Las siguientes meditaciones y lecturas espirituales para la fiesta de la Inmaculada Concepción, están tomadas de Meditaciones y lecturas para cada día del año: Selección de los Escritos Espirituales de San Alfonso, V. 1, Parte 1editado por el Rev. P. John Baptist Coyle, C.Ss.R. (The Phoenix Publishing Company, Dublín, 1923).
Meditación de la mañana: Era conveniente que el Padre Eterno preservara a María del pecado original
Como el lirio entre las espinas, así es mi amor entre las hijas. - (Cant. ii., 2).
Grande fue, en verdad, el daño causado a Adán y a toda su posteridad por su maldito pecado. Pero de esta desgracia general quiso Dios eximir a la Santísima Virgen, como Madre predestinada de su Hijo unigénito y primogénita de la Gracia. Ella debía aplastar la cabeza de la serpiente y ser la Mediadora sin pecado de la paz entre los hombres y Dios. De ahí que el Padre Eterno bien pudiera decir de Su amada Hija: Como el lirio entre las espinas, así es mi amada entre las hijas, siempre inmaculada y siempre amada.
Meditación I:
Era muy conveniente que Dios preservara a María del pecado original, pues la destinó a aplastar la cabeza del espíritu infernal que, seduciendo a nuestros Primeros Padres, trajo la muerte a todos los hombres. Así lo predijo el Señor: Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya; ella te aplastará la cabeza. - (Gén. iii., 15). Pero si María era esa Mujer Valiente traída al mundo para conquistar a Lucifer, ciertamente no era apropiado que él la conquistara primero y la hiciera su esclava. La razón exigiría, en efecto, que fuera preservada de toda mancha e incluso de una sujeción momentánea a su adversario. ¿Cómo, pues, pudo Dios permitir que primero fuera esclava de la serpiente infernal? Alabado y siempre bendito sea Dios, que, en su infinita bondad, dotó a María de una gracia tan grande que, permaneciendo siempre libre de la culpa del pecado, fue siempre capaz de derrotar y confundir el orgullo de la serpiente.
Además de esto, fue totalmente conveniente que el Padre Eterno creara a María, "la única hija de la vida", libre de la mancha del pecado original y siempre poseída por Su gracia, destinada como estaba a ser la reparadora de un mundo perdido, Mediadora de paz entre los hombres y Dios. "Oh Virgen Santísima", dice San Juan Damasceno, "naciste para que pudieras servir a la salvación del mundo entero". "¡Salve, reconciliadora del mundo entero!", clama San Efrén. "¡Salve, tú que eres árbitro entre Dios y los hombres!", clama San Basilio de Silucia.
Ahora bien, ciertamente no sería conveniente elegir a un enemigo para tratar de la paz con la persona ofendida, y menos aún a un cómplice del propio delito. San Gregorio dice que "un enemigo no puede comprometerse a apaciguar a su juez que es al mismo tiempo la parte ofendida; porque si lo hiciera, en lugar de apaciguarlo, lo provocaría a una ira mayor". Y, por tanto, como María había de ser la Mediadora de la paz entre los hombres y Dios, era de suma importancia que ella misma no apareciese como pecadora y enemiga de Dios, sino que apareciese en todo como amiga y libre de toda mancha. Por eso era conveniente que Dios la preservase del pecado, para que no apareciese culpable de la misma falta que los hombres por quienes debía interceder.
Ah, mi Señora Inmaculada, me regocijo contigo al verte enriquecida con tan gran pureza. Doy gracias a nuestro común Creador por haberte preservado de toda mancha de pecado. Eres todo belleza y no hay ni una mancha en ti. - (Cant. iv., 7). ¡Oh paloma purísima, toda abeto, toda hermosa, siempre amiga de Dios! Ah, dulcísima, amabilísima, inmaculada María, no desdeñes poner tus ojos compasivos en las llagas de mi alma. Mírame, ten piedad de mí, cúrame. El feliz día en que iré a contemplar tu belleza en el Paraíso parece lejano mil años, tanto anhelo alabarte y amarte más que ahora, Madre mía, Reina mía, amadísima, dulcísima, purísima, inmaculada María. Amén.
Meditación II:
Pero sobre todo convenía que el Padre Eterno preservara a esta Su hija sin mancha del pecado de Adán, porque la predestinó a ser la Madre de Su Hijo unigénito. Como Jesús era el primogénito de Dios, el primogénito de toda criatura - (Col. i., 15), así María, la destinada Madre de Dios, fue siempre considerada por Él como su primogénita por adopción, y por tanto siempre la poseyó por su gracia. El Señor me poseyó en el principio de sus caminos. - (Prov. viii., 22). Por lo tanto, para el honor de su Hijo, era conveniente que el Padre preservara a la Madre de toda mancha de pecado. Cuando David proyectaba el Templo de Jerusalén, en una escala de magnificencia digna de Dios, dijo: Porque no se prepara una casa para el hombre, sino para Dios. - (1 Par. xxix., 1). ¡Cuánto más razonable es, pues, suponer que el Soberano Arquitecto, que destinó a María a ser la Madre de su propio Hijo, adornó su alma con todos los dones más preciosos para que fuera una morada digna de un Dios!
Sabemos que el mayor honor de un hombre es nacer de padres nobles. Y la gloria de los hijos son sus padres. - (Prov. xvii., 6). ¿Cómo, pues, podemos suponer que Dios, que pudo hacer que Su Hijo naciera de una Madre noble preservándola del pecado, permitiera, por el contrario, que naciera de una infectada por él, y dejara así siempre en poder de Lucifer el reprocharle la vergüenza de tener una madre que había sido una vez su esclava y enemiga de Dios? No, ciertamente, el Padre Eterno no permitió esto; pero Él bien proveyó para el honor de Su hijo preservando a Su madre siempre inmaculada, para que pudiera ser una Madre digna de tal Hijo. Y la misma Santa Iglesia nos lo asegura: "Oh Dios Todopoderoso y Eterno, que por la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen Madre María, para que fuera digna morada de Tu Hijo".
Ah, mi bellísima Señora, me regocijo al verte, por tu pureza y tu belleza, tan querida de Dios. Doy gracias a Dios por haberte preservado de toda mancha. Oh Tú, que desde el primer momento de tu vida apareciste pura y hermosa ante Dios, ten piedad de mí, que no sólo nací en pecado, sino que desde el Bautismo he vuelto a manchar mi alma con crímenes. ¿Qué gracia te negará Dios? Virgen Inmaculada, tú me has de salvar. Amén.
Lectura Espiritual: Era conveniente que el Hijo preservara a su Madre del pecado original
En segundo lugar, era conveniente que el Hijo preservara a María del pecado, por ser su Madre. Nadie puede elegir a su madre; pero si a alguien se le concediera tal cosa, ¿quién habría que, pudiendo elegir a una reina, deseara a una esclava? ¿O si pudiera elegir a un amigo de Dios, desearía a un enemigo? Si, pues, sólo el Hijo de Dios pudo elegir una Madre según su propio Corazón y su propio gusto, debemos considerar, como algo natural, que eligió una digna de Dios. San Bernardo dice, "que el Creador de los hombres haciéndose hombre, debió Él mismo seleccionar una Madre que Él sabía que sería digna de Él". Como era conveniente que un Dios purísimo tuviera una Madre libre de todo pecado, la creó sin mancha. Aquí podemos aplicar las palabras del Apóstol a los Hebreos: Porque convenía que tuviéramos tal sumo sacerdote; santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores. - (Heb. vii., 26). Un autor erudito observa que, según San Pablo, era conveniente que nuestro Santísimo Redentor no sólo estuviera separado del pecado, sino también de los pecadores; de acuerdo con la explicación de Santo Tomás, que dice: "que era necesario que Él, que vino a quitar los pecados, estuviera separado de los pecadores, en cuanto a la falta bajo la cual estaba Adán". Pero, ¿cómo podría decirse que Jesucristo estaba separado de los pecadores, si tenía una Madre que era pecadora?
San Ambrosio dice: "que Cristo eligió este vaso en el que iba a descender no de la tierra, sino del Cielo; y lo consagró templo de pureza". Esto concuerda con lo que San Juan Bautista reveló a Santa Brígida, diciendo: "No convenía que el Rey de la Gloria reposara de otro modo que en un vaso escogido que excediera en pureza a todos los hombres y ángeles". Y a esto podemos añadir lo que el mismo Padre Eterno dijo a la misma Santa: "María era un vaso limpio e inmundo: limpio, porque era toda hermosa; pero inmundo porque nació de pecadores, aunque fue concebida sin pecado, para que Mi Hijo naciera de ella sin pecado." Y observa estas últimas palabras: "María fue concebida sin pecado". No para que Jesucristo pudiera haber contraído el pecado; sino para que no se le reprochara siquiera haber tenido una Madre infectada de él, que en consecuencia hubiera sido esclava del demonio.
El Espíritu Santo dice que la gloria del hombre proviene de la honra de su padre, y un padre sin honra es la desgracia del hijo. - (Eccl. iii., 13). "Por eso fue", dice un escritor antiguo, "que Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción después de la muerte; porque habría sido para Su deshonra que esa carne virginal con la que se había revestido se convirtiera en alimento de gusanos." Porque, añade, "la corrupción es una desgracia de la naturaleza humana; y como Jesús no estuvo sujeto a ella, María también estuvo exenta; porque la carne de Jesús es la carne de María." Pero ya que la corrupción de su cuerpo habría sido una desgracia para Jesucristo, por haber nacido de ella, ¿cuánto mayor habría sido la desgracia, de haber nacido de una madre cuya alma estuvo alguna vez infectada por la corrupción del pecado? Pues no sólo es cierto que la carne de Jesús es la misma que la de María, "sino que, añade el mismo autor, "la carne de nuestro Salvador, incluso después de Su Resurrección, siguió siendo la misma que había tomado de Su Madre. La carne de Cristo es la carne de María; y aunque fue glorificada por la gloria de Su Resurrección, sigue siendo la misma que fue tomada de María." Y ahora bien, si esto es verdad, suponiendo que la Santísima Virgen hubiera sido concebida en pecado, aunque el Hijo no hubiera podido contraer su mancha, sin embargo, el haber unido a Sí mismo una carne que una vez estuvo infectada por el pecado, un vaso de inmundicia y sujeto a Lucifer, habría sido siempre una deshonra para Él.
María no sólo fue la Madre, sino la digna Madre de nuestro Salvador. Así la llaman todos los santos Padres. San Bernardo dice: "Sólo tú fuiste digna de ser elegida como aquella en cuyo vientre virginal el Rey de reyes tendría su primera morada". Santo Tomás de Villanueva dice: "Antes de concebir ya era digna de ser la Madre de Dios". La misma Santa Iglesia atestigua que María mereció ser la Madre de Jesucristo, diciendo: "La Santísima Virgen, que mereció llevar en su seno a Cristo nuestro Señor"; y St. Tomás de Aquino, explicando estas palabras, dice que "se dice que la Santísima Virgen mereció dar a luz al Señor de todos; no que mereció su Encarnación, sino que mereció, por las gracias que había recibido, tal grado de pureza y santidad, que pudo ser dignamente Madre de Dios"; es decir, María no pudo merecer la Encarnación del Verbo Eterno, pero por la gracia divina mereció tal grado de perfección que la hizo digna de ser la Madre de un Dios; según dice San Agustín: "Su singular santidad y pureza la hicieron digna de ser la Madre de Dios". Agustín dice: "Su singular santidad, efecto de la gracia, mereció que sólo ella fuera juzgada digna de recibir a un Dios".
Y ahora, suponiendo que María fuera digna de ser la Madre de Dios, "¿qué excelencia y qué perfección había que no le fuera propia?", pregunta Santo Tomás de Villanueva. Santo Tomás dice: "que cuando Dios elige a alguien para una dignidad particular, lo hace apto para ella"; por lo que añade: "que Dios, habiendo elegido a María por Madre, también por su gracia la hizo digna de esta altísima dignidad". "La Santísima Virgen fue divinamente elegida para ser la Madre de Dios, y por tanto no podemos dudar de que Dios la había hecho idónea por su gracia para esta dignidad; y así nos lo asegura el Ángel": Porque has hallado gracia en Dios; he aquí que concebirás. - (Lucas i., 50). Y de ahí argumenta el Santo que "la Santísima Virgen nunca cometió ningún pecado real, ni siquiera venial. De lo contrario", dice, "no habría sido una madre digna de Jesucristo; pues la ignominia de la Madre habría sido también la del Hijo, ya que habría tenido por madre a una pecadora." Y ahora bien, si María, a causa de un solo pecado venial, que no priva a un alma de la gracia divina, no habría sido una madre digna de Dios, ¿cuánto más indigna habría sido si hubiera contraído la culpa del pecado original, que la habría convertido en enemiga de Dios y esclava del demonio? Y esta reflexión fue la que hizo pronunciar a San Agustín aquellas memorables palabras, según las cuales, al hablar de María en honor de Nuestro Señor, a Quien mereció tener por Hijo, no quiso ni siquiera considerar la cuestión del pecado en ella; "porque sabemos -dice- que por Él, que es evidente que no tenía pecado, y a Quien mereció concebir y dar a luz, recibió la gracia de vencer todo pecado."
No fue ninguna vergüenza para Jesucristo que los judíos le llamaran despectivamente Hijo de María, queriendo decir con ello que era Hijo de una pobre mujer: ¿No se llama María su madre? - (Mt. xiii., 55). Vino a este mundo para darnos ejemplo de humildad y paciencia. Pero, por otra parte, habría sido indudablemente una desgracia si hubiera oído decir al diablo: "¿No era pecadora su madre? ¿Acaso no nació de una madre malvada, que en otro tiempo fue esclava nuestra?". Incluso habría sido impropio que Jesucristo hubiera nacido de una mujer cuyo cuerpo estuviera deformado, o tullido, o poseído por demonios; pero ¡cuánto más no lo habría sido, si hubiera nacido de una mujer cuya alma hubiera estado una vez deformada por el pecado, y en posesión Lucifer!
Dios, que es la Sabiduría misma, bien supo prepararse una morada adecuada para residir en la tierra: La sabiduría se ha construido una casa. - (Prov. ix., 1). El Altísimo ha santificado su propio tabernáculo. Dios lo ayudará por la mañana temprano. - (Sal. xlv., 5, 6). David dice que nuestro Señor santificó esta su morada por la mañana tempranoes decir, desde el principio de su vida, para hacerla digna de Él; pues no era propio de un Dios santo elegir para Sí una morada que no lo fuera: La santidad será tu casa. - (Sal. xcii., 5). La Santa Iglesia canta: "Tú, Señor, no has desdeñado habitar en el seno de la Virgen". Sí, porque habría desdeñado encarnarse en el seno de una Inés, de una Gertrudis, de una Teresa, porque estas vírgenes, aunque santas, estuvieron sin embargo durante un tiempo manchadas del pecado original; pero no desdeñó hacerse Hombre en el seno de María, porque esta Virgen amada fue siempre pura y libre de la menor sombra de pecado, y nunca fue poseída por la serpiente infernal. Y por eso dice San Agustín: "el Hijo de Dios nunca se hizo morada más digna que María, que nunca fue poseída por el enemigo, ni despojada de sus ornamentos." Por otra parte, San Cirilo de Alejandría pregunta: "¿Quién ha oído hablar de un arquitecto que se construyera un templo y cediera la primera posesión del mismo a su mayor enemigo?".
Sí, dice San Metodio, hablando del mismo tema, aquel Señor que nos mandó honrar a nuestros padres, no quiso hacer otra cosa, cuando se hizo Hombre, que observarlo, dando a su Madre todas las gracias y honores: "Aquel que dijo, Honra a tu padre y a tu madrepara observar su propio decreto, dio toda gracia y honor a su Madre". Por tanto, debemos creer ciertamente que Jesucristo preservó el cuerpo de María de la corrupción después de la muerte; porque si no lo hubiera hecho, no habría observado la ley, que, al mismo tiempo que nos manda honrar a nuestra madre, nos prohíbe faltarle al respeto. Pero ¡qué poco habría guardado Jesús el honor de su Madre, si no la hubiera preservado del pecado de Adán! "Ciertamente pecaría aquel hijo", dice el agustino Padre Tomás de Estrasburgo, "que, teniendo en su poder preservar a su madre del pecado original no lo hizo". "Pero lo que en nosotros sería pecado", prosigue el mismo autor, "ciertamente habría sido considerado impropio en el Hijo de Dios, Quien, pudiendo hacer inmaculada a su Madre, no lo hizo." "Ah, no", exclama Gerson, "puesto que Tú, el Príncipe supremo, eliges tener una Madre, ciertamente Tú la honras. Pero ahora, si Tú permitieras que ella, que debía ser la morada del Dios todo puro, estuviera en la abominación del pecado original, ciertamente parecería que la ley no fue bien cumplida."
"Además, sabemos", dice San Bernardino de Siena, "que el Divino Hijo vino al mundo para redimir a María más que a todas las demás criaturas." Hay dos medios por los que una persona puede ser redimida, como nos enseña San Agustín: el uno levantándola después de haber caído, y el otro impidiendo que caiga; y este último medio es sin duda el más honroso. "Es más honroso redimido -dice el docto Suárez- el que es impedido de caer, que el que, después de caer, es levantado"; porque así se evita la injuria o mancha que el alma contrae siempre al caer. Siendo esto así, debemos creer ciertamente que María fue redimida del modo más honroso y más propio de la Madre de Dios, como observa San Buenaventura, "pues es de creer que el Espíritu Santo, como favor muy especial, la redimió y preservó del pecado original por un nuevo género de santificación, y esto en el mismo momento de su Concepción; no que el pecado estuviese en ella, sino que de otro modo podría haber estado." Sobre el mismo tema, el Cardenal Cusano observa bellamente que "otros tuvieron a Jesús como liberador, pero para la Santísima Virgen fue un preliberador"; es decir, que todos los demás tuvieron un Redentor que los libró del pecado con el que ya estaban contaminados, pero que la Santísima Virgen tuvo un Redentor que, porque iba a convertirse en su Hijo, la preservó de ser contaminada jamás por el pecado.
En fin, para concluir con las palabras de Hugo de San Víctor, el árbol se conoce por sus frutos. Si el Cordero fue siempre inmaculado, la Madre también debe haber sido siempre inmaculada: "Tal el Cordero, tal la Madre del Cordero; porque el árbol se conoce por sus frutos". De ahí que este mismo Doctor salude a María, diciendo: "Oh digna Madre de un digno Hijo"; queriendo decir, que ninguna otra que María era digna de ser la Madre de tal Hijo, y ningún otro que Jesús era un digno Hijo de tal Madre; y luego añade estas palabras: "¡Oh hermosa Madre de la Belleza misma, oh alta Madre del Altísimo, oh Madre de Dios!". Dirijámonos, pues, a esta Santísima Madre con las palabras de San Ildefonso: "Amamanta, oh María, a tu Creador, da leche a Aquel que te hizo, y que te hizo tal que pudo ser hecho de ti". Amén.
Meditación vespertina: Era conveniente que el Espíritu Santo preservara a María del pecado original
Meditación I:
Puesto que era conveniente que el Padre Eterno preservara a María del pecado como Su hija, y al Hijo como Su Madre, también era conveniente que el Espíritu Santo la preservara como Su Esposa. San Agustín dice que "María fue la única que mereció ser llamada Madre y Esposa de Dios". Pues San Anselmo afirma que el Espíritu Divino, el Amor mismo del Padre y del Hijo, entró corporalmente en María, y enriqueciéndola con gracia singular sobre todas las criaturas, reposó en ella y la hizo Reina del Cielo y de la tierra. El Espíritu Santo vendrá sobre ti. - (Lucas i., 35).
Y ahora, si un excelente artista tuviera el poder de hacer que su esposa fuera en la realidad tal como la representaría en su cuadro, ¡qué esfuerzos no haría para hacerla tan bella como fuera posible! ¿Quién, pues, puede decir que el Espíritu Santo hizo otra cosa con María, cuando pudo hacerla, a la que iba a ser su Esposa, tan bella como convenía que fuera? Ah no, el Espíritu Santo actuó como le convenía actuar, pues este mismo Señor declara: Eres toda hermosa, oh mi amor, y no hay una mancha en ti. - (Cant. iv., 7).
El Espíritu Santo significa lo mismo cuando llamó a esta Su Esposa un jardín cerrado y una fuente sellada: Mi hermana, mi esposa, es un jardín cerrado, una fuente sellada - una Esposa en la que ningún engaño podía entrar, contra la que ningún fraude del enemigo podía prevalecer, y que era siempre santa en mente y cuerpo. "Tú eres", dice San Bernardo, "un jardín cerrado en el que nunca ha entrado la mano de los pecadores para arrancar sus flores".
Ah, mi Reina inmaculada, hermosa paloma, amada de Dios, no desdeñes echar tus ojos sobre las muchas manchas y heridas de mi alma. Mírame y compadécete de mí. Dios, que mucho te ama, nada te niega, y tú no sabes rechazar a los que recurren a ti. Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.
Meditación II:
En Proverbios leemos: Muchas hijas han reunido riquezas, tú las has superado a todas. - (Prov. xxxi., 29). Si María ha superado a todos los demás en las riquezas de la gracia, debe haber tenido la justicia original como la tuvieron Adán y los ángeles. En los Cánticos leemos: Hay jóvenes doncellas sin número. Una es mi paloma, mi perfecta (en hebreo es mi entera, mi inmaculada) no es más que una. Es la única de su madre. - (Cant. vi., 7). Todas las almas son hijas de la gracia divina, pero entre ellas María fue la paloma sin la hiel del pecado, la perfecto sin mancha en su origen, la concebida en gracia.
De ahí que el Ángel, antes de que se convirtiera en la Madre de Dios, la encontrara ya lleno de graciay la saludó: ¡Salve, llena eres de gracia! - (Lucas i., 28). A otros santos se les concedió parcialmente la gracia, pero a la Santísima Virgen se le concedió toda la gracia. Tanto es así que Santo Tomás dice: "La gracia hizo santa no sólo el alma, sino incluso la carne de María, para que la Santísima Virgen pudiera revestir con ella al Verbo Eterno."
Oh inmaculada y purísima Virgen María, Madre de Dios, Reina del Universo, nuestra buena Señora, tú eres la abogada de los pecadores, el consuelo del mundo, el rescate de los cautivos, la alegría de los enfermos, el consuelo de los afligidos, el refugio y la salvación del mundo entero. Oh purísima Virgen María, venero tu santísimo corazón que fue delicia y reposo de Dios, tu corazón rebosante de humildad, pureza y amor divino. Ah, Madre mía, por amor de Jesús, encárgate de mi salvación. Oh Señora, no niegues tu compasión a quien Jesús no ha negado su Sangre. Oh Madre mía, no me abandones. Nunca, nunca dejes de orar por mí hasta que me veas a salvo en el Cielo a tus pies, bendiciéndote y agradeciéndote por siempre. Amén.