Meditación matutina I: El gran pensamiento de la eternidad
Así designó San Agustín el pensamiento de la eternidad: "El Gran Pensamiento" - Magna Cogitatio. Fue este pensamiento el que indujo a tantos solitarios a retirarse a los desiertos; a tantos religiosos, incluso reyes y reinas, a encerrarse en claustros; y a tantos mártires a sacrificar sus vidas en medio de tormentos, para adquirir una eternidad feliz en el Cielo, y evitar una eternidad miserable en el infierno. El bienaventurado Juan de Ávila convirtió a cierta señora con estas dos palabras: "Reflexiona, le dijo, sobre estas dos palabras: Siempre y Nunca." Cierto monje bajó a una tumba para meditar continuamente en la Eternidad, y repetía sin cesar: "¡Oh Eternidad! Eternidad!"
¡Cuántas veces, Dios mío, he merecido la eternidad del infierno! ¡Oh, que nunca te hubiera ofendido! Concédeme el dolor por mis pecados; ten compasión de mí.
El mismo Beato Juan de Ávila dice, que el que cree en la eternidad y no se hace santo, sea encerrado como trastornado. Cuando hayamos llegado a la eternidad no se tratará de que residamos en una casa más o menos cómoda, o más o menos ventilada: se tratará de que habitemos en un palacio rebosante de delicias, o en un abismo de tormentos sin fin. ¿Y por cuánto tiempo? No por cuarenta o cincuenta años, sino para siempre, mientras Dios sea Dios. A los santos, para obtener la salvación, les parecía poco entregar toda su vida a la oración, a la penitencia y a la práctica de las buenas obras. ¿Y qué hacemos nosotros con el mismo fin?
¡Oh Dios mío! Ya han pasado muchos años de mi vida; ya se acerca la muerte, y ¿qué he hecho hasta ahora por Ti? Dame luz y fuerza para dedicar el resto de mis días a Tu servicio. Demasiado, ¡ay! te he ofendido; deseo amarte de ahora en adelante.
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