Meditación matutina: Consideraciones sobre el Estado religioso - III
Considera la cuenta que tendrá que rendir a Jesucristo en el Día del Juicio quien no siga su Vocación.
La gracia de la Vocación es una gracia muy rara que Dios concede sólo a unos pocos. Pero cuanto mayor sea la gracia, mayor será la indignación del Señor contra quien no la corresponda. Él es el Señor. Cuando Él llama desea ser obedecido, y obedecido con prontitud.
Meditación I:
La gracia de la vocación al estado religioso no es una gracia ordinaria; es una gracia muy rara, que Dios concede sólo a unos pocos. No lo ha hecho con todas las naciones. - (Sal. cxlvii., 20). ¡Oh, cuánto mayor es esta gracia, ser llamado a una vida perfecta, y llegar a ser uno de la casa de Dios, que si uno fuera llamado a ser el rey de cualquier reino en esta tierra! Porque ¿qué comparación puede haber entre un reino temporal en esta tierra y el reino eterno del Cielo?
Pero cuanto mayor sea la gracia, mayor será la indignación del Señor contra quien no la haya correspondido, y más riguroso será su juicio en el día de la rendición de cuentas. Si un rey llamase a su palacio real a un pobre pastor, para que le sirviese entre los nobles de su corte, ¿cuál no sería la indignación del rey si rehusase tal favor por no querer dejar su pobre choza y su pequeño rebaño? Dios conoce bien el valor de sus gracias, y por eso castiga con severidad a quienes las desprecian. Él es el Señor; cuando llama quiere ser obedecido, y obedecido con prontitud.
Oh Señor, Tú me has mostrado tal exceso de bondad como para elegirme de entre tantos otros, para servirte en Tu propia Casa con Tus siervos más amados. Sé cuán grande es esa gracia, y cuán indigno de ella he sido. He aquí que ahora estoy dispuesto a corresponder a un amor tan grande. Te obedeceré. Ya que has sido tan generoso conmigo como para llamarme cuando yo no te buscaba, y cuando era tan ingrato, no permitas que te ofrezca ese mayor exceso de ingratitud que es abrazar de nuevo a mi enemigo, el mundo, en el que hasta ahora he perdido tantas veces tu gracia y mi salvación eterna, y abandonar así a Ti, que has derramado tu sangre y has dado tu vida por mí. Ya que me has llamado, dame también la fuerza para corresponder a la llamada. Ya he prometido obedecerte. Te lo prometo de nuevo, pero sin la gracia de la perseverancia no puedo serte fiel. Esta perseverancia te la pido a Ti, y por tus propios méritos la deseo y espero obtenerla.
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