NOVENA DE NAVIDAD DE SAN ALFONSO

Esta Novena, publicada en 1758, fue traducida del italiano de San Alfonso María de Ligorio. Cuando se utiliza para preparar la Navidad, se reza durante nueve días, del 16 al 24 de diciembre, pero estas oraciones pueden ofrecerse en cualquier momento del año para meditar sobre la Divina Infancia de Nuestro Señor Jesucristo.

Por haberse rebelado contra Dios, nuestro primer padre Adán fue expulsado del paraíso y atrajo sobre sí y sobre todos sus descendientes el castigo de la muerte eterna. Pero el Hijo de Dios, viendo al hombre así perdido y queriendo salvarlo de la muerte, se ofreció a tomar sobre sí nuestra naturaleza humana y a sufrir Él mismo la muerte, condenado como un criminal en una cruz. "Pero, Hijo mío", podemos imaginar que le dijo el Padre eterno, "piensa en la vida de humillaciones y sufrimientos que tendrás que llevar en la tierra. Tendrás que nacer en un frío establo y ser acostado en un pesebre, el comedero de las bestias. Siendo todavía un niño. Tendrás que huir a Egipto, para escapar de las manos de Herodes. Después de Tu regreso de Egipto, tendrás que vivir y trabajar en una tienda como un humilde siervo, pobre y despreciado. Y finalmente, agotado por los sufrimientos, tendrás que entregar Tu vida en una cruz, avergonzado y abandonado por todos". "Padre -responde el Hijo-, todo esto no importa. Con gusto lo soportaré todo, con tal de salvar al hombre".

¿Qué diríamos si un príncipe, por compasión hacia un gusano muerto, decidiera convertirse él mismo en gusano y diera su propia sangre vital para devolver la vida al gusano? Pero el Verbo eterno ha hecho infinitamente más que eso por nosotros, a pesar de ser el Señor soberano del mundo. Eligió hacerse semejante a nosotros, que estamos inconmensurablemente más por debajo de Él que un gusano por debajo de un príncipe, y estuvo dispuesto a morir por nosotros para devolvernos la vida de la gracia divina que habíamos perdido por el pecado. Cuando vio que todos los demás dones que nos había concedido no bastaban para inducirnos a corresponder a su amor con amor. Él mismo se hizo hombre y se entregó todo a nosotros. "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"; "Nos amó y se entregó por nosotros".

Oración

Oh Gran Hijo de Dios, Te has hecho hombre para hacerte amar por los hombres. Pero, ¿dónde está el amor que los hombres Te dan a cambio? Tú has dado la sangre de tu vida para salvar nuestras almas. ¿Por qué, pues, somos tan poco agradecidos que, en vez de corresponderte con amor, te desdeñamos con ingratitud? Y yo, Señor, yo mismo más que otros te he maltratado así. Pero tu Pasión es mi esperanza. Por ese amor que Te llevó a tomar sobre Ti la naturaleza humana y a morir por mí en la cruz, perdóname todas las ofensas que te he hecho.

Te amo, oh Verbo encarnado; Te amo, oh bondad infinita. Por amor a Ti, Dios mío, siento tanto todas las injurias que Te he hecho, que podría morir de pena por estas ofensas. Dame, oh Jesús, tu amor. Que no viva más en el ingrato olvido del amor que Tú me tienes. Deseo amarte siempre. Concédeme perseverar siempre en este santo deseo.

Oh María, Madre de Dios y Madre mía, ruega por mí para que tu Hijo me dé la gracia de amarle siempre, hasta la muerte. Amén.

Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros. Podía haber venido a la tierra como hombre adulto desde el primer momento de su existencia humana, como Adán cuando fue creado. Pero como la vista de los niños pequeños nos atrae especialmente a amarlos, Jesús eligió hacer Su primera aparición en la tierra como un pequeño infante, y de hecho como el infante más pobre y lastimoso que jamás haya nacido. "Dios quiso nacer como un niño pequeño", escribió San Pedro Crisólogo, "para enseñarnos a amarle y a no temerle". El profeta Isaías había predicho mucho antes que el Hijo de Dios iba a nacer como un niño de pecho y así se entregaría a nosotros por el amor que nos tenía: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado".

Jesús mío, Dios supremo y verdadero. ¿Qué Te ha atraído del cielo para nacer en un frío establo, sino el amor que nos tienes a los hombres? ¿Qué Te ha atraído del seno de Tu Padre, para colocarte en un duro pesebre? ¿Qué Te ha traído de Tu trono sobre las estrellas, para recostarte sobre un poco de paja? ¿Qué Te ha llevado de en medio de los nueve coros de ángeles, para ponerte entre dos animales? Tú, que inflamas a los serafines con fuego santo, ahora tiemblas de frío en este establo. Tú, que pones en movimiento las estrellas del cielo, ahora no puedes moverte a menos que otros Te lleven en brazos. Tú, que das de comer a los hombres y a las bestias, ahora necesitas un poco de leche para vivir. Tú, que eres la alegría del cielo, ahora gimoteas y lloras de sufrimiento. Dime quién te ha reducido a tal miseria: "El amor lo ha hecho", dice San Bernardo. El amor que nos tienes a los hombres te ha traído todo esto.

Oración

¡Queridísimo Niño! Dime, ¿a qué has venido a la tierra? Dime, ¿a quién buscas? Sí, ya lo sé. Has venido a morir por mí, para salvarme del infierno. Has venido a buscarme a mí, la oveja perdida, para que, en vez de huir más de Ti, descanse en tus brazos amorosos. ¡Ah Jesús mío, mi tesoro, mi vida, mi amor y mi todo! ¿A quién amaré sino a Ti? ¿Dónde puedo encontrar un padre, un amigo, un esposo más amoroso y amable que Tú?

Te amo, mi Dios querido; Te amo, mi único bien. Me arrepiento de los muchos años en que no Te he amado, sino que Te he despreciado y ofendido. Perdóname, oh mi amado Redentor; porque siento haberte tratado así, y lo lamento de todo corazón. Perdóname, y dame la gracia de no apartarme nunca más de Ti, sino de amarte constantemente en todos los años que me quedan por delante en esta vida. Amor mío, me entrego enteramente a Ti; acéptame y no me rechaces como merezco.

Oh María, tú eres mi abogada. Por tus oraciones obtienes de tu Hijo lo que quieras. Ruégale, pues, que me perdone y me conceda la santa perseverancia hasta la muerte. Amén.

Dios dispuso que, en el momento en que Su Hijo iba a nacer en esta tierra, el emperador romano emitiera un decreto ordenando que todo el mundo fuera al lugar de su origen y allí se inscribiera en el censo. Así sucedió que, obedeciendo este decreto, José se dirigió a Belén junto con su esposa virgen, cuando ésta estaba a punto de tener a su Niño. Al no encontrar alojamiento ni en la pobre posada ni en las demás casas de la ciudad, se vieron obligados a pasar la noche en una cueva que servía de establo para los animales, y fue allí donde María dio a luz al Rey del cielo. Si Jesús hubiera nacido en Nazaret, también habría nacido, es verdad, en la pobreza; pero allí habría tenido al menos una habitación seca, un pequeño fuego, ropa de abrigo y una cuna más cómoda. Sin embargo, eligió nacer en esta cueva fría y húmeda, y tener un pesebre por cuna, con paja espinosa por colchón, para poder sufrir por nosotros.

Entremos con espíritu en esta cueva de Belén, pero entremos con un espíritu de fe viva. Si vamos allí sin fe, no veremos más que un pobre niño, y la visión de este adorable niño temblando y llorando en su tosco lecho de paja puede, en efecto, causarnos lástima. Pero si entramos con fe y consideramos que ese Niño es el mismo Hijo, Dios, que por amor a nosotros ha bajado a la tierra y sufre tanto para pagar la pena de nuestros pecados, ¿cómo no agradecerle y amarle a cambio?

Oración

Oh querido Niño Jesús, ¿cómo podría ser tan ingrato y ofenderte tan a menudo, si me diera cuenta de lo mucho que has sufrido por mí? ¡Pero estas lágrimas que derramas, esta pobreza que abrazas! Por amor a mí, hazme esperar el perdón de todas las ofensas que he cometido contra Ti.

Jesús mío, perdóname por haberte dado tantas veces la espalda. Pero ahora Te amo por encima de todo. "¡Dios mío y mi todo!" Desde ahora Tú, oh Dios mío, serás mi único tesoro y mi único bien. Con San Ignacio de Loyola te diré: "Dame la gracia de amarte; eso me basta". Nada más anhelo; nada más quiero. Sólo Tú me bastas, mi Jesús, mi vida, mi amor.

Oh María, Madre mía, alcánzame la gracia de amar siempre a Jesús y de ser siempre amado por Él. Amén.

La Señal que el ángel dio a los pastores para ayudarles a encontrar al Salvador recién nacido, señala Su humildad: "Esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Ningún otro recién nacido envuelto en pobres pañales y acostado en un pesebre, comedero de animales, podría encontrarse en otro lugar que no fuera un establo. Así, en la humildad, el Rey del cielo, el Hijo de Dios, eligió nacer, porque venía a destruir el orgullo que había sido la causa de la ruina del hombre.

Los profetas ya habían predicho que nuestro Redentor iba a ser tratado como el más vil de los hombres de la tierra y que iba a ser abrumado con insultos. ¡Cuánto desprecio no tuvo que sufrir Jesús por parte de los hombres! Le llamaron borracho, embaucador, blasfemo y hereje. ¡Cuántas ignominias soportó en su Pasión! Sus propios discípulos le abandonaron; uno de ellos le vendió por treinta monedas de plata, y otro negó haberle conocido jamás. Lo llevaron atado por las calles como a un criminal; lo azotaron como a un esclavo, lo ridiculizaron como a un tonto, lo coronaron de espinas como a un falso rey, lo abofetearon y escupieron, y finalmente lo dejaron morir, colgado de una cruz entre dos ladrones, como el peor criminal del mundo. "El más noble de todos", dice San Bernardo, "es tratado como el más vil de todos". Pero el Santo añade: "Cuanto más vil eres tratado, más querido me eres". Cuanto más te veo, Jesús mío, despreciado y avergonzado, tanto más querido y digno de mi amor te haces para mí.

Oración

Oh amadísimo Salvador, Tú has abrazado tantos ultrajes por amor a mí, y sin embargo yo no he podido soportar una sola palabra de insulto sin llenarme al instante de pensamientos resentidos: ¡yo, que tantas veces he merecido ser pisoteado por los demonios en el infierno! Me avergüenzo de presentarme ante Ti, pecador y orgulloso como soy. Pero no me eches de tu presencia, Señor, aunque lo merezca. Tú has dicho que no despreciarás a un corazón contrito y humillado. Me arrepiento de las ofensas que te he hecho. Perdóname, oh Jesús. No volveré a ofenderte.

Por amor a mí has soportado tantas injurias; por amor a Ti soportaré todas las injurias que me hagan. Te amo, Jesús, que fuiste despreciado por amor a mí. Te amo por encima de cualquier otro bien. Dame la gracia de amarte siempre y de soportar todo insulto por amor a Ti.

Oh María, encomiéndame a tu Hijo; ruega a Jesús por mí. Amén.

Jesucristo podría haber salvado a la humanidad sin sufrir ni morir. Sin embargo, para demostrarnos cuánto nos amaba, eligió para sí una vida llena de tribulaciones. Por eso el profeta Isaías lo llamó "varón de dolores", toda su vida estuvo llena de sufrimiento. Su Pasión comenzó, no sólo unas horas antes de su muerte, sino desde el primer momento de su nacimiento. Nació en un establo donde todo servía para atormentarle. Su sentido de la vista fue herido al no ver nada más que las ásperas y negras paredes de la cueva; su sentido del olfato fue herido por el hedor del estiércol de las bestias del establo; su sentido del tacto fue herido por la paja punzante sobre la que yacía. Poco después de su nacimiento se vio obligado a huir a Egipto, donde pasó varios años de su infancia en la pobreza y la miseria. En Nazaret, su niñez y juventud transcurrieron entre el trabajo duro y la oscuridad. Y finalmente, en Jerusalén, murió en una cruz, exhausto de dolor y angustia. Así, pues, la vida de Jesús no fue sino una serie ininterrumpida de sufrimientos, que fueron doblemente dolorosos porque tenía siempre ante los ojos todos los sufrimientos que tendría que soportar hasta su muerte. Sin embargo, como el Señor había elegido voluntariamente soportar estas tribulaciones por nosotros, no le afligían tanto como la vista de nuestros pecados, con los que tan ingratamente le hemos pagado su amor hacia nosotros. Cuando el confesor de santa Margarita de Cortona vio que ella nunca parecía satisfecha de todas las lágrimas que ya había derramado por sus pecados pasados, le dijo: "Margarita, deja de llorar y cesa en tus lamentaciones, porque ciertamente Dios te ha perdonado tus ofensas contra Él." Pero ella replicó: "Padre, ¿cómo voy a dejar de llorar, si sé que mis pecados mantuvieron a mi Señor Jesús en el dolor y el sufrimiento durante toda su vida?".

Oración

¡Oh Jesús, mi dulce Amor! Yo también Te he hecho sufrir durante toda Tu vida. Dime, pues, qué debo hacer para ganar Tu perdón. Estoy dispuesto a hacer todo lo que Tú me pidas. Me arrepiento, oh soberano Bien, de todas las ofensas que he cometido contra Ti. Te amo más que a mí mismo, o al menos siento un gran deseo de amarte. Puesto que eres Tú quien me ha dado este deseo, dame también la fuerza para amarte más.

Es justo que yo, que tanto Te he ofendido, Te ame mucho. Recuérdame siempre el amor que Tú me has tenido, para que mi alma arda siempre de amor a Ti y anhele complacerte sólo a Ti. Oh Dios de amor, yo, que una vez fui esclavo del infierno, ahora me entrego todo a Ti. Acógeme bondadosamente y átame a Ti con los lazos de tu amor. Jesús mío, desde hoy y para siempre viviré amándote y moriré amándote.

Oh María, Madre mía y esperanza mía, ayúdame a amar a tu querido Dios y al mío. Este es el único favor que te pido, y por ti espero recibirlo. Amén.

San Pablo dice: "Ha aparecido la bondad y la benignidad de Dios, nuestro Salvador". Cuando el Hijo de Dios hecho Hombre apareció en la tierra, entonces se vio cuán grande es la bondad de Dios para con nosotros. San Bernardo dice que primero se manifestó el poder de Dios en la creación del mundo y su sabiduría en su conservación, pero su bondad misericordiosa se manifestó especialmente después al tomar sobre sí la naturaleza humana, para salvar con sus sufrimientos y muerte a la humanidad caída. En efecto, ¿qué mayor prueba de su bondad para con nosotros podía dar el Hijo de Dios que tomar sobre sí el castigo que nosotros merecíamos?

Míralo como un niño débil, recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Incapaz de moverse o alimentarse por sí mismo, necesita que María le dé un poco de leche para mantener su vida. O véanlo de nuevo en el patio de Pilato, atado con fuertes lazos a una columna y allí azotado de pies a cabeza. Contempladle de camino al Calvario, cayendo de debilidad bajo el peso de la cruz que debe cargar. Contempladle finalmente clavado en este madero de la vergüenza, en el que exhala su último suspiro entre dolor y angustia. Porque Jesucristo quiso que Su amor por nosotros ganara todo el amor de nuestros corazones por Él mismo, no quiso enviar un ángel para redimirnos, sino que eligió venir Él mismo, para salvarnos por Su Pasión y muerte. Si un ángel hubiera sido nuestro redentor, los hombres habrían tenido que dividir sus corazones en amar a Dios como su Creador y a un ángel como su redentor; pero Dios, que desea todo el corazón de los hombres, como ya era su Creador, quiso ser también su Redentor.

Oración

¡Oh mi querido Redentor! ¿Dónde estaría yo ahora, si Tú no me hubieras soportado tan pacientemente, sino que me hubieras llamado de la vida mientras estaba en estado de pecado? Ya que me has esperado hasta ahora, perdóname pronto, oh Jesús mío, antes de que la muerte me encuentre todavía culpable de tantas ofensas que he cometido contra Ti. Estoy tan arrepentido de haberte despreciado vilmente, mi soberano Bien, que podría morir de pena. Pero Tú no puedes abandonar a un alma que Te busca.

Si hasta ahora te he abandonado, ahora te busco y te amo. Sí, Dios mío, Te amo por encima de todo; Te amo más que a mí mismo. Ayúdame. Señor, a amarte siempre durante el resto de mi vida. Nada más te pido. Pero esto te pido, esto espero recibir de Ti.

Oh María, esperanza mía, ruega por mí. Si rezas por mí, estoy seguro de la gracia. Amén.

Aunque el Hijo de Dios vino del cielo para salvar a los hombres, apenas había nacido cuando los hombres empezaron a perseguirle hasta la muerte. Herodes, temiendo que este Niño le privara de su reino, intenta destruir su vida. Pero San José es advertido por un ángel en sueños para que tome al Niño y a su Madre y huya a Egipto. José obedece de inmediato y se lo comunica a María. Se lleva las pocas herramientas de su oficio para ganarse la vida en Egipto para él y su pobre familia. María envuelve un pequeño fardo de ropa para su pequeño Hijo, y luego, yendo a la cuna, dice con lágrimas en los ojos a su Niño dormido: "¡Oh Hijo mío y Dios mío! Tú has venido del cielo para salvar a los hombres; pero apenas has nacido, ya intentan quitarte la vida". Levantándolo mientras tanto en sus brazos y sin dejar de llorar, parte esa misma noche con José camino de Egipto.

Consideremos cuánto debieron sufrir estos santos caminantes al hacer un viaje tan largo, privados de toda comodidad. El divino Niño aún no podía caminar, por lo que María y José tuvieron que turnarse para llevarlo en brazos. Durante su viaje por el desierto hacia Egipto, tuvieron que pasar varias noches al aire libre, con el suelo desnudo como lecho. El frío hace llorar al Niño, y María y José se compadecen de Él. ¿Y quién no lloraría al ver al Hijo de Dios pobre y perseguido, fugitivo en la tierra, para que no lo mataran sus enemigos?

Oración

Querido Niño Jesús, ¡que lloras tan amargamente! Bien tienes razón para llorar al verte perseguido por los hombres que tanto amas. Yo también, oh Dios, te he perseguido una vez con mis pecados. Pero Tú sabes que ahora Te amo más que a mí mismo, y que nada me duele más que la idea de haberte despreciado tantas veces, mi soberano Bien.

Perdóname, oh Jesús, y permíteme llevarte conmigo en mi corazón en todo el resto del camino que me queda por recorrer en la vida, para que junto a Ti pueda entrar en la eternidad. Tantas veces te he alejado de mi alma con mis pecados. Pero ahora Te amo sobre todas las cosas, y lamento por encima de otras desgracias haberte ofendido. No quiero dejarte más, mi amado Señor. Pero dame la fuerza para resistir las tentaciones. No permitas que vuelva a separarme de Ti. Prefiero morir a volver a perder tu gracia.

Oh María, esperanza mía, haz que viva siempre en el amor de Dios y muera amándole. Amén.

Nuestro Santísimo Redentor pasó la primera parte de su infancia en Egipto, llevando allí durante varios años una vida de pobreza y humillación. José y María eran extranjeros y forasteros en aquel país, donde no tenían parientes ni amigos. Sólo con dificultad podían ganarse el pan de cada día con el trabajo de sus manos. Su casa era pobre, su cama era pobre, su comida era pobre. Aquí María destetaba a Jesús; mojando un trozo de pan en agua, lo ponía en la boca sagrada de su Hijo. Aquí hizo sus primeros vestiditos y lo vistió con ellos. Aquí el Niño Jesús dio sus primeros pasos, tropezando y cayendo como otros niños. Aquí también pronunció sus primeras palabras, aunque tartamudeando. ¡Oh maravilla de maravillas! ¡A qué no se ha rebajado Dios por amor a nosotros! Un Dios que tropieza y cae al caminar. Un Dios que balbucea al hablar.

No muy distinta fue la vida pobre y humilde que Jesús llevó en Nazaret tras su regreso de Egipto. Allí, hasta que cumplió los treinta años. Vivió como un, simple siervo u obrero en una carpintería, recibiendo órdenes de José y María. "Y les estaba sujeto". Jesús iba a buscar el agua; abría y cerraba la tienda; barría la casa, recogía los fragmentos de leña para el fuego, y trabajaba todo el día, ayudando a José en su labor. Pero, ¿quién es éste? Dios mismo, ¡sirviendo como aprendiz! El Dios omnipotente, que con menos de un movimiento de Su dedo creó todo el universo, ¡aquí sudando en la tarea de planificar una obra! ¿No debería el mero pensamiento de esto movernos a amarle?

Oración

¡Oh Jesús, mi Salvador! Cuando considero cómo, por amor a mí, pasaste treinta años de Tu vida oculto y desconocido en un pobre taller, ¿cómo puedo desear los placeres y honores y riquezas del mundo? Renuncio con gusto a todas estas cosas, pues quiero ser Tu compañero en esta tierra, pobre como Tú, mortificado y humilde como Tú, para poder esperar gozar un día de Tu compañía en el cielo. ¿Qué son todos los tesoros y reinos de este mundo?" ¡Tú, oh Jesús, eres mi único tesoro, mi único Bien!

Lamento profundamente las muchas veces en el pasado en que desdeñé Tu amistad para satisfacer mis caprichos insensatos. Lo lamento de todo corazón. Para el futuro prefiero mil veces perder la vida antes que perder Tu gracia por el pecado. No quiero ofenderte nunca más, sino amarte siempre. Ayúdame a permanecer fiel a Ti hasta la muerte.

Oh María, tú eres el refugio de los pecadores, tú eres mi esperanza. Amén.

Cuando el emperador de Roma promulgó el edicto de que cada uno debía ir a la suya, José y María fueron a inscribirse en Belén. ¡Cuánto debió sufrir la santa Virgen en este viaje de cuatro días, por camino montañoso y en pleno invierno, con su lluvia fría y su viento! Cuando llegaron a Belén, se acercaba la hora del parto de María. José, por tanto, buscó un alojamiento donde ella pudiera dar a luz a su Niño. Pero, como eran tan pobres, los echaron de las casas e incluso de la posada pública, donde otros pobres habían encontrado cobijo. Así que aquella noche se alejaron un poco de la ciudad y allí encontraron una cueva que servía de establo, y allí entró María. Pero José dijo a su esposa virgen: "María, ¿cómo puedes pasar la noche en esta cueva fría y húmeda y dar a luz aquí a tu Niño?". María, sin embargo, respondió: "Querido José, esta cueva es el palacio real en el que quiere nacer el Rey de reyes, el Hijo de Dios."

Cuando llegó la hora del parto, la Virgen, arrodillada en oración, vio de repente la cueva iluminada por una luz deslumbrante. Bajó los ojos al suelo y vio ante sí al Hijo de Dios nacido en la tierra, un pobre niño que lloraba y temblaba de frío. Adorándolo como a su Dios, lo estrechó contra su pecho y lo acarició. Luego lo envolvió en pañales y lo acostó sobre la paja del pesebre que había en la cueva. Así eligió el Hijo de Dios nacer entre nosotros para demostrarnos su infinito amor.

Oración

¡Oh Adorable Niño Jesús! No tendría la audacia de arrojarme a Tus pies, si no supiera que Tú mismo me invitas a acercarme a Ti. Soy yo quien, por mis pecados, te he hecho derramar tantas lágrimas en el establo de Belén. Pero ya que has venido a la tierra a perdonar a los pecadores arrepentidos, perdóname también a mí, ahora que estoy arrepentido de corazón por haberte despreciado a Ti, mi Salvador y mi Dios, que eres tan bueno y me has amado tanto.

En esta noche, en la que concedes grandes gracias a tantas almas, concede también tu celestial consuelo a esta pobre alma mía. Sólo te pido la gracia de amarte siempre, desde hoy, con todo mi corazón. Enciéndeme con tu santo amor. Te amo, oh Dios mío, que te has hecho Niño por amor a mí. No permitas que deje de amarte siempre.

Oh María, Madre de Jesús y Madre mía, todo lo puedes obtener de tu Hijo con tus oraciones. Este es el único favor que te pido. Ruega a Jesús por mí. Amén.