לך אמר לבי בקשו פני את-פניך יהוה אבקש
El texto que acabo de leer está tomado del Salmo 27, en concreto del versículo 8. Muchas Biblias lo traducen algo así como: "Mi corazón te ha dicho: Mi rostro te ha buscado: Tu rostro, Señor, aún buscaré" o incluso: "Tu has dicho: 'Busca mi rostro'. Mi corazón ha dicho: 'Buscaré tu rostro, Señor'", pero lo cierto es que el texto original parece indicar algo más profundo que eso, un texto que yo traduciría así: "Mi corazón -como enviado de Ti- dice: 'Busca su rostro'. Sí, Yahvé, buscaré Tu rostro" Es decir, nuestro corazón habla algo que viene de Dios. El corazón habla las palabras de Dios. ¿Y qué dice el mensaje de Dios en el corazón del hombre? Buscad Mi rostro. Sí, esa es la palabra divina que está en el corazón de cada persona, una palabra que grita: "¡Buscadme!". Esa palabra divina es una gracia concedida gratuitamente a los seres humanos (como se dice en teología: "gratia gratis datos") y, al mismo tiempo, una de las virtudes teologales (es decir, que vienen directamente de Dios) que llamamos Caridad.
San Pablo dice hoy en su carta a los Efesios "sicut elegit nos in ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius in caritate. Qui praedestinavit nos in adoptionem filiorum per Iesum Christum in ipsum: secundum propositum voluntatis suae"(Como nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en caridad. El cual nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, conforme al designio de su voluntad). Vemos aquí, entonces, la idea más básica que debemos tener en mente para vivir una vida cristiana: EL AMOR A DIOS (LA CARIDAD), QUE ES SIGNO DE PREDESTINACIÓN Y GUÍA HACIA EL DESTINO AL QUE LA VOLUNTAD DE DIOS QUIERE CONDUCIRNOS, ES DECIR, HACIA ÉL.
¿Cuál es el objetivo de la vida? Prepararnos para un buen encuentro con Dios. ¿Y cuál es la actitud más básica que debemos tener si queremos conseguirlo? Debemos aprender a confiar en la Voluntad de Dios. Esta "confianza en la Voluntad de Dios" es lo que se llama "Buena Voluntad" y, además, es la fuente de la felicidad, porque la felicidad es "hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace."
Ahora bien, esta "Buena Voluntad" (esta "tierra fértil" que el Señor describió en la Parábola del Sembrador) es, en última instancia, lo que marca la diferencia entre el bien y el mal. La diferencia entre uno y otro radica precisamente en si escuchamos o no la voz de Dios que clama desde lo más profundo de nuestro corazón. Y, como esta ley está grabada en el corazón de todo ser humano, nadie puede fingir ignorancia. Esta ley, que conoce a Dios, que conoce también la distinción entre lo que es bueno y lo que es malo, y que conoce también el propósito que el Todopoderoso tiene para nuestras propias vidas, se encargará un día de mostrarnos hasta qué punto nuestras vidas fueron fieles a la misión con la que Dios nos envió a este mundo.
Hoy, en este día en que conmemoramos al Santísimo Redentor (Patrono de nuestra comunidad religiosa), es importante que hablemos no sólo del amor inestimable que la Santísima Trinidad tuvo al darnos el don de la Redención, sino que también es importante recordar cómo lo hizo (y sigue haciéndolo): TRANSFORMANDO EL MAL EN UN BIEN MAYOR. Si miramos la historia de la humanidad, vemos cómo Dios ha estado presente (desde la creación del primer hombre), prefigurando la redención de la humanidad de innumerables maneras. Él demuestra que, a pesar de la oscuridad y la muerte, es capaz de "hacer nuevas todas las cosas", como Él mismo afirmó. Así, incluso el mayor crimen de la humanidad (el asesinato del ser más perfecto que una vez caminó entre los hijos de Adán), a través del poder de Dios, se transformó en la mayor bendición que la humanidad haya recibido jamás (la Redención).
Sí, Cristo no sólo redimió al ser humano, sino que, extendiendo Su dominio sobre todos los mundos posibles, y mediante Su sacrificio, "hizo nuevas todas las cosas". Él, que se comparó con la serpiente sanadora (representación no sólo del veneno y del sufrimiento, sino también recuerdo de quien lo trajo al mundo, "el antiguo enemigo de los hombres"), extendió Su gracia sanadora sobre toda la realidad natural y dio la posibilidad de la salud y la felicidad eternas a todos los que le miran con fe y confianza, actuando según la voluntad de Dios. El símbolo de la muerte (la serpiente y el Árbol de la Cruz) fue transformado, por nuestro dulce Redentor, en la mayor Gracia para la humanidad.
"Sic enim Deus dilexit mundum" (Porque tanto amó Dios al mundo). Sí, Él amó a toda la creación hasta el punto de probar este amor más grande asumiendo nuestra naturaleza, soportando las consecuencias de la Caída durante toda Su santa vida, y muriendo en una cruz actuando como sacerdote y sacrificio perfecto al mismo tiempo. Sí, sólo en la verdadera Fe el Señor y Rey universal es coronado y cargado con una marca distintiva de las consecuencias del pecado (la misma con la que Adán fue castigado, es decir, espinas) y murió haciendo la paz entre el cielo y la tierra como Sumo Pontífice a través del sacrificio del que Él mismo fue la expiación perfecta.
Cuando los fariseos estaban al pie de la Cruz dijeron: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos. A otros salvó, pero no puede salvarse a sí mismo".
Esa era la prueba que querían, que nuestro Redentor bajara de la cruz. En otras palabras, darnos una religión sin cruz.
Baja y creeremos, decían... pero Él no bajó. ¿Y por qué no bajó? Porque si hubiera bajado, nunca nos habría redimido.
Salvó a otros, pero no puede salvarse a sí mismo...
Por supuesto que no puede. La lluvia no puede salvarse si -para salvar a su hijo- tiene que sacrificarse. Una madre no puede salvarse si -para salvar a su hijo- necesita sacrificarse. Un soldado no puede salvarse a sí mismo si ha de salvar a su país. No es la ley de la debilidad. Es la ley del sacrificio.
A esto se refería precisamente Nuestro Señor cuando dijo: "Nadie tiene mayor amor que éste, que uno dé la vida por sus amigos".
Y la Iglesia expresa hoy este "amor que Dios nos tenía" no sólo con las palabras "Gaudens gaudebo" con el que comienza esta Misa, pero también con el color de la liturgia, que no es rojo, sino blanco, probablemente porque resalta mejor la alegría de la Redención que obtuvimos por Cristo "In quo habemus redemptionem per sanguinem eius" (En quien tenemos redención por su sangre).
Sí, POR SU SANGRE somos el pueblo elegido, el sacerdocio real, la nación consagrada. Somos los herederos de la promesa. Somos los hijos de Dios por la fe. Estamos predestinados a heredar la vida eterna. Las puertas del infierno no prevalecerán. Non praevalebunt!
En resumen, la voluntad de Dios es clara. Nos ha sido dada por Cristo mismo como enseñanza y precepto para obtener la vida eterna. Debemos estar inmensamente agradecidos por este privilegio y responder proporcionalmente a la grandeza del don de la redención que hemos recibido. Dios podría haber abandonado el mundo a las tinieblas, pero decidió rescatarlo.
San Alfonso, bendito padre de los buenos redentoristas, tú que supiste escuchar la voz de Dios que te enviaba a los más abandonados, ayúdanos a desprendernos cada día más del mundo y a lograr que "distacco" de la que tanto hablaste, para que podamos vivir nuestra vida escuchando y haciendo la voluntad de Dios, para que Él nos conceda la gracia de perseverar hasta el final.