MEDITACIONES DIARIAS: CUARTA SEMANA DESPUÉS DE EPIFANÍA

Meditación matutina:  PELIGROS PARA NUESTRA SALVACIÓN ETERNA

     Cuando entró en la barca, sus discípulos le siguieron, y he aquí que se levantó una gran tempestad en el mar. - (Evangelio del domingo. Mat. viii., 23-27).
     La barca en el mar representa al hombre en el mundo. Como un barco está expuesto a mil peligros, - a piratas, a arenas movedizas, a rocas ocultas y a tempestades, así el hombre en esta vida está rodeado de peligros. ¿Quién podrá librarnos? Sólo Dios:  Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el que la guarda. - (Sal. cxxvi., 2).

Meditación I:
     En el Evangelio de este día encontramos que cuando Jesucristo entró en la barca con sus discípulos, se levantó una gran tempestad, de modo que la barca estuvo a punto de perderse. Durante la tempestad el Salvador dormía; pero los discípulos, aterrorizados por los vientos, corrieron a despertarle y le dijeron: Señor sálvanos: perecemos. Jesús les infundió valor diciéndoles: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Y levantándose, mandó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.
     La barca en el mar representa al hombre en este mundo. Como una barca en el mar está expuesta a mil peligros: a los piratas, a las arenas movedizas, a las rocas ocultas y a las tempestades, así el hombre en esta vida está rodeado de peligros que provienen de las tentaciones del infierno, de las ocasiones de pecado, de los escándalos o malos consejos de los hombres, del respeto humano y, sobre todo, de las malas pasiones de la naturaleza corrompida, representadas por los vientos que agitan el mar y exponen a la barca a un gran peligro de perderse.
    Así, como dice San León, nuestra vida está llena de peligros, de asechanzas y de enemigos. El primer enemigo de la salvación de todo cristiano es su propia corrupción.  Todo hombre es tentado por su propia concupiscencia, siendo atraído y seducido. - (Santiago i., 14).
     Junto con las inclinaciones corruptas que viven en nosotros y nos arrastran al mal, tenemos muchos enemigos de fuera que luchan contra nosotros. Tenemos a los demonios, con los que la contienda es muy difícil, porque son más fuertes que nosotros. Por eso, porque tenemos que contender con enemigos poderosos, San Pablo nos exhorta a armarnos con la ayuda divina: Vestíos de la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de este mundo de tinieblas, contra espíritus de maldad en las regiones celestes.... - (Efes. vi., 11). El demonio, según San Pedro, es un león que anda continuamente por ahí, rugiendo por la rabia y el hambre que le impulsan a devorar nuestras almas.  Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. - (1 Pet. v., 8).
     Incluso los mismos hombres con quienes debemos conversar ponen en peligro nuestra salvación. Nos persiguen o nos traicionan, o nos engañan con sus halagos y malos consejos. San Agustín dice que entre los fieles hay en todas las profesiones hombres engañosos. Ahora bien, si una fortaleza estuviera llena de rebeldes por dentro y rodeada de enemigos por fuera, ¿quién no la daría por perdida? Tal es la condición de cada uno de nosotros mientras vivamos en este mundo. ¿Quién podrá librarnos de tantos enemigos poderosos? Sólo Dios: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila quien la guarda. - (Sal. cxxvi., 2).

 

Meditación II:


Lectura espiritual:  "SEÑOR SÁLVANOS: PERECEMOS"


Meditación vespertina:  LA MUERTE DEL JUSTO

Meditación I: 

Meditación II: 

Meditación matutina:  LA MUERTE DEL JUSTO ES UNA VICTORIA

     La vida presente es una guerra incesante con el infierno, en la que estamos en constante peligro. La noticia de su próxima muerte llenó de consuelo a los santos. Sabían que sus luchas y peligros pronto tendrían fin y que pronto estarían en posesión segura de la suerte feliz en la que nunca más podrían perder a Dios.

Meditación I:
     Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos, y la muerte no será más. - (Apoc. xxi., 4). Entonces, al morir, el Señor enjugará de los ojos de sus siervos todas las lágrimas que derramaron en este mundo, donde vivieron en medio de temores, de peligros y de combates con el infierno. El mayor consuelo que un alma que ha amado a Dios experimentará al oír la noticia de la muerte, provendrá del pensamiento de que pronto será librada de los muchos peligros de ofender a Dios a que está expuesta en esta vida, de tantos problemas de conciencia y de tantas tentaciones del demonio. La vida presente es una guerra incesante con el infierno, en la que estamos en continuo peligro de perder el alma y a Dios. San Ambrosio dice que en esta vida andamos entre asechanzas. Caminamos continuamente entre las trampas de los enemigos que nos acechan para privarnos de la vida de la gracia. Fue este peligro el que hizo decir a San Pedro de Alcántara al morir a un Religioso que, al asistir al Santo, le tocó accidentalmente: "Hermano, aparta, aparta de mí; que aún vivo, y estoy en peligro de perderme". El pensamiento de verse libre por la muerte del peligro del pecado consolaba a Santa Teresa, y la hacía alegrarse cuantas veces oía sonar el reloj, de que había pasado otra hora del combate. Por eso decía: "En cada momento de la vida puedo pecar y perder a Dios". De aquí que la noticia de su próxima muerte llenaba de consuelo a los Santos, porque sabían que sus luchas y peligros habían de tener pronto fin, y que pronto estarían en segura posesión de aquella feliz suerte en que nunca más podrían perder a Dios.
     Se cuenta en las Vidas de los Padres, que uno de ellos que era muy anciano, al morir, sonreía mientras los demás lloraban. Cuando le preguntaron por qué sonreía, respondió: "¿Y por qué lloráis al verme ir a descansar?". Igualmente Santa Catalina de Siena en sus últimos momentos dijo: "Alegraos conmigo, porque dejo esta tierra de dolores y voy a un lugar de paz". Si, dice san Cipriano, vivieras en una casa cuyas paredes, techo y suelo se tambalean y amenazan destrucción, ¡con cuánto ardor desearías huir de ella! En esta vida todo amenaza la ruina del alma; el mundo, el infierno, las pasiones, los sentidos rebeldes, todo nos atrae al pecado y a la muerte eterna.
     En tus manos encomiendo mi espíritu; Tú me has redimido, Señor, Dios de verdad.. - (Sal. xxx., 6). Ah, mi dulce Redentor, ¿qué habría sido de mí si me hubieras privado de la vida cuando estaba lejos de Ti? Ahora estaría en el infierno, donde nunca podría amarte. Te doy gracias por no haberme abandonado y por haberme concedido tantas gracias para ganar mi corazón. Siento haberte ofendido. Te amo sobre todas las cosas. Te ruego que me hagas siempre consciente del mal que he hecho al despreciarte y del amor que merece tu infinita bondad. Te amo y deseo morir pronto, si tal es tu voluntad, para librarme del peligro de volver a perder tu gracia y estar seguro de amarte para siempre.

Meditación II:


Lectura espiritual: HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE:  3. - San Sebastián, oficial del ejército de Diocleciano. (20 de enero)


Meditación vespertina:  LA PACIENCIA DE DIOS EN LA ESPERA DE LOS PECADORES

Meditación I: 

Meditación II: 

Meditación matutina:  DE LA VIDA JUSTA NO SE QUITA, SINO QUE SÓLO SE CAMBIA POR UNA MEJOR

     Quien desea ver a Dios debe necesariamente atravesar las puertas de la muerte. La muerte es el fin del trabajo y la puerta de la vida, dice San Bernardo.  Esta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella.

Meditación I:
     La muerte no es sólo el final de los trabajos, sino también la puerta de la vida. Quien desee ver a Dios debe pasar necesariamente por esta puerta.  Esta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. - (Sal. cxvii., 20). San Jerónimo suplicó a la muerte que le abriera sus puertas: Aperi mihi, soror mea. Muerte, hermana mía, si no me abres la puerta, no podré entrar a gozar de mi Señor. Viendo en su casa un cuadro en el que la muerte estaba representada con un cuchillo en la mano, San Carlos Borromeo mandó llamar a un pintor, y le ordenó que sustituyera el cuchillo por una llave de oro, para que se inflamara cada vez más en el deseo de la muerte, que abre el Paraíso y nos admite a la visión de Dios.
     Si, dice San Juan Crisóstomo, un rey hubiera preparado para uno de sus súbditos apartamentos en su propio palacio, pero durante un tiempo le obligara a vivir en una tienda de campaña, con cuánto ardor suspiraría el vasallo por que llegara el día en que abandonara la tienda para entrar en el palacio. En esta vida el alma, estando en el cuerpo, está como confinada en una prisión que debe abandonar para entrar en el palacio celestial. Por eso David rogó al Señor para sacar su alma de la cárcel. - (Sal. cxl., 8). Cuando el santo Simeón tuvo en sus brazos al Niño Jesús, no pidió otra gracia que la de ser liberado de la prisión de la vida presente.  Ahora despides a tu siervo, Señor.(Lucas II, 29). "Como detenido por la necesidad, él", dice San Ambrosio, "ruega ser despedido". El Apóstol deseaba la misma gracia cuando dijo: Estoy angustiado, deseando disolverme y estar con Cristo.. - (Fil. i., 23).
     ¡Cuán grande fue la alegría del copero de Faraón cuando oyó decir a José que pronto sería rescatado de la prisión y restituido a su puesto! Y un alma que ama a Dios, ¿no exultará de alegría al oír que pronto será liberada de la prisión de esta tierra e irá a gozar de Dios?  Mientras estamos en el cuerpo estamos ausentes del Señor. - (2 Cor. v., 6). Mientras el alma está unida al cuerpo, se encuentra a distancia de la visión de Dios, como en tierra extraña y excluida de su verdadera patria. De ahí que, según San Bruno, la salida del alma del cuerpo no deba llamarse muerte, sino comienzo de la vida.
     Oh Dios de mi alma, hasta ahora te he deshonrado dándote la espalda, pero tu Hijo te ha honrado ofreciéndote el sacrificio de su vida en la cruz. Por el honor que Tu amado Hijo Te ha dado, perdona la deshonra que Te he hecho. Me arrepiento, oh Soberano Bien, de haberte ofendido, y prometo no amar en adelante más que a Ti. De Ti espero la salvación: todo lo bueno que hay en mí actualmente es fruto de Tu gracia; a Ti lo atribuyo todo.  Por la gracia de Dios, soy lo que soy. - (1 Cor. xv., 10). Si hasta ahora te he deshonrado, espero honrarte en el cielo bendiciendo y alabando eternamente tu misericordia.

Meditación II:


Lectura espiritual:  HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE:  4. - Santa Inés, Virgen. (21 de enero)


Meditación vespertina:  SÓLO EN DIOS SE ENCUENTRA LA VERDADERA PAZ

Meditación I: 

Meditación II: 

Meditación matutina:  LOS JUSTOS NO TIENEN NADA QUE TEMER A LA MUERTE

     El infierno no cesará de atacar y tentar incluso a los Santos en la hora de su muerte. Pero también es cierto que Dios no cesará de asistir y multiplicar las ayudas a sus fieles siervos.  Las almas de los justos están en manos de Dios y el tormento de la muerte no las tocará. - (Wis. iii., 1).

Meditación I:
     Las almas de los justos están en manos de Dios. Si Dios tiene en sus manos las almas de los justos, ¿quién podrá arrebatárselas? Es cierto que el infierno no cesa de tentar y atacar incluso a los santos en la hora de la muerte; pero también es cierto que Dios no cesa de asistir y multiplicar los auxilios a sus fieles siervos, cada vez que aumenta su peligro. "Hay mayor ayuda", dice San Ambrosio, "donde hay mayor peligro, porque Dios es Auxiliador a su debido tiempo." El siervo de Eliseo fue presa del terror cuando vio la ciudad rodeada de enemigos; pero el Santo le infundió valor, diciendo: No temas, porque hay más con nosotros que con ellos. - (4 Reyes vi., 16). Luego le mostró un ejército de Ángeles enviados por Dios para defender la ciudad. El diablo vendrá a tentar al cristiano moribundo, pero su Ángel Guardián vendrá a fortalecerle; vendrán sus santos abogados. Vendrá San Miguel a quien Dios ha designado para defender a sus fieles siervos en su último combate con el infierno; la Divina Madre ahuyentará a los demonios y protegerá a su siervo; sobre todo, Jesucristo vendrá a proteger contra toda tentación del infierno, a la oveja inocente o penitente por cuya salvación dio su vida. Él dará la confianza y la fuerza que el alma necesitará en la última lucha contra sus enemigos. Por eso, llena de valor dirá: El Señor se ha convertido en mi ayudante. - (Sal. xxix., 11).  El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? - (Sal. xxvi., 1). Dios, dice Orígenes, es más solícito por nuestra salvación de lo que el diablo es ansioso por nuestra perdición; porque el Señor ama nuestras almas mucho más de lo que el diablo las odia.
     Dios es fieldice el Apóstol, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis. - (1 Cor. x., 13). Pero diréis: Muchos Santos han muerto con gran temor de perderse. Yo respondo: No tenemos sino pocos ejemplos de personas que, después de llevar una vida santa, murieron temiendo por su salvación eterna. Para purificarlos a la hora de la muerte de algún defecto, Dios permite a veces que las almas santas sean perturbadas por tales temores. Pero generalmente los siervos de Dios han muerto con semblante alegre. En la muerte el Juicio de Dios excita el temor en todos; pero si los pecadores pasan del terror a la desesperación, los Santos se elevan del temor a la confianza. San Antonino cuenta que, en una grave enfermedad, San Bernardo temblaba por miedo al Juicio y estaba tentado de desesperar. Pero pensando en los méritos de Jesucristo, ahuyentó todo temor, diciendo a su Salvador: ¡Tus heridas son mis méritos! ¡Vulnera tua, merita mea!  San Hilarión también fue presa del miedo; pero dijo: "¡Adelante, alma mía! ¿Qué temes? Durante casi setenta años has servido a Cristo, ¿y ahora temes a la muerte?". Alma mía, ¿qué temes? ¿No has servido a un Dios que es fiel y no sabe abandonar en la muerte al cristiano que le ha sido fiel durante la vida?
     Ah, Jesús mío, ¿cuándo llegará el día en que pueda decir: ¡Dios mío, nunca podré perderte! ¿Cuándo Te veré cara a cara, y estaré seguro de amarte con todas mis fuerzas por toda la eternidad? Ah, mi Soberano Bien, mi único Amor, mientras tenga vida estaré en peligro de ofenderte y de perder tu gracia. Hubo un tiempo desgraciado en que no Te amé, sino que, por el contrario, desprecié Tu amor. Lo lamento con toda mi alma y espero que ya me hayas perdonado. Ahora te amo con todo mi corazón, y deseo hacer todo lo que esté en mi poder para amarte y agradarte.

Meditación II:


Lectura espiritual: HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE:  5. - San Vicente, Diácono. (22 de enero)


Meditación vespertina:  DEBEMOS TENER EN CUENTA SÓLO A DIOS

Meditación I: 

Meditación II: 

Meditación matutina:  LOS JUSTOS MUEREN EN UNA DULCE PAZ

     A los ojos de los insensatos, los siervos de Dios parecen morir, como los mundanos, con pena y desgana. Pero Dios sabe consolar a sus hijos incluso en medio de los dolores de la muerte.  A los ojos de los insensatos parecían morir, y su partida se tomaba por miseria, y su alejamiento de nosotros por destrucción total; pero están en paz.... - (Wis. iii., 1).

Meditación I:
     Las almas de los justos están en manos de Dios. . . A los ojos de los imprudentes parecían morir, y su partida era tomada por miseria. A los ojos de los insensatos, los siervos de Dios parecen morir, como los mundanos, con pena y desgana. Pero Dios sabe muy bien cómo consolar a sus hijos en sus últimos momentos; y, aun en medio de los dolores de la muerte, infunde en sus almas ciertas dulzuras, como un anticipo del Paraíso, que pronto les concederá. Así como los que mueren en pecado comienzan a experimentar en el lecho de muerte un cierto anticipo del infierno, remordimientos y terrores y accesos de desesperación, así, por otra parte, los Santos, por los frecuentes actos de amor divino que entonces hacen, por su ardiente deseo y firme esperanza de poseer pronto a Dios, comienzan a sentir aquella paz que después disfrutarán plenamente en el Cielo. Para los santos la muerte no es un castigo, sino una recompensa.
     Cuando dé sueño a su amada, he aquí la heredad del Señor. - (Sal. cxxvi., 2). La muerte del cristiano que ama a Dios se llama, no muertepero dormir. Así podrá decir: En paz en el mismo dormiré y descansaré. - (Sal. iv., 9).
     El Padre Suárez murió con tanta paz, que en sus últimos momentos exclamó: "Nunca pude imaginar que la muerte fuera tan dulce". Cuando el cardenal Baronius fue aconsejado por su médico para que no fijara tanto sus pensamientos en la muerte, dijo: "Tal vez piense que le temo a la muerte. No la temo, sino al contrario, la amo". Al ir a la muerte por la Fe, el Cardenal de Rochester se puso sus mejores ropas, diciendo que iba a una fiesta nupcial. Por lo tanto, a la vista del patíbulo arrojó su bastón y dijo: ¡Ite, pede; parum a Paradiso distamus! ¡Date prisa, oh pies míos! ¡No estamos lejos del Paraíso!  Antes de morir entonó el "Te Deum", para dar gracias a Dios por haberle concedido la gracia de morir mártir por la santa Fe; y, lleno de gozo, apoyó la cabeza en el tajo.
     Ah, mi supremo Bien, mi Dios, si en el pasado no te he amado, ahora me vuelvo a Ti con toda mi alma. Me despido de todas las criaturas y te elijo a Ti, mi amabilísimo Señor, como único objeto de mi amor. Dime lo que deseas de mí: Haré todo lo que desees. Ya te he ofendido bastante: quiero pasar todos los momentos que me quedan de vida complaciéndote.

Meditación II:


Lectura espiritual:  HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE:  6. - San Policarpo, obispo de Esmirna (26 de enero)


Meditación vespertina:  DEBEMOS SUFRIRLO TODO PARA AGRADAR A DIOS

Meditación I: 

Meditación II: 

Meditación matutina:  EL JUICIO PARTICULAR: EL ALMA CULPABLE ANTE SU JUEZ

     Todos debemos ser manifestados ante el Tribunal de Cristo. - (2 Cor. v., 10).
    Oh, ¡cuán grande será el terror del alma la primera vez que vea al Redentor, y contemple Su semblante lleno de ira!  ¿Quién podrá hacer frente a su indignación?  San Bernardo dice que el alma pecadora sufrirá más al ver la indignación de Jesucristo que en el mismo infierno.

Meditación I:
     Todos debemos ser manifestados ante el tribunal de Cristo.
     
Es opinión común de los Teólogos, que el Juicio Particular tiene lugar en el momento mismo de la muerte; y que en el mismo lugar en que el alma se separa del cuerpo, es juzgada por Jesucristo, que no enviará a otro, sino que vendrá Él mismo a juzgarla según sus obras.  A qué hora no pensáis que vendrá el Hijo del hombre. - (Lucas xii., 40). "Vendrá", dice San Agustín, "en amor a los buenos, en terror a los impíos". ¡Oh! ¡cuán grande será el terror del alma la primera vez que vea al Redentor y su semblante lleno de ira!  Quiéndice el profeta Nahum, ...¿podrá hacer frente a su indignación? - (i., 6). Este pensamiento hizo temblar al padre Luis de Ponte hasta el punto de estremecer las paredes de la celda en la que yacía. Al oír la Dies Irae cantado, y reflexionando sobre el terror del alma cuando es presentada ante el tribunal de Jesucristo, el Venerable Juvenal Ancina tomó la resolución de abandonar el mundo. Y esta resolución la llevó a cabo. La vista de la ira del Juez anunciará la sentencia.  La ira del rey es como mensajeros de la muerte. - (Prov. xvi., 14). San Bernardo dice que el alma sufrirá más viendo la indignación de Jesucristo que en el mismo infierno. Cuando son llevados ante un juez terrenal, se sabe que los criminales transpiran con un sudor frío. Tal fue la confusión que sintió Piso ante la idea de tener que comparecer como criminal ante el Senado, que se suicidó. ¡Cuán grande es el dolor de un niño, o de un vasallo, al comparecer ante un padre enojado o un soberano enfurecido! ¡Oh, cuánto mayor será el dolor y la confusión del alma cuando contemple a Jesucristo enfurecido contra ella por los insultos que le ofreció en vida!  Mirarán al que traspasaron. - (Jo. xix., 37). El alma verá en la ira al Cordero que la soportó tan pacientemente durante la vida, y que no hay esperanza de aplacar Su ira. Esto hará que el alma invoque a los montes que caigan sobre ella para ocultarla de la furia de la ira del Cordero. - (Apoc. vi., 16). Hablando del Juicio, San Lucas dice: Entonces verán al Hijo del hombre. - (Lucas xxi., 27). ¡Oh! ¡qué dolor excitará en el alma del pecador la vista del Juez en forma de hombre! La visión de un Hombre-Dios que murió por su salvación le reprochará su ingratitud.
     Oh Jesús mío, siempre Te llamaré Jesús¡! Tu Nombre me consuela y me anima, porque me recuerda que Tú eres mi Salvador que moriste por mi salvación. Contémplame a Tus pies. Reconozco que he merecido el infierno tantas veces como te he ofendido con el pecado mortal. Soy indigno de perdón, pero Tú has muerto para merecer mi perdón. Perdóname, pues, inmediatamente, oh Jesús mío, antes de que vengas a juzgarme. No podré entonces pedirte perdón; ahora puedo pedírtelo a Ti, y lo espero.

Meditación II:


Lectura espiritual:  HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE:  7. - San Fructuoso, obispo de Tarragona, y sus dos diáconos, san Augurio y san Eulogio. (21 de enero)


Meditación vespertina: "SE LE OFRECIÓ PORQUE ERA SU PROPIA VOLUNTAD". - (Is. liii., 7)

Meditación I: 

Meditación II: 

Meditación matutina:  MARÍA ES LA ESPERANZA DE TODOS

     No hay pecador, por abandonado que esté por Dios, para quien María no obtenga gracia y misericordia con sólo invocar su ayuda. Como el imán atrae el hierro, así Ella atrae hacia sí y hacia Dios los corazones más duros. Oh, si los pecadores recurrieran a María con la determinación de enmendar su vida, ¿quién estaría perdido?

Meditación I:
     Denis el Cartujo dice que María es, de manera especial, la abogada de los pecadores, porque los culpables están más necesitados de socorro que los inocentes; por eso la llama abogada de todos los pecadores que invocan su intercesión. Y antes que él, San Juan Damasceno llamó a María "la ciudad de refugio para todos los que vuelan a ella". De ahí que San Buenaventura diga: "Pobres pecadores abandonados, no desesperéis, levantad los ojos a María", y confortaos, confiando en la clemencia de esta buena Madre, pues Ella os rescatará del naufragio que habéis sufrido y os conducirá al puerto de la salvación. Digamos, pues, con Santo Tomás de Villanueva: "Oh Virgen santa, ya que eres la abogada de los miserables, asístenos a nosotros, que somos los más miserables de todos." "Pidamos, dice San Bernardo, la gracia, y pidámosla por María". La gracia que hemos perdido, ella la ha encontrado, dice Ricardo de San Lorenzo; acudamos, pues, a ella para recuperarla. Cuando el Arcángel Gabriel anunció a María que Dios la había elegido para ser la Madre del Verbo, le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia en Dios.. - (Lucas i., 30). Pero, ¿cómo puede ser eso? María nunca estuvo privada de la gracia; al contrario, siempre estuvo lleno de gracia. ¿Cómo, entonces, pudo el Ángel decir que ella había encontró la gracia? El Cardenal Hugo responde, que ella no encontró la gracia para sí misma, porque siempre la poseyó, sino que la encontró para nosotros que la habíamos perdido miserablemente. Por eso dice que, para recuperarla, debemos acudir a María y decirle: Oh Señora, la propiedad debe ser restituida a quien la ha perdido; a nosotros, pues, debes devolvérnosla. "Los pecadores, que por el pecado han perdido la gracia divina, corran, corran a la Virgen, y díganle con confianza: Devuélvenos la propiedad que has encontrado".
     Oh, si todos los pecadores recurrieran a María con la determinación de enmendar sus vidas, ¿quién estaría perdido? Los que no recurren a María están perdidos. Santa Brígida oyó a nuestro Salvador decir a su Madre: "Tú mostrarías misericordia incluso al diablo si él te la pidiera con humildad". El orgulloso Lucifer nunca se humillará hasta el punto de encomendarse a María; pero si se humillara ante esta divina Madre y le pidiera ayuda, ella no lo desecharía, sino que lo libraría del infierno por su intercesión. Con esto Jesús nos da a entender que María obtiene la salvación para todos los que recurren a ella.

Meditación II:


Lectura espiritual: HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE:  8. - San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla. (27 de enero)


Meditación vespertina:  JUICIO DESPUÉS DE LA MUERTE

Meditación I: 

Meditación II: