imparte a cada uno lo que le es peculiar; es decir, refleja fielmente la figura peculiar de cada persona que se examina en él. Para el ángel, refleja una figura angélica; para el hombre, una figura humana; para el diablo, una figura diabólica.

CONSIDERACIÓN II.
     Además, María no sólo es el Espejo de la Justicia, sino que es, también, lo que aquí se quiere significar de la justicia: es el espejo de todas las virtudes; y es, en efecto, un espejo sin la menor mancha. Sabemos que un espejo se oscurece con el menor soplo, pero María nunca toleró la menor mancha. Más aún: así como el espejo no sólo es a prueba del veneno del basilisco, sino que, por algún medio, lo arroja sobre sí mismo y lo mata, así María, como Espejo de Justicia, no sólo fue a prueba del veneno del pecado original, sino que aplastó la cabeza de la serpiente infernal.

CONSIDERACIÓN III.
     San Pablo dice: Videmus nunc per speculum - Ahora vemos a través de un cristal. La palabra cristal debe interpretarse en el sentido de fe. Estas palabras están inscritas muy apropiadamente... porque también a través de María vemos como a través de un cristal. Pero, ¿qué es lo que vemos? El siervo ve cómo debe obedecer; el soberbio, cómo debe humillarse; y el hombre que cede a sus pasiones, cómo debe vivir una vida de castidad. A través de este espejo, el alma tibia ve el espíritu de fervor que debe animarla; el hombre iracundo ve la mansedumbre de que debe revestirse; el irreligioso, el espíritu de piedad que debe cultivar; el hombre que actúa injustamente, los principios de justicia que deben regirle. En efecto, todos ven, a través del ejemplo de María, cómo deben vivir piadosa y justamente.

LA ORACIÓN.
     Oh María, en ti están reunidas todas las cualidades de un buen espejo. En una característica, sin embargo, te asemejas especialmente al espejo. Cuanto más nos acercamos al espejo, tanto más parece acercarse a nosotros la imagen reflejada; y cuanto más nos alejamos del espejo, tanto más parece alejarse de nosotros la imagen reflejada. Así, de manera similar, cuanto más nos acerquemos, por devoción, a ti, oh Espejo de Justicia, en la misma proporción avanzará hacia nosotros tu protección y asistencia; y si nos alejamos de ti, no es de extrañar que tú también te alejes de nosotros. Estoy convencido de ello, y ahora me propongo acercarme cada vez más a Ti. ¡Oh María!

ESPEJO DE JUSTICIA, RUEGA POR NOSOTROS


Tomado de:

LA LETANÍA ILUSTRADA DE LORETTO
Por el Rev. P. Thomas Canon Pope
Publicado por James Duffy & Sons, Dublín, 1878

RECOJA para la Misa del Santísimo Rosario de la Bienaventurada Virgen María

     Oh Dios, cuyo Hijo unigénito, por su vida, su muerte y su resurrección nos ha comprado la recompensa de la salvación eterna; concédenos, te suplicamos, que meditando estos misterios en el santísimo Rosario de la Santísima Virgen María, imitemos lo que contienen y obtengamos lo que prometen. Por el mismo Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unión del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

     Los siguientes son extractos del Misal de San Andrés (1945), relativos a la Fiesta del Santísimo Rosario:

     "En la Edad Media, como antiguamente entre los romanos, era costumbre que los nobles llevaran coronas de flores llamadas chaplets. Estas coronas se ofrecían a las personas distinguidas como deuda feudal. 
     La Santísima Virgen, como Reina del cielo y de las almas, tiene derecho al mismo homenaje; por eso la Iglesia nos pide que reconozcamos el título de María como Reina del Santo Rosario, y nos exhorta a ofrecerle como hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo una triple coronilla o tres coronas de rosas, de las que nos muestra todas las bellezas en el oficio de hoy (7 de octubre), y a las que ha dado el nombre de Rosario.
     La Colecta nos recuerda que el rezo del Rosario es una oración mental en la que meditamos sobre los misterios de la vida, muerte y resurrección de Jesús, a los que María estuvo íntimamente asociada".

     "Esta oración, en el curso de los siglos, ha obtenido muchas gracias para la Cristiandad. La fiesta de Nuestra Señora del Rosario fue instituida para conmemorar la victoria de Lepanto (domingo 7 de octubre de 1571) cuando, gracias al rezo del Rosario, las fuerzas del Islam, que amenazaban con invadir Europa, fueron quebrantadas."

     "León XIII, conmovido por las dolorosas pruebas bajo las que gime la Iglesia, elevó la fiesta a una de Segunda Clase con una misa y un oficio nuevos".

     El Papa León XIII añadió el título de "Reina del Santísimo Rosario" a las Letanías de Loreto el 24 de diciembre de 1883; y compuso una Misa y un nuevo oficio de Nuestra Señora del Rosario (al que nos referimos más arriba) para su fiesta del 7 de octubre. Pero la razón por la que nos dirigimos hoy a la Reina del Santo Rosario, es por la conexión que existe entre esta fecha, 13 de mayo, y otro Papa - el Papa Benedicto XV, en el año 1917.

     La Primera Guerra Mundial avanzaba sin visos de detenerse. El Papa Benedicto XV, en una carta fechada el 5 de mayo de 1917, hizo una súplica al mundo para poner fin a la guerra, e invocó a la Santísima Virgen María, como Madre de Misericordia, para que trajera la paz. Sólo ocho días después, el 13 de mayo de 1917, la Santísima Virgen pareció responder a la petición papal. Se apareció por primera vez a tres niños pastores en Fátima y les ordenó rezar el rosario diariamente. Nuestra Señora volvió cinco veces más a los jóvenes videntes en Fátima, repitiendo, cada vez, su petición de rezar diariamente el rosario; dando esto como condición fundamental, entre otras, para conseguir la paz mundial. En la sexta y última aparición, se identificó como "Señora del Rosario".

     Hay mucho más que se puede decir sobre el mensaje de Fátima, y su conexión con la paz mundial, y con nuestros tiempos, pero el punto importante para hoy es que nuestra Santa Madre María nos ha dado el rosario como nuestro principal remedio para todos los problemas - personales, locales y globales.

REINA DEL SANTÍSIMO ROSARIO, RUEGA POR NOSOTROS

NUESTRA SEÑORA DE FATIMA, RUEGA POR NOSOTROS

O quam pulchra est casta generatio. - (Sap. iv., 1)
Oh, qué hermosa es la casta generación.

CONSIDERACIÓN I.
      María . . está simbolizada bajo la apariencia de un árbol, y de un árbol muy maravilloso - de hecho, uno que lleva flores simul et fructus - flores y frutosal mismo tiempo. Ahora bien, este árbol, que es al mismo tiempo florido y fructífero, es significativo de la maravillosa castidad de la Virgen, porque María conservó siempre su castidad; como era virgen antes del parto, durante el parto y después del parto, era, pues, triplemente virgen. Si, pues, la castidad, en circunstancias ordinarias, se considera una virtud que hace al hombre semejante a los ángeles y agradabilísimo a Dios, ¿cómo hemos de expresarnos de la castidad extraordinaria y más que angélica de María?

CONSIDERACIÓN II.
      Juan fue tan amado por Cristo que se le permitió descansar su cabeza en el seno de Cristo, y fue introducido en el conocimiento de los más altos misterios de Dios. Pero, ¿por qué mereció Juan estos privilegios? Mereció éstos y muchos otros favores por su perpetua observancia de la castidad. Procederemos ahora de lo menor a lo mayor. Si la castidad de Juan fue tan aceptable a Dios, con qué acentos de alabanza proclamaremos la castidad de María, que fue árbol en flor y árbol fructífero al mismo tiempo, es decir, que fue, al mismo tiempo, madre y virgen, y que se asemejó así a aquel arbusto que, en medio de las llamas, permaneció sin consumirse.

 CONSIDERACIÓN III.
      Ahora bien, esta gran castidad y virginidad que María conservó inviolada incluso en su parto, está claramente indicada y proclamada por la Sagrada Escritura, que en un momento la compara con una horto concluso - un jardín cerrado; en otro momento a un fonti signato - una fuente sellada. Incluso Salomón parece haber aludido a María cuando gritó, asombrado: O quam pulchra est casta generatio - ¡Oh, qué hermosa es la casta generación!

LA ORACIÓN
     ¡Oh María! ¡Madre castísima! Te venero, te invoco como mi patrona; te ruego que me ayudes siempre, que me extiendas tu asistencia, pero más especialmente cuando mi castidad está en peligro, y cuando me asaltan las tentaciones de la carne. Ah, te lo suplico, oh Virgen celosísima, guardiana de la castidad, no permitas que manche jamás mi alma con un pensamiento, palabra u obra contrarios a la castidad, y así, en cierto modo, me despoje del traje nupcial sin el cual nadie es admitido a las nupcias del Cordero Inmaculado.

¡OH MARÍA! MADRE CASTÍSIMA,
¡REZA POR NOSOTROS!


Tomado de:

LA LETANÍA ILUSTRADA DE LORETTO
Por el Rev. P. Thomas Canon Pope
Publicado por James Duffy & Sons, Dublín, 1878

Viderunt eam filiae, et beatissimam praedicaverunt. - (Cant. vi., 8.)
Las hijas la vieron y la declararon muy bienaventurada.

CONSIDERACIÓN I.
     La virginidad de María se representa simbólicamente bajo la forma de un lirio, para significar su triple virginidad, a saber, la virginidad de que gozaba antes del parto, la virginidad que conservó durante el parto y la virginidad que preservó después del parto. Es en relación con esta triple y preeminentemente perfecta virginidad que no sólo estas palabras pueden ser atribuidas a ella: Una est columba mea, perfecta mea - Una es mi paloma, mi perfecta; pero, además, la Iglesia la venera e invoca como la Virgen de las vírgenes.

CONSIDERACIÓN II.
     Además, por varias otras razones, María puede, muy merecidamente, ser llamada la Virgen de las vírgenes, y especialmente porque ella fue la primera que consagró su virginidad a Dios, y eso, también, sin un mandato, sin un consejo, y sin siquiera un ejemplo. Porque, en tiempos del Antiguo Testamento, la esterilidad se consideraba un castigo de Dios y, en consecuencia, la virginidad no era tenida en estima por el mundo. Hay otra razón, la virginidad de María estaba investida de cierta prerrogativa especial; porque, aunque la Virgen María era muy hermosa, sin embargo su gran belleza nunca suscitó en otros cariños o deseos contrarios a la modestia más delicada.

 CONSIDERACIÓN III.
      Por otra razón, María merece ser llamada la Virgen de las vírgenes, porque ella es, por así decirlo, la líder y abanderada de las vírgenes. Pues: Adolescentularum non est numerus - Jóvenes doncellas sin númeroA ejemplo de María, han consagrado su virginidad a Dios y, por su ardiente deseo de conservarla, han abandonado los salones de reyes y príncipes, han entrado en monasterios y se han sometido, en la clausura, a vidas de austeridad; y, antes que perder la flor de la virginidad, han llegado a inmolar su sangre y la vida misma. Cuando Ester adornó su persona con ornamentos, sus siervas también se adornaron inmediatamente; del mismo modo, cuando María fue glorificada como virgen, "sus hijas la vieron y la declararon bienaventurada".

LA ORACIÓN
     Oh María, yo amo y venero a toda la hueste de las vírgenes, pero, de todas las vírgenes, te amo y venero a ti en grado supremo. Yo venero a Bárbara, con su cáliz, pero, ¡oh María! mucho más te venero a ti, que, con tu Hijo, compartiste el gusto del amargo cáliz del dolor. Yo venero a Catalina, con su rueda; pero, ¡oh María! incomparablemente más te venero a ti, que te mueves, con la facilidad de una rueda, hacia la clemencia. Yo venero a Teresa con su flecha, pero te venero mucho más a ti, María, cuya alma fue atravesada por la espada del dolor. Yo venero a Margarita, con el dragón; pero inexpresablemente más te venero a ti, ¡oh María! que aplastaste la cabeza de la serpiente.

¡OH MARÍA! SANTA VIRGEN DE LAS VÍRGENES,
¡REZA POR NOSOTROS!


Tomado de:

LA LETANÍA ILUSTRADA DE LORETTO
Por el Rev. P. Thomas Canon Pope
Publicado por James Duffy & Sons, Dublín, 1878

     Si te hubiera sido dado elegir a tu propia madre, y dotarla desde su nacimiento con todos los dones, buenas cualidades y logros que pudieras imaginar, ¿qué habrías hecho de ella? Con toda seguridad, la habrías hecho lo que considerarías el parangón de la perfección. Pero María es la Madre de Dios, porque el ángel enviado por Dios le dijo: "El Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1. 35); y Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, la llamó "la Madre de mi Señor", es decir, de mi Dios. Si Dios mismo, por medio de su ángel y de santa Isabel, llamó a María "la Madre de Dios", es a la vez nuestro derecho y nuestro deber llamarla e invocarla como "la Madre de Dios". El salmista representa a Dios Padre diciendo al Mesías: "Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado" (Sal. 109). En el bautismo de Cristo se abrieron los cielos y se oyó la voz del Padre celestial que decía: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Lc 3, 22); y en la Transfiguración de Cristo en el monte Thabor, el Padre celestial volvió a decir: "Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia" (Mat. 17. 5). Pero el MISMO JESÚS, a quien el Padre declara como su propio Hijo amado, es también el HIJO DE MARÍA. Por eso ella puede decir de Él: "Aquel a quien el Padre celestial llama Su propio Hijo amado, es también verdaderamente mi Hijo, y sólo yo de todas las criaturas puedo decirle: 'Jesús, Tú eres a la vez mi Hijo y mi Dios'". María es la pariente más cercana de Jesús, porque es su Madre y le ha dado a luz. De ahí que San Pedro Damián diga: "El Hijo de Dios habitó en María y, por tanto, tiene identidad de sustancia con ella". Sólo a María puede decir el Hijo de Dios: "Tú eres mi Madre, y yo soy tu Hijo". El Venerable Bede dice: "El mismo Hijo de Dios, concebido en el seno de la Virgen, sacó su carne de la carne de ella, pues no podía ser hombre, si no tenía un origen humano." Para llegar a ser nuestro Salvador, el Hijo de Dios tenía que hacerse hombre y tener un origen humano; y desde toda la eternidad María había sido destinada a ser Su Madre. Por tanto, María es verdaderamente la Madre de Dios y merece este nombre por derecho de maternidad.
     María, pues, es exaltada por encima de todas las criaturas. La dignidad de Madre de Dios es la más grande, la más sublime que se puede conferir a una criatura. "Dios -dice San Buenaventura- puede crear millones de mundos más grandes y más perfectos que éste; pero no puede crear una dignidad más grande ni más perfecta que la Maternidad divina." "La Maternidad divina", dice el Papa Pío IX, "es la corona de todas las maravillas de Dios". Pero aquella que Dios eligió para ser su propia Madre, debe haber sido hecha por Él de tal manera que sea digna de su respeto y amor inconmensurablemente por encima de cualquier otra criatura. La Madre de Dios debería, pues, ser más pura y más santa que cualquier otra criatura, y, de hecho, debería estar al lado de Dios mismo en pureza y santidad, y debería ser tal que reflejara honor en Dios mismo por tenerla como Madre. Pero tengamos en cuenta que Dios, la Sabiduría infinita, no considera ni pone el acento, como nosotros, en la mera belleza corporal o física, las riquezas terrenales, los vestidos finos, los logros intelectuales, la popularidad, la influencia o la alta posición en la vida, porque todas estas cosas no son más que polvo vil en comparación con la virtud, la inocencia, la santidad y la belleza moral y el valor. Estas virtudes y cualidades espirituales sólo cuentan para Dios y atraen su amor y respeto. Además, la Madre de Dios no podría merecer el respeto, el amor y la veneración de los ángeles y de los hombres que exige su sublime dignidad, si estuviese manchada de ligeras faltas o defectos o sujeta a alguna debilidad moral. Por lo tanto, es necesario que la Madre de Dios sea preservada de toda mancha de pecado o falta, incluso desde el primer momento de su vida, y, además, sea confirmada en gracia y libre de todo pecado durante toda su vida, y, además, esté dotada del más alto grado de gracia, o, como lo expresó el ángel en su saludo, esté siempre "llena de gracia", según su capacidad. Si no fuera así, el desprecio y el asombro resultantes de cualquier debilidad moral o imperfección por su parte, redundaría en perjuicio y deshonra de Dios mismo, por no honrar a Su Madre, como su íntima relación con Él requería. De aquí se sigue también que quienes deliberadamente menosprecian a la Madre de Dios y se niegan a darle el honor debido a su dignidad e íntima relación con Dios, el honor que nos enseña el ejemplo de Dios, tales personas necesariamente desagradan y deshonran a Dios mismo. 
     El Hijo de Dios, como Hijo de María, fue, sin duda, el mejor, el más obediente de los hijos, pues fue en la tierra nuestro Modelo en todas las virtudes. Por eso, ningún hijo honró ni amó a su madre tanto y tan perfectamente como Jesús honró y amó a su Madre María. Un hijo obediente se alegra y regocija mucho al ver que su buena madre es universalmente respetada y estimada, porque considera sus intereses y su bienestar como propios, y hace todo lo que puede para promoverlos, ya que el honor mostrado a su madre redunda en su propio honor. Del mismo modo, Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de María, se complace en ver a todos los que creen en Él, reverenciando, honrando y confiando en su Madre, y lo considera todo como hecho a sí mismo. ¿No dice Él: "Todo lo que hicisteis al más pequeño de los míos, a mí me lo hicisteis" (Mt, 25. 40). ¿No es María incomparablemente más para Jesús, su Hijo, que el más pequeño de sus discípulos? Seguramente no sólo se complace en ver a Su Madre honrada como su sublime dignidad requiere, sino que desea expresamente que le rindamos el debido honor. Y puesto que Él considera que el honor que le damos se lo damos a Él mismo, y puesto que Él es nuestro Modelo en todas las cosas, debemos considerar que Él prescribe el honor que Él mismo le rindió como el modelo del honor que le debemos. De ahí que podamos aplicar aquí a María la pregunta del rey Asuero: "¿Qué se debe hacer con el hombre a quien el rey desea honrar?". (Ester 6. 6). "¿Qué honor debemos tributar a aquella a quien el Hijo de Dios desea honrar?".
     El protestante, como tal, responde: "¡Ningún honor en absoluto, pues honrarla derogaría el honor debido a Dios, y sería una especie de idolatría!". Pero, ¿qué respuesta da la Iglesia católica a esta pregunta? La Iglesia Católica responde cumpliendo la propia profecía de María: "He aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso" (Lc 1, 48). Los Papas, los obispos, los doctores, los santos y los fieles de la Iglesia, desde el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en forma de lenguas ardientes y les permitió fundar la Iglesia, han rivalizado unos con otros en honrar a aquella a quien Dios mismo había llamado "bienaventurada", y le han dado como títulos principales: "La Santísima Virgen, la Madre de Dios". En su honor, la Iglesia católica ha instituido fiestas, ha erigido iglesias y altares, ha hecho uso de las más bellas producciones del arte en pintura, escultura, arquitectura, música; María es honrada en el Oficio Divino, en numerosas oraciones y devociones, en sus santuarios, mediante peregrinaciones, sermones, obras eruditas, sodalicios, el uso de escapularios, medallas, la recitación del AngelusSu nombre es invocado junto al de Jesús, con fe, confianza y amor, tanto en las necesidades espirituales como en las temporales, por los buenos, por los pecadores para la gracia de la conversión, por los enfermos, los afligidos, los moribundos, y todo esto con maravillosos resultados, de modo que son numerosos los hermosos títulos que se le dan en agradecimiento por los favores recibidos por su poderosa intercesión. Es más, son innumerables los que se esfuerzan por imitar sus virtudes y consagran su virginidad como ella a Dios y dedican toda su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los desamparados, al alivio de todos los males que afligen a la pobre naturaleza humana. Y esto no deroga el honor y el amor que debemos a nuestro Divino Salvador; al contrario, la experiencia prueba que los que más aman y honran a María, son los mismos que más aman y honran también a Jesucristo. Además, por mucho que honremos a María, nunca podremos honrarla tanto como Dios mismo la ha honrado. Por eso, del honor que tributamos a María podemos decir: "¡Digna de este honor es aquella a quien el Señor del cielo y de la tierra ha considerado digna de elegir como Madre de su Divino Hijo!


Tomado de:

LA MADRE DE MI SEÑOR: EXPLICACION DE LA SALVE MARIA
Por el Rev. Ferreol Girardey, C.Ss.R.
Publicado por B. Herder, St. Louis, MO., 1916

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