
Las siguientes oraciones se rezan cada día de la novena, a la que se concede una indulgencia de 5 años cualquier día.
Oh siempre bendito y glorioso San José, Padre bondadoso e indulgente, amigo compasivo de todos los afligidos y apenados, por aquel amargo dolor con que se saturó tu corazón cuando contemplaste los sufrimientos del Niño Salvador, y en visión profética contemplaste su ignominiosísima Pasión y Muerte; apiádate, te lo suplico, de mi pobreza y necesidades; aconséjame en mis dudas; y consuélame en todas mis angustias.
Tú eres el Padre bueno y protector de los huérfanos, el abogado de los indefensos, el patrono de los necesitados y desolados. No desoigas la súplica de tu pobre hijo; mis pecados han atraído sobre mí el justo desagrado de mi Dios, y por eso estoy rodeado de dolores.
A ti, oh amable guardián de la pobre familia abandonada de Nazaret, acudo en busca de refugio y protección. Escucha, pues, te ruego, con la solicitud de un padre, la ferviente plegaria de tu pobre suplicante, y obtén para mí el objeto de mi petición.
Lo pido por la infinita misericordia del eterno Hijo de Dios, que le indujo a asumir nuestra naturaleza y a nacer en este mundo de dolor.
Pregunto por el dolor que llenaba tu corazón, cuando, ignorante del misterio obrado en tu Inmaculada esposa, temías ser separado de Ella.
Te lo pido por el cansancio, la solicitud y el sufrimiento que padeciste cuando buscaste en vano en las posadas de Belén un refugio para la Virgen sagrada y un lugar de nacimiento para el Niño Dios; y, al ser rechazado en todas partes, te viste obligado a consentir que la Reina del Cielo diera a luz al Redentor del mundo en un mísero establo.
Te lo pido por aquel tristísimo y doloroso deber que te fue impuesto, cuando siendo el Divino Niño de ocho días de nacido, te viste obligado a infligir una profunda herida en su tierno Cuerpo, y así ser el primero en hacer fluir aquella Preciosa Sangre que había de lavar los pecados del mundo.
Te lo pido por la dulzura y el poder de ese Sagrado Nombre, Jesús, que confiriste al adorable Niño.
Te lo pido por esa angustia mortal que te infligió la profecía de san Simeón, que declaró al Niño Jesús y a su santa Madre, futuras víctimas de su amor y de nuestros pecados.
Te lo pido por el dolor y la angustia que llenaron tu alma cuando el ángel te declaró que la vida del Niño Jesús era buscada por sus enemigos, de cuyos impíos designios te viste obligado a huir con Él y su Santísima Madre a Egipto.
pido por todos los dolores, fatigas y trabajos de esa larga y peligrosa peregrinación.
Te pregunto por todas las penas que soportaste, cuando en Egipto no eras capaz ni con el sudor de tu frente, de procurar pobre comida y vestido a tu pobrísima familia.
Te lo pido por todo el dolor que sentías cada vez que el Divino Niño pedía un bocado de pan, y tú no tenías para dárselo.
Te pido por toda tu solicitud que conserves al sagrado Niño y a la Inmaculada María durante tu segundo viaje, cuando se te ordenó regresar a tu país natal.
Pregunto por tu apacible morada en Nazaret, en la que tantas alegrías y penas se mezclaron.
Te pido por tu extrema aflicción, al estar tres días privado de la compañía del adorable Niño.
Te lo pido por tu alegría al encontrarlo en el templo y por el inefable consuelo que te ha sido impartido en la cabaña de Nazaret con la sociedad del pequeño Jesús.
Te lo pido por esa maravillosa condescendencia por la que se sometió a tu voluntad.
Te pido por esa dolorosa visión, continuamente en tu mente, de todo lo que tu Jesús iba a sufrir.
Pido por aquella dolorosa contemplación, que te hizo prever que las Divinas manitas y piececitos, ahora tan activos en servirte, un día serían traspasados con crueles clavos; aquella Cabeza, que reposaba dulcemente sobre tu pecho, coronada de agudas espinas; aquel delicado Cuerpo, que doblabas tiernamente en tu manto y estrechabas contra tu corazón, despojado y extendido en una cruz.
Te lo pido por aquel heroico sacrificio de tu voluntad y de tus mejores afectos, con el que ofreciste al Padre Eterno el último momento horrible, cuando el Hijo de Dios iba a expirar por nuestra salvación.
Pido por ese perfecto amor y conformidad con que recibiste la orden Divina de apartarte de esta vida, y de la compañía de Jesús y María.
Te lo pido por la gran alegría que llenó tu alma cuando el Redentor del mundo, triunfante sobre la muerte y el infierno, entró en posesión de su Reino, y te condujo a ti también a él con honores especiales.
Te lo pido por la gloriosa Asunción de Nuestra Señora y por esa interminable bienaventuranza, de la que gozas con Ella en la presencia de Dios. Oh, Padre bueno, te suplico, por todos tus sufrimientos, penas y alegrías, que me escuches y me obtengas ..... (Nombra aquí tus peticiones o reflexiona sobre ellas.)
Obtén para todos los que han pedido tus oraciones todo lo que les sea útil en los designios de Dios. Y por último, mi queridísimo Protector, acompáñame a mí y a todos los que me son queridos, en nuestros últimos momentos, para que podamos cantar eternamente las alabanzas de Jesús, María y José. Amén.
Ave María.…
Oh guardián del Verbo Encarnado, me anima la confianza de que tus oraciones en mi favor serán escuchadas bondadosamente ante el trono de Dios.
[Las siguientes V. y R. deben decirse siete veces, en honor de las siete alegrías y los siete dolores de San José].
V. Oh glorioso San José, por el amor que profesas a Jesucristo y por la gloria de su nombre,
R. Escucha mis oraciones y accede a mis súplicas.
Recemos:
Oh Glorioso San José, esposo de la Virgen Inmaculada, obtén para mí una mente pura, humilde y caritativa, y una perfecta resignación a la Divina Voluntad. Sé mi guía, padre y modelo en la vida, para que merezca morir como tú en los brazos de Jesús y María.
San José, amigo del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.