Meditación matutina: "¡SEÑOR, ES BUENO QUE ESTEMOS AQUÍ!" - (Evangelio del domingo. Mat. xvii., 1, 9)
Trabajemos durante el resto de nuestras vidas para ganar el Cielo. Los Santos hicieron muy poco para ganar el Cielo. San Agustín dijo que para ganar la gloria eterna del Paraíso debemos abrazar voluntariamente el trabajo eterno. Los sufrimientos de este tiempo no son dignos de compararse con la gloria venidera. - (Rom. viii., 8).
Meditación I:
En el Evangelio de este día leemos que, deseando dar a sus discípulos una vislumbre de la gloria del Paraíso, a fin de animarlos a trabajar por el honor divino, el Redentor se transfiguró, y les permitió contemplar el esplendor de su semblante. Extasiado de alegría y deleite, San Pedro exclamó: Señor, ¡es bueno que estemos aquí! Señor, que permanezcamos aquí; que nunca más nos alejemos de este lugar; porque la vista de tu belleza nos consuela más que todos los deleites de la tierra.
Trabajemos durante el resto de nuestras vidas para ganar el Cielo. El Cielo es un bien tan grande, que, para comprarlo por nosotros, Jesucristo ha sacrificado Su vida en la Cruz. Ten la seguridad de que el mayor de todos los tormentos de los condenados en el infierno proviene de la idea de haber perdido el Cielo por su propia culpa. Las bendiciones, las delicias, las alegrías, la dulzura del Paraíso pueden adquirirse; pero sólo pueden ser descritas y comprendidas por aquellas almas benditas que las disfrutan.
Según el Apóstol, ningún hombre en esta tierra puede comprender las infinitas bendiciones que Dios ha preparado para las almas que le aman. Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.. - (1 Cor. ii., 9). En esta vida no podemos tener idea de otros placeres que los que disfrutamos por medio de los sentidos.
Hablando del Paraíso, San Bernardo dice: Oh hombre, si quieres comprender las bendiciones del Cielo, sabe que en ese país feliz no hay nada que no desearías y todo lo que desearías. Aunque aquí abajo hay algunas cosas agradables a los sentidos, ¿cuántas más hay que sólo nos atormentan? Si la luz del día es agradable, la oscuridad de la noche es desagradable; si la primavera y el otoño nos alegran, el frío del invierno y el calor del verano son dolorosos. Además, tenemos que soportar los dolores de la enfermedad, la persecución de los hombres y los inconvenientes de la pobreza; tenemos que someternos a las angustias interiores, a los temores, a las tentaciones del demonio, a las dudas de conciencia y a la incertidumbre de la salvación eterna.
Pero, después de entrar en el Paraíso, los bienaventurados no tendrán más penas. Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono, dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. - (Apoc. xxi., 4).
Meditación II:
Lectura espiritual: "NO EN LA PASIÓN DE LA LUJURIA COMO LOS GENTILES QUE NO CONOCEN A DIOS" - (Epístola del domingo, 1 Tes. iv., 1, 7)
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
El inicuo sumo sacerdote preguntó entonces a Jesús si era verdaderamente el Hijo de Dios: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.. - (Mt. xxvi., 63). Jesús, por respeto al Nombre de Dios, afirmó que así era en verdad; con lo cual Caifás rasgó sus vestiduras, diciendo que había blasfemado; y todos gritaron que merecía la muerte: Pero ellos respondiendo dijeron, es culpable de muerte. - (Mt. xxvi., 66). Sí, Jesús mío, con verdad te declaran culpable de la muerte, puesto que quisiste tomar sobre ti la satisfacción por mí, que merecía la muerte eterna. Pero si con tu muerte me has dado la vida, es justo que yo la gaste toda y, si es necesario, la pierda por ti. Sí, Jesús mío, ya no viviré para mí, sino sólo para Ti y para tu amor. Sálvame con tu gracia.
Entonces le escupieron en la cara y le zarandearon. - (Mt. xxvi., 67). Después de haberlo proclamado culpable de muerte, como un hombre ya entregado al castigo, y declarado infame, la chusma se dispuso a maltratarlo toda la noche con golpes, y bufidos, y patadas, arrancándole la barba, e incluso escupiéndole en la Cara, burlándose de Él como un falso profeta, y diciendo: Profetízanos, oh Cristo, ¿quién es el que te golpeó? - (Mt. xxvi., 68). Todo esto lo predijo nuestro Redentor por Isaías: He entregado mi cuerpo a los huelguistas, y mis mejillas a los que las arrancaban; no he vuelto el rostro a los que me increpaban y escupían.. - (Is. l., 6). El devoto Thauler cuenta que es opinión de San Jerónimo que todos los dolores y enfermedades que Jesús sufrió en aquella noche sólo serán conocidos el día del Juicio Final. San Agustín, hablando de las ignominias sufridas por Jesucristo, dice: "Si esta medicina no puede curar nuestro orgullo, no sé qué podrá". Ah, Jesús mío, ¿cómo es que Tú eres tan humilde y yo tan soberbio? Oh Señor, dame luz; hazme saber quién eres Tú y quién soy yo.
Meditación II:
Meditación matutina: EL HÁBITO DEL PECADO PRODUCE CEGUERA
Todo pecado produce ceguera; y a medida que aumenta el pecado, aumenta también la ceguera del pecador. Por eso vemos que los pecadores reincidentes pierden toda luz, y van de pecado en pecado, sin pensar siquiera en enmendarse. El mismo hábito de pecar, dice San Agustín, impide a los pecadores percibir el mal que hacen, y así viven como si ya no creyeran en Dios, en el Cielo o en la eternidad.
Meditación I:
El impío, cuando ha llegado a la profundidad de los pecados, desprecia. - (Prov. xviii., 3). Uno de los mayores males que nos trajo el pecado de Adán fue la mala inclinación a pecar. Esto hizo llorar al Apóstol cuando se vio obligado por la concupiscencia hacia aquellos mismos pecados que aborrecía: Veo otra ley en mis miembros . . . cautivándome en la ley del pecado. - (Rom. vii., 23). Por eso es tan difícil para nosotros, infectados como estamos por esta concupiscencia, y con tantos enemigos que nos impulsan al mal, llegar sin pecado a nuestra patria celestial. Ahora bien, siendo tal nuestra fragilidad, pregunto: ¿qué diríais de un viajero que, teniendo que cruzar el mar en medio de una gran tempestad, y en una frágil barca, la cargara de tal manera que bastara para hundirla aunque no hubiera tempestad y la nave fuera fuerte? ¿Qué pronosticarías sobre la vida de ese hombre? Ahora bien, podemos decir lo mismo del pecador habitual, que, teniendo que atravesar el mar de esta vida -un mar tempestuoso en el que tantos se pierden- en una barca frágil y destrozada, como es nuestra carne a la que estamos unidos, la sigue cargando con pecados habituales. Difícilmente puede salvarse alguien así, porque un mal hábito ciega el entendimiento, endurece el corazón y, por tanto, lo vuelve obstinado hasta el final. En primer lugar, un mal hábito produce ceguera. ¿Y por qué, en efecto, los santos piden siempre luz a Dios, temblando por no convertirse en los peores pecadores del mundo? Porque saben que si por un momento pierden esa luz, no hay enormidad que no cometan. ¿Cómo es que tantos cristianos han vivido obstinadamente en el pecado hasta que al fin se han condenado? Su propia malicia los cegó. - (Sab. ii., 21). El pecado los privó de la vista, y así se perdieron. Todo pecado produce ceguera; y a medida que aumenta el pecado, aumenta también la ceguera. Dios es nuestra luz; por tanto, cuanto más se aleja el alma de Dios, tanto más ciega se vuelve: Sus huesos se llenarán con los vicios de su juventud. - (Job xx., 11). Como en un vaso lleno de tierra no puede penetrar la luz del sol, así en un corazón lleno de vicios no puede entrar la luz divina. Por eso vemos a ciertos pecadores reincidentes perder toda luz, y proceder de pecado en pecado, sin pensar ya siquiera en enmendarse: Los malvados andan por ahí. - (Sal. xi., 9). Habiendo caído en ese pozo oscuro, los infelices no pueden hacer otra cosa que pecar; sólo hablan del pecado; sólo hablan del pecado; sólo piensan en el pecado; y apenas perciben al fin qué daño hay en el pecado. La misma costumbre de pecar, dice San Agustín, impide a los pecadores percibir el mal que hacen. De modo que viven como si ya no creyeran en Dios, ni en el Cielo, ni en el infierno, ni en la eternidad.
Dios mío, Tú me has concedido grandes bendiciones, favoreciéndome más que a los demás; y yo te he ofendido señaladamente, ultrajándote más que a ninguna otra persona que yo conozca. Oh Corazón doloroso de mi Redentor, afligido y atormentado en la Cruz por la visión de mis pecados, dame, por tus méritos, un vivo sentido de mis ofensas, y dolor por ellas. Ah, Jesús mío, estoy lleno de vicios; pero Tú eres omnipotente, puedes fácilmente llenar mi alma con tu santo amor. En Ti, pues, confío; Tú que eres bondad infinita y misericordia infinita. Me arrepiento. Oh mi Soberano Bien, de haberte ofendido. Oh, que hubiera preferido morir, y nunca haberte causado ningún disgusto.
Meditación II:
Lectura espiritual: MORTIFICACIÓN INTERIOR
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
Al hacerse de día, los judíos conducen a Jesús ante Pilato, para que lo condene a muerte; pero Pilato lo declara inocente: No encuentro causa en este hombre. - (Lucas xxiii., 4). Y para librarse de las importunidades de los judíos, que le apremiaban buscando la muerte del Salvador, lo envía a Herodes. A Herodes le agradó mucho ver a Jesucristo presentado ante él, esperando que en su presencia, para librarse de la muerte, hubiera obrado uno de esos milagros de los que había oído hablar; por eso Herodes le hizo muchas preguntas. Pero Jesús, porque no deseaba librarse de la muerte, y porque el malvado no era digno de sus respuestas, guardó silencio y no le contestó. Entonces el soberbio rey, con su corte, le profirió muchos insultos, y haciéndole cubrir con un manto blanco, como declarándole ignorante y estúpido, le envió de vuelta a Pilato: Pero Herodes con sus soldados le despreció y se burló de él, poniéndole una túnica blanca, y le envió de vuelta a Pilato.. - (Lucas xxiii., 11). El cardenal Hugo en su Comentario dice: "Burlándose de Él como de un necio, lo vistió con una túnica blanca". Y San Buenaventura, "Lo despreció como a un impotente, porque no hizo ningún milagro; como a un ignorante, porque no le respondió ni una palabra; como a un idiota, porque no se defendió."
¡Oh Sabiduría Eterna! ¡Oh Verbo Divino! Te faltaba esta otra ignominia, que fueras tratado como un necio sin sentido. Tanto pesa sobre Ti nuestra salvación, que por amor a nosotros no sólo quieres ser injuriado, sino saciado de injurias, como ya había profetizado de Ti Jeremías: Dará su mejilla al que le golpee; se llenará de reproches. - (Lam. iii., 30). ¿Y cómo podrías soportar tal amor hacia los hombres, de quienes no has recibido más que ingratitudes y desprecios? Ay, que yo sea uno de estos que te han ultrajado más que Herodes. Ah, Jesús mío, no me castigues, como a Herodes, privándome de tu voz. Herodes no te reconoció por lo que eres. Te confieso mi Dios: Herodes no te amaba; yo te amo más que a mí mismo. No me niegues, te lo suplico, no me niegues la voz de tu inspiración, como he merecido por las ofensas que te he hecho. Dime lo que quieres de mí, pues, por tu gracia, estoy dispuesto a hacer todo lo que Tú quieras.
Meditación II:
Meditación matutina: EL HÁBITO DEL PECADO ENDURECE EL CORAZÓN
Su corazón será duro como una piedra y firme como el yunque de un herrero. Dios, en efecto, no endurece al pecador habitual, sino que le retira su gracia en castigo de su ingratitud por los favores pasados; y así su corazón se vuelve duro como una piedra. Y Santo Tomás de Villanueva dice: "La dureza del corazón es señal de condenación".
Meditación I:
Un mal hábito endurece el corazón, y Dios lo permite justamente en castigo de la resistencia a sus llamadas. El Apóstol dice que el Señor tiene misericordia de quien quiere, y a quien quiere endurece. - (Rom. ix. 18). San Agustín lo explica así: No es que Dios endurezca al pecador habitual, sino que le retira su gracia en castigo de su ingratitud por las gracias pasadas, y así su corazón se endurece como una piedra: Su corazón será duro como una piedra, y firme como el yunque de un herrero. - (Job xli., 15). Por eso, cuando otros se conmueven y lloran al oír sermones sobre los rigores de la justicia divina, los dolores de los condenados y la Pasión de Jesucristo, al pecador habitual no le afectan en absoluto; hablará de estas cosas, y oirá hablar de ellas, con indiferencia, como si fueran cosas que no le conciernen; y no hará sino endurecerse más: Será firme como el yunque de un herrero. Incluso las muertes súbitas, los terremotos, los rayos y relámpagos, ya no le aterrorizarán; y en lugar de despertarle y hacerle entrar en sí mismo, le producirán más bien ese estupor de muerte en el que duerme sin remedio: A tu reprensión, oh Dios de Jacob, todos se han adormecido. - (Sal. lxxv., 7). Un mal hábito destruye poco a poco incluso el remordimiento de conciencia. Al pecador habitual el pecado más enorme le parece nada, dice San Agustín: "Los pecados, por horribles que sean, una vez habituales, parecen poco o ningún pecado".
¿Cómo puedo agradecerte, Señor, como es debido, las muchas gracias que me has concedido? En lugar de estarte agradecido y amarte por haberme librado del infierno y haberme llamado con tanto amor, he seguido provocando tu ira al corresponderte con insultos. No, Dios mío, no ultrajaré más tu paciencia; ya te he ofendido bastante. Sólo Tú, que eres amor infinito, podrías haberme soportado hasta ahora. Pero ahora veo que Tú no puedes soportarme más; y con razón. Perdona, pues, mi Señor y mi Bien Soberano, todas mis ofensas contra Ti, de las que me arrepiento de todo corazón, pues me propongo no volver a ofenderte en el futuro.
Meditación II:
Lectura espiritual: MORTIFICACIÓN INTERIOR
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
Más adelante hablaremos de los otros reproches que Jesucristo soportó, hasta que finalmente murió en la Cruz: Soportó la cruz, despreciando la vergüenza. - (Heb. xii., 2). Mientras tanto, consideremos cuán verdaderamente se cumplió en nuestro querido Redentor lo que el Salmista había predicho, que en Su Pasión se convertiría en el oprobio de los hombres y en el marginado del pueblo: Pero yo soy un gusano y no un hombre; el oprobio de los hombres y el paria del pueblo.. - (Sal. xxi., 7); hasta una muerte de ignominia sufrida a manos del verdugo en una Cruz, como un malhechor entre dos malhechores: Y fue reputado con los malvados. - (Is. liii., 12).
Oh Señor, Altísimo, exclama San Bernardo, ¡hazte el más bajo entre los hombres! ¡Oh excelso, vuélvete vil! Oh gloria de los ángeles, conviértete en el oprobio de los hombres: "¡Oh, el más bajo y el más alto! ¡Oh humilde y sublime! Oh reproche de los hombres y gloria de los Ángeles!".
Oh gracia, oh fuerza del amor de Dios, continúa San Bernardo. Así, el Señor más alto de todos se convirtió en el más despreciado de todos. "Oh gracia, oh fuerza del amor, ¿se convirtió así el más alto de todos en el más bajo de todos?". ¿Y quién fue, añade el Santo, el que hizo esto? "¿Quién ha hecho esto? El amor". Todo esto ha hecho el amor que Dios tiene a los hombres, para probar cómo nos ama, y para enseñarnos con su ejemplo a sufrir con paz desprecios e injurias: Cristo también sufrió por nosotros (escribe San Pedro), dejándote ejemplo, para que sigas sus pasos. - (1 Pe. ii., 21). San Eleazar, cuando su esposa le preguntó cómo había llegado a soportar con tanta paz las grandes injurias que le habían hecho, respondió Me vuelvo para mirar a Jesús soportando el desprecio, y digo que mis afrentas son como nada respecto a las que Él, mi Dios, estuvo dispuesto a soportar por mí.
Ah, Jesús mío, ¿y cómo es que, a la vista de un Dios así deshonrado por amor a mí, no sé sufrir el menor desprecio por amor a Ti? Pecador y soberbio. ¿Y de dónde, Señor mío, puede venir este orgullo? Te ruego que, por los méritos del desprecio que sufriste, me des gracia para sufrir con paciencia y alegría todas las afrentas e injurias. Desde hoy me propongo, con tu ayuda, no resentirlas nunca más, sino recibir con alegría todos los reproches que se me ofrezcan. Verdaderamente he merecido mayor desprecio por haber despreciado Tu Divina Majestad, y merecido el desprecio del infierno. Excesivamente dulce y agradable me has hecho las afrentas, mi amado Redentor, al haber abrazado tan gran desprecio por amor a mí. En adelante me propongo, para agradarte, beneficiar en lo posible a quien me desprecie; al menos hablar bien de él y rezar por él. E incluso ahora te ruego que derrames tus gracias sobre todos aquellos de quienes he recibido algún agravio. Te amo, oh Bien infinito, y te amaré siempre cuanto pueda. Amén.
Meditación II:
Meditación matutina: EL HÁBITO DE PECAR HACE QUE EL PECADOR SE OBSTINE HASTA EL FINAL
A un corazón duro le irá mal al final. Cuando se pierde la luz y se endurece el corazón, la consecuencia probable será que el pecador acabe mal y muera obstinado en el pecado. Oh Jesús, estoy resuelto a cambiar mi vida y entregarme a Ti.
Meditación I:
Cuando se pierde la luz, y el corazón se endurece, la consecuencia probable será que el pecador tendrá un mal fin, y morirá obstinado en su pecado: A un corazón duro le irá mal al final. - (Ecclus. iii., 27). Los justos siguen caminando por el camino recto: El camino de los justos es recto para andar. - (Is. xxvi., 7). Los pecadores habituales, por el contrario, van siempre en círculo: Los malvados andan por ahí. - (Sal. xi., 9). Dejan el pecado por un tiempo, y luego vuelven a él. A éstos San Bernardo les anuncia una maldición: "¡Ay del hombre que siga este círculo!". Éste dirá: Me enmendaré antes de morir. Pero la dificultad estriba en esto: ¿se enmendará un pecador habitual aunque llegue a la vejez? El Espíritu Santo dice: El joven según su camino, aun cuando sea viejo no se apartará de él. - (Prov. xxii., 6). La razón es, según Santo Tomás de Villanueva, que nuestras fuerzas son muy débiles: Tu fuerza será como ceniza de estopa. - (Is. i., 31). De donde se sigue, como observa el Santo, que el alma, privada de la gracia, no puede evitar cometer nuevos pecados: "De donde resulta que el alma, privada de la gracia, no puede sustraerse por mucho tiempo a cometer nuevos pecados". Pero además de esto, ¡qué locura sería en una persona jugar y perder voluntariamente todo lo que posee, con la esperanza de recuperarlo en la última apuesta! Tal es la locura de los que continúan viviendo en pecado, y esperan en el último momento de su vida repararlo todo. ¿Pueden el etíope o el leopardo cambiar el color de su piel? ¿Y cómo puede llevar una buena vida quien ha contraído un largo hábito de pecado? Si el etíope puede cambiar de piel, o el leopardo sus manchas, tú también puedes hacerlo bien cuando hayas aprendido el mal. - (Jer. xiii., 23). Por eso sucede que el pecador habitual se abandona al fin a la desesperación, y así acaba con su vida.
Ah, Dios mío, ¿he de esperar entonces a que me abandones absolutamente y me envíes al infierno? Ah, Señor, espérame; porque estoy resuelto a cambiar de vida y entregarme a Ti. Dime lo que debo hacer y lo haré. Oh Sangre de Jesús, ayúdame. Oh María, Abogada de los pecadores, socórreme; y Tú, Padre Eterno, por los méritos de Jesús y de María, ten piedad de mí.
Meditación II:
Lectura espiritual: MORTIFICACIÓN INTERIOR
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
Tan pronto como llegó al pretorio (como le fue revelado a Santa Brígida), nuestro amoroso Salvador, a la orden de los sirvientes, se despojó de sus vestiduras, abrazó la columna, y luego puso sobre ella sus manos para que se las ataran. ¡Oh Dios, ya ha comenzado el cruel suplicio! Oh Ángeles del Cielo, venid a contemplar este doloroso espectáculo; y si no os es permitido librar a vuestro Rey de esta bárbara matanza que los hombres le han preparado, venid al menos a llorar de compasión. Y tú, alma mía, imagínate presente en este horrible desgarramiento de la carne de tu amado Redentor. Míralo, cómo está de pie, -tu afligido Jesús-, con la cabeza inclinada, mirando al suelo, sonrojado todo él por la vergüenza, espera este gran suplicio. Contemplad cómo estos bárbaros, como tantos perros voraces, atacan ya con los azotes a este inocente Cordero. Mirad cómo uno le golpea en el pecho, otro en los hombros, otro en los lomos y en las piernas; ni siquiera su Sagrada Cabeza y su hermoso rostro pueden escapar a los golpes. Ah, yo! ya fluye esa Sangre Divina de cada parte; ya con esa Sangre están saturados los azotes, las manos de los verdugos, la columna y el suelo. "Está herido", se lamenta San Pedro Damián, "en todo Su Cuerpo, desgarrado con los azotes; ahora se enroscan alrededor de Sus hombros, ahora alrededor de Sus piernas - llagas sobre llagas, heridas añadidas a heridas frescas." Ah, hombres crueles, ¿con quién tratáis así? Quietos, quietos; sabed que os equivocáis. El Hombre a quien estáis torturando es inocente y santo; soy yo mismo el culpable; a mí, que he pecado, se me deben estos azotes y tormentos. Pero no hacéis caso de lo que digo. ¿Y cómo puedes Tú, oh Padre Eterno, soportar esta gran injusticia? ¿Cómo puedes contemplar a tu amado Hijo sufriendo así y no intervenir en su favor? ¿Cuál es el crimen que ha cometido para merecer un castigo tan vergonzoso y severo?
Meditación II:
Meditación matutina: ILUSIONES QUE EL DIABLO SUGIERE A LOS PECADORES
El diablo lleva a los pecadores al infierno cerrando sus ojos a los peligros de la condenación. Primero los ciega y luego los conduce a los tormentos eternos. Si, pues, queremos salvarnos, debemos rogar continuamente a Dios con las palabras del ciego del Evangelio: ¡Señor, que pueda ver! ¡Domine, ut videam! Ilumíname, Señor, y hazme ver el camino por el que debo andar, para escapar de las ilusiones del enemigo de mi salvación.
Meditación I:
Tomemos a un joven que ha caído en pecados graves, los ha confesado y ha recobrado la gracia divina. El demonio le tienta de nuevo a pecar; él resiste, pero ya vacila por los engaños que le sugiere el enemigo. Yo le digo a esa persona usted: Dime, ¿qué harás? ¿Perderás ahora la gracia de Dios, que has recobrado, y que vale más que el mundo entero, por esta miserable gratificación? ¿Escribirás tu propia sentencia de muerte eterna, y te condenarás a arder para siempre en el infierno? "No", dices, "no quiero condenarme, quiero salvarme; si cometo este pecado, después lo confesaré". He aquí el primer engaño del tentador. ¿Me dices, entonces, que después lo confesarás? Pero mientras tanto ya entregas tu alma. Dime, si tuvieras en tu mano una joya que valiera mil coronas, ¿la arrojarías al río, diciendo: Después buscaré con diligencia y espero encontrarla? Tú tienes en tu mano esa preciosa joya de tu alma, que Jesucristo ha comprado con Su Sangre; y la arrojas voluntariamente al infierno (pues al pecar estás, según la justicia actual, ya condenado), y dices: Pero espero recuperarla por Confesión. Pero, ¿y si no la recuperas? Para recuperarla debes tener verdadero arrepentimiento, que es el don de Dios; ¿y si Dios no te diera este arrepentimiento? ¿Y si viniera la muerte y te quitara tiempo para la confesión?
Dices que no dejarás pasar una semana sin confesarte; ¿y quién te promete una semana? Dices que te confesarás mañana; ¿y quién te promete mañana? San Agustín dice: "Dios no te ha prometido el mañana; tal vez te lo dé, y tal vez no te lo dé", como se lo ha negado a tantos, que se han acostado bien, y se han encontrado muertos por la mañana. ¡A cuántos ha dado Dios por muertos y enviado al infierno en el acto mismo de pecar!
Y si Él hiciera lo mismo contigo, ¿cómo podrías reparar tu ruina eterna? Sabed que por este engaño de "después me confesaré", el diablo se ha llevado al infierno a miles y miles de cristianos. Difícilmente encontraremos un pecador tan desesperado como para decidirse positivamente a condenarse: todos, aun cuando cometen pecado, lo hacen con la esperanza de una futura Confesión. Y así se han perdido tantas pobres almas, que ahora ya no pueden reparar el pasado.
¿Es, pues, oh Dios mío, porque has sido tan bueno conmigo, por lo que he sido tan ingrato contigo? Nos hemos enzarzado en una contienda: yo huyendo de Ti, y Tú persiguiéndome; Tú haciéndome el bien, y yo devolviéndote el mal. Ah, Señor mío, si no hubiera otra razón, sólo Tu bondad para conmigo debería enamorarme de Ti, ya que mientras yo he aumentado mis pecados, Tú has aumentado Tus gracias. ¿Y cómo he merecido la luz que ahora me das? Señor mío, te lo agradezco de todo corazón, y espero agradecértelo por toda la eternidad en el cielo.
Meditación II:
Lectura espiritual: MORTIFICACIÓN INTERIOR
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
San Buenaventura exclama apenado: "La Sangre real está fluyendo; magulladura se añade a magulladura, y tajo a tajo". Aquella Sangre Divina ya salía por todos los poros: aquel Sagrado Cuerpo ya se había convertido en una Herida perfecta: sin embargo, aquellos brutos enfurecidos no se privaron de añadir golpe sobre golpe, como había predicho el Profeta: Y han añadido al dolor de mis heridas. - (Sal. lxviii., 27). De modo que las correas no sólo habían hecho de todo el cuerpo una herida, sino que incluso habían arrancado pedazos de él al aire, hasta que al final los cortes en esa carne sagrada eran tales que se podían contar los huesos: "La Carne fue tan desgarrada que los huesos pudieron ser contados". Cornelius à Lapide dice que en este tormento Jesucristo debería, naturalmente hablando, haber muerto; pero Él quiso por Su Divino poder mantenerse en vida, para sufrir dolores aún mayores por amor a nosotros; y San Lorenzo Justiniano había observado lo mismo antes: "Evidentemente debería haber muerto. Sin embargo, se reservó para la vida, siendo su voluntad soportar sufrimientos más pesados."
Ah, mi amantísimo Señor, Tú eres digno de un amor infinito; Tú has sufrido tanto para que yo pueda amarte. ¡Oh, no permitas nunca que, en lugar de amarte, te ofenda o desagrade más! ¡Oh, qué lugar en el infierno no habría de estar apartado para mí, si después de haber conocido el amor que Tú has tenido para con semejante desgraciado, me condenara a mí mismo, despreciando a un Dios que había sufrido desprecios, azotes y azotes por mí; y que, además, después de haberle ofendido tantas veces, me había perdonado tan misericordiosamente! Ah, Jesús mío, que no sea así, ¡oh, que no sea así! Oh Dios mío, ¡cómo el amor y la paciencia que me has demostrado serían para mí un suplicio en el infierno, otro infierno aún más lleno de tormentos!
Meditación II:
(Para el primer viernes de marzo)
Meditación matutina: EL CORAZÓN AMOROSO DE JESÚS
El Sagrado Corazón de Jesús nos ama infinitamente más que nosotros mismos. Jesús nos ha amado hasta el exceso. Nos ha amado más que a su propio honor, más que a su reposo, más que a su misma vida. Y este exceso de amor, ¿no es suficiente para dejar estupefactos a los ángeles del Paraíso?
Meditación I:
¡Oh, si pudiéramos comprender el amor que arde en el Corazón de Jesús por nosotros! Nos ha amado tanto, que si todos los hombres, todos los Ángeles y todos los Santos se unieran con todas sus energías, no podrían llegar a la milésima parte del amor que Jesús nos tiene. Él nos ama infinitamente más de lo que nosotros nos amamos a nosotros mismos. Nos ha amado hasta el exceso: Hablaron de su muerte (exceso) que debía cumplir en Jerusalén. - (Lucas ix., 31). ¿Y qué mayor exceso de amor puede haber que el que Dios muera por sus criaturas? Él nos ha amado en grado sumo: Habiendo amado a los suyos . . . los amó hasta el fin. - (Juan xiii., 1); ya que, después de habernos amado desde la eternidad, -pues nunca hubo un momento desde la eternidad en que Dios no pensara en nosotros y no nos amara a cada uno de nosotros: Te he amado con amor eterno, - por amor a nosotros se hizo Hombre, y eligió por nosotros una vida de sufrimientos y la muerte de Cruz. Por eso nos ha amado más que a su honor, más que a su reposo y más que a su vida; pues lo sacrificó todo para demostrarnos el amor que nos tiene. ¿Y no es éste un exceso de amor suficiente para dejar estupefactos a los ángeles del Paraíso por toda la eternidad? Este amor le ha inducido también a permanecer con nosotros en el Santísimo Sacramento como en un trono de amor; pues permanece allí bajo la apariencia de un pequeño trozo de pan, encerrado en un Copón, donde parece permanecer en perfecta aniquilación de su Majestad, sin movimiento y sin uso de sus sentidos; de modo que parece que no desempeña otro oficio que el de amar a los hombres. El amor nos hace desear la presencia constante del objeto de nuestro amor. Es este amor y este deseo lo que hace que Jesucristo resida con nosotros en el Santísimo Sacramento.
Oh adorable Corazón de mi Jesús, Corazón inflamado en el amor de los hombres, Corazón creado a propósito para amarlos, ¿cómo es posible que Tú puedas ser despreciado, y Tu amor tan mal correspondido por los hombres? Oh, miserable que soy, yo también he sido de esos ingratos que no Te han amado. Perdóname, Jesús mío, este gran pecado de no haberte amado a Ti que eres tan amable, y que me has amado tanto que no puedes hacer más para obligarme a amarte. Siento que merezco ser condenado a no poder amarte, por haber renunciado a Tu amor, como hasta ahora lo he hecho. Pero no, mi amadísimo Salvador, dame cualquier castigo, pero no me inflijas éste. Concédeme la gracia de amarte, y luego dame el dulce, el agradable precepto de amarte a Ti, mi Señor y mi Dios...". "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón".
Meditación II:
Lectura espiritual: HÉROES Y HEROÍNAS DE LA FE - Santas Perpetua y Felicitas y Compañeras (7 de marzo)
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
Leemos en la historia que varios penitentes, iluminados por la luz divina para ver la malicia de sus pecados, murieron de puro dolor por ellos. ¡Oh, qué tormento, entonces, no debe soportar el Corazón de Jesús a la vista de todos los pecados del mundo, todas las blasfemias, sacrilegios, actos de impureza, y todos los demás crímenes que serían cometidos por los hombres después de Su muerte, cada uno de los cuales, como una bestia salvaje, desgarró Su Corazón separadamente por su propia malicia! Por eso nuestro afligido Señor, durante Su Agonía en el Huerto, exclamó: ¿Es ésta, pues, oh hombres, la recompensa que me dais por mi inconmensurable amor? Oh, si tan sólo pudiera ver que, agradecidos por Mi afecto, renunciáis al pecado y comenzáis a amarme, ¡con qué deleite no me apresuraría a morir por vosotros! Pero contemplar, después de todos Mis sufrimientos, tantos pecados; después de tanto amor, tanta ingratitud, esto es lo que más Me aflige, Me entristece hasta la muerte y Me hace sudar pura Sangre: Y su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían al suelo. - (Lucas xxii., 44). De modo que, según el Evangelista, este Sudor Sangriento fue tan copioso, que primero empapó todas las vestiduras de nuestro Santísimo Redentor, y luego salió a raudales y bañó el suelo.
Ah, mi amado Jesús, no veo en este Huerto flagelos ni espinas ni clavos que Te traspasen; ¿cómo, pues, es que Te veo todo bañado en Sangre desde Tu cabeza hasta Tus pies? Ay, mis pecados fueron la prensa cruel que, a fuerza de aflicción y dolor, forzó tanta Sangre de Tu Corazón. Yo fui, pues, uno de Tus más crueles verdugos, que más contribuí a crucificarte con mis pecados. Es cierto que, si yo hubiera pecado menos, Tú, Jesús mío, habrías sufrido menos. Por tanto, por mucho que me haya complacido en ofenderte, tanto más he aumentado el dolor de tu Corazón, ya de por sí lleno de angustia. ¡Cómo, pues, no me hace morir de dolor este pensamiento, cuando veo que he pagado el amor que me mostraste en Tu Pasión añadiendo a Tu dolor y sufrimiento! Yo, pues, he atormentado a este Corazón, tan amante y tan digno de amor, que tanto amor me ha mostrado. Señor mío, ya que no me queda otro medio de consolarte que llorar mis ofensas hacia Ti, ahora, Jesús mío, me doleré de ellas y me lamentaré de todo corazón. Oh, dame, te ruego, tanta pena por ellas como me haga llorar hasta mi último aliento por el disgusto que te he causado, mi Dios, mi Amor, mi Todo.
Meditación II:
Meditación matutina: EL MARTIRIO DE MARÍA SIN PALIATIVOS
San Buenaventura pregunta: "Oh Señora, dime: ¿dónde estabas? ¿Fue sólo al pie de la Cruz? Ah, mucho más que eso. Estuviste en la Cruz misma, crucificada con tu Hijo". María sufrió en su corazón todo lo que Jesús sufrió en su Cuerpo. Quién te curaráOh María, ya que el mismo Hijo, el único que podía consolarte, fue con sus sufrimientos la única causa de los tuyos.
Meditación I:
San Buenaventura observa que "aquellas llagas que estaban esparcidas sobre el Cuerpo de Nuestro Señor, estaban todas unidas en el único corazón de María". Así fue como la Santísima Virgen, por la compasión de su amoroso corazón hacia su Hijo, fue flagelada, coronada de espinas, insultada y clavada en la Cruz. De donde el mismo Santo, considerando a María en el monte Calvario, presente en la muerte de su Hijo, la interroga con estas palabras: "Oh Señora, dime, ¿dónde estabas? ¿Fue sólo al pie de la Cruz? Ah, mucho más que eso, estuviste en la Cruz misma, crucificada con tu Hijo". Ricardo de San Lorenzo, sobre las palabras del Redentor, pronunciadas por Isaías el Profeta: He pisado solo el lagar, y de los gentiles no hay nadie conmigo. - (Is. lxiii., 3), dice: "Es verdad, Señor, que en la obra de la redención humana sufriste solo, y que había una mujer contigo, y era tu propia Madre; ella sufrió en su corazón todo lo que Tú sufriste en tu cuerpo."
Pero todo esto es decir demasiado poco de los dolores de María, pues sufrió más al presenciar los sufrimientos de su amado Jesús que si ella misma hubiera soportado todos los ultrajes y la muerte de su Hijo. Erasmo, hablando de los padres en general, dice que "son más cruelmente atormentados por los sufrimientos de sus hijos que por los suyos propios". Esto no siempre es cierto, pero en María evidentemente lo fue; pues es seguro que amó a su Hijo y a su vida más allá de toda comparación que a sí misma o a mil vidas propias. Por eso, el Beato Amadeo afirma con razón que "la afligida Madre, a la vista dolorosa de los tormentos de su amado Jesús, sufrió mucho más de lo que habría sufrido si ella misma hubiera soportado toda Su Pasión." La razón es evidente, pues, como dice San Bernardo, "el alma está más donde le encanta que donde vidas." Nuestro Señor mismo ya había dicho lo mismo: donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. - (Lucas xii., 34). Si María, pues, por amor, vivió más en su Hijo que en sí misma, debió soportar tormentos mucho mayores en los sufrimientos y muerte de su Hijo que los que habría soportado si se le hubiera infligido la muerte más cruel del mundo.
Meditación II:
Lectura espiritual: AYUNO EN HONOR DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Meditación vespertina: REFLEXIONES Y AFECTOS SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
Meditación I:
Sólo de las Escrituras se desprende claramente cuán bárbara e inhumana fue la flagelación de Jesucristo. ¿Por qué Pilato, después de la flagelación, lo mostró al pueblo, diciendo, ¡Contemplad al hombre! ¿No fue que nuestro Salvador quedó reducido a una condición tan lastimosa que Pilato creyó que la sola visión de Él habría movido a compasión a sus mismos enemigos, y les habría impedido seguir exigiendo su muerte? ¿Por qué fue que en el viaje que Jesús, después de esto, hizo al Calvario, las mujeres judías lo siguieron con lágrimas y lamentaciones? Pero le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que le lloraban y lamentaban. - (Lucas xxiii., 27). ¿Fue acaso porque aquellas mujeres lo amaban y creían que era inocente? No, las mujeres, en su mayoría, coinciden con sus maridos en la opinión; de modo que ellas también lo consideraban culpable; pero el aspecto de Jesús después de su flagelación fue tan espantoso y lamentable, que conmovió hasta las lágrimas a quienes lo odiaban; y por eso las mujeres dieron rienda suelta a sus lágrimas y suspiros. ¿Por qué, además, en este viaje los judíos le quitaron la cruz de los hombros y se la dieron al Cirineo para que la llevara? Según la opinión más probable, y como muestran claramente las palabras de San Mateo: Le obligaron a llevar la cruz. - (Mat. xxvii., 32); o como dice San Lucas: Y sobre él pusieron la cruz, para que la llevase después de Jesús.. - (Lucas xxiii., 26). ¿Acaso sentían compasión por Él y deseaban aliviar sus penas? No, aquellos culpables lo odiaban y buscaban afligirlo hasta el extremo. Pero como dice el Beato Denis el Cartujo, "Temían que muriera en el camino"; viendo que Nuestro Señor después de la flagelación estaba tan drenado de Sangre y tan agotado de fuerza que apenas podía ya mantenerse en pie, cayendo como lo hizo en su camino bajo la Cruz, y vacilando a cada paso, como si estuviera a punto de morir. Por lo tanto, con el fin de llevarlo vivo al Calvario, y verlo morir en la Cruz, de acuerdo con su deseo, que su nombre podría ser siempre después de la infamia: Vamos a cortarle el paso, dijeron ellos (como había predicho el Profeta), de la tierra de los vivos, y que su nombre no sea más recordado - (Jer. xi., 19), - éste era el fin por el que obligaron al Cirineo a llevar la Cruz.
¡Ah, Señor mío, grande es mi felicidad al comprender cuánto me has amado, y que aún ahora conservas para mí el mismo amor que me profesaste entonces, en el tiempo de tu Pasión! Pero ¡cuán grande es mi dolor al pensar que he ofendido a un Dios tan bueno! Por el mérito de Tu flagelación, oh Jesús mío, te pido perdón. Me arrepiento, por encima de cualquier otro mal, de haberte ofendido, y prefiero morir antes que volver a ofenderte. Perdóname todos los males que te he hecho, y dame la gracia de amarte siempre en los tiempos venideros.
Meditación II: