Meditación matutina: Consideraciones sobre el estado religioso - XI
Considera cuánto deben confiar los religiosos en el patrocinio de María.
La divina Madre ama a todos los hombres. ¿Cuánto, pues, no ama esta gran Reina a los religiosos que han consagrado su libertad, su vida y su todo al amor de Jesucristo, su Hijo? Mi felicidad en esta tierra, oh María, será servirte, bendecirte y amarte.
Meditación I:
Si es verdad, y muy verdad, por cierto, que, como enseña San Pedro Damián, la divina Madre, María santísima, ama a todos los hombres con tal afecto que, después de Dios, no hay ni puede haber quien la supere o iguale en su amor: "Nos ama con un amor invencible": ¿cuánto debemos pensar que ama esta gran Reina a los Religiosos, que han consagrado su libertad, su vida y su todo al amor de Jesucristo? Ella ve bien que la vida de las Religiosas es más conforme a su propia vida, y a la de su divino Hijo; las ve a menudo ocupadas en alabarla, y continuamente atentas a honrarla con sus Novenas, Visitas, Rosarios, Ayunos, etc. Los ve a menudo a sus pies, atentos a invocar su ayuda, pidiéndole gracias, y gracias todas conformes a sus santos deseos; es decir, la gracia de la perseverancia en el servicio divino, de la fortaleza en sus tentaciones, del desprendimiento de este mundo y del amor de Dios. ¡Ah, cómo dudar de que emplea todo su poder y misericordia en beneficio de los Religiosos, y especialmente de los que pertenecen a esta santa Congregación del Santísimo Redentor, en la que como es bien sabido, hacemos especial profesión de honrar a la Virgen Madre con Visitas, con mortificaciones los sábados y durante sus Novenas, etc., y promoviendo en todas partes la devoción a ella con sermones y Novenas!
Te doy gracias, oh María, abogada mía, porque a ti debo esta gran misericordia de estar consagrado a Jesucristo en la Religión. Ayúdame a no ser ingrato a ese Dios que tanto me ha amado. Muera yo antes que ser infiel a su santa gracia. Oh María, a ti encomiendo mi alma; tú has de salvarla. Te amo, oh Reina mía, y espero amarte siempre. He aquí que pongo toda mi confianza en tu clemencia; no dejes de socorrerme en todas mis necesidades. Tú eres mi esperanza, oh María; todo lo espero por tu poderosa intercesión.
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