MEDITACIONES DIARIAS: QUINTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA

Meditación matutina:  "PEDID Y RECIBIRÉIS" (Evangelio del domingo. Juan xvi., 23-30)

     Toda la vida de los Santos ha sido una vida de meditación y oración; y todas las gracias por medio de las cuales han llegado a ser Santos han sido recibidas por ellos en respuesta a la oración. Por tanto, si queremos salvarnos y llegar a ser santos, debemos estar siempre a las puertas de la misericordia divina y rogar y pedir, como una limosna, todo lo que necesitemos.  Pide y recibirás.

Meditación I:
      Pide y recibirás.  Somos pobres en todo; pero si oramos somos ricos en todo; porque Dios ha prometido conceder la oración de quien le ora. Él dice: Pide y recibirás.  ¿Qué mayor amor puede mostrar un amigo hacia otro que decirle: Pídeme lo que quieras y yo te lo daré. Esto es lo que el Señor nos dice a cada uno de nosotros. Dios es Señor de todas las cosas. Promete darnos cuanto le pidamos; si, pues, somos pobres, la culpa es nuestra, porque no le pedimos las gracias de que tenemos necesidad. Y por eso la oración mental es moralmente necesaria para todos, porque cuando la dejamos de lado, mientras estamos ocupados en las preocupaciones del mundo, prestamos poca atención al alma; pero cuando la practicamos descubrimos las necesidades del alma, y entonces pedimos las gracias correspondientes y las obtenemos.
     Toda la vida de los santos ha sido meditación y oración; y todas las gracias por medio de las cuales han llegado a ser santos las han recibido en respuesta a la oración. Por tanto, si queremos salvarnos y llegar a ser santos, debemos estar siempre a las puertas de la Divina Misericordia para pedir y rogar, como una limosna, todo aquello de lo que tengamos necesidad. Necesitamos humildad: pidámosla y seremos humildes. Necesitamos paciencia en las tribulaciones: pidámosla y seremos pacientes. El amor divino es lo que deseamos: pidámoslo y lo obtendremos.  Pedid y se os dará - (Mt. vii., 7) es la promesa de Dios, que no puede fallar. Y Jesucristo, para inspirarnos mayor confianza en nuestras oraciones, nos ha prometido que cualesquiera que sean las gracias que pidamos al Padre en Su Nombre, por causa de Su amor o de Sus méritos, el Padre nos las concederá todas: En verdad, en verdad os digo que si pedís algo al Padre en mi nombre, él os lo dará.. - (Juan xvi., 23). Y en otro lugar dice que si le pedimos algo en su propio Nombre y por sus méritos, Él nos lo concederá: Si me pides algo en mi nombre, eso haré. - (Juan xiv., 14). Sí; porque es de Fe que todo lo que Dios puede hacer también puede ser hecho por Jesucristo, Quien es Su Hijo.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  ¡VITA, DULCEDO! ¡SALVE, VIDA NUESTRA, DULZURA NUESTRA!

XXVII. MARÍA ES NUESTRA DULZURA; HACE DULCE LA MUERTE A SUS CLIENTES

     Así será también tu muerte si eres fiel a María. Aunque hayas ofendido a Dios, ella te procurará una muerte dulce y feliz. Y si por casualidad en ese momento estás muy alarmado y pierdes la confianza a la vista de tus pecados, ella vendrá y te animará, como hizo con Adolfo, conde de Alsacia, que abandonó el mundo y entró en la Orden de San Francisco. En las Crónicas de la Orden se nos dice que tenía una tierna devoción a la Madre de Dios, y que cuando estaba a punto de morir su vida anterior y los rigores de la justicia divina se presentaron ante su mente, y le hicieron temblar ante el pensamiento de la muerte, y temer por su salvación eterna. Apenas habían entrado estos pensamientos en su mente, cuando María, que siempre está activa cuando sus siervos sufren, acompañada de muchos Santos, se presentó ante el moribundo, y le animó con palabras de la mayor ternura, diciendo: "Mi amado Adolfo, tú eres mío, tú te has entregado a mí, y ahora ¿por qué temes tanto a la muerte?". Al oír estas palabras, el siervo de María se sintió instantáneamente aliviado, el miedo se desterró de su alma, y expiró en medio de la mayor paz y alegría.
     Tengamos, pues, buen corazón, aunque seamos pecadores, y sintámonos seguros de que María vendrá a asistirnos en la muerte, y nos confortará y consolará con su presencia, con tal sólo que la sirvamos con amor durante el tiempo que nos quede de estar en este mundo. Nuestra Reina, dirigiéndose un día a Santa Matilde, prometió que asistiría en la muerte a todos sus clientes que, durante su vida, la habían servido fielmente. "Yo, como Madre tiernísima, estaré fielmente presente en la muerte de todos los que piadosamente me sirvan, y los consolaré y protegeré". Oh Dios, qué consuelo será en ese último momento de nuestras vidas, cuando nuestra suerte eterna está tan pronto por decidirse, ver a la Reina del Cielo asistiéndonos y consolándonos con la seguridad de su protección.
     Además de los casos ya citados en los que hemos visto a María asistir a sus siervos moribundos, hay innumerables otros registrados en diferentes obras. Este favor le fue concedido a Santa Clara; a San Félix, de la Orden de los Capuchinos; a Santa Clara de Montefalco; a Santa Teresa; a San Pedro de Alcántara. Pero, para nuestro consuelo común, relataré lo siguiente: Cuenta el padre Crasset que María de Oignies vio a la Santísima Virgen junto a la almohada de una devota viuda de Willembroc, enferma de violentas fiebres. María estaba a su lado, consolándola y refrescándola con un abanico. De San Juan de Dios, que era devoto de María, se cuenta que esperaba que ella le visitara en su lecho de muerte, pero al no verla llegar se afligió y tal vez incluso se quejó. Pero cuando llegó su última hora, se le apareció la divina Madre y, reprendiéndole suavemente por su poca confianza, le dirigió las siguientes tiernas palabras, que bien pueden animar a todos los siervos de María: "Juan, no está en mí abandonar a mis clientes en semejante momento". Como si hubiera dicho: "Juan, ¿en qué estabas pensando? ¿Pensabas que te había abandonado? ¿Y no sabes que nunca abandono a mis clientes a la hora de la muerte? Si no vine antes, fue porque no había llegado tu hora; pero ahora que ha llegado, he aquí que te llevo; vayamos al Cielo." Poco después expiró el Santo y huyó a aquel bendito reino, para dar allí gracias por toda la eternidad a su amantísima Reina.


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO 

XXXIII. "LA CARIDAD NO ENVIDIA". - EL QUE AMA A JESÚS NO ENVIDIA A LOS GRANDES DEL MUNDO, SINO SÓLO A LOS QUE SON MAYORES AMANTES DE JESUCRISTO

Meditación I:
     Las siguientes son las señales que indican si trabajamos únicamente para Dios en cualquier empresa espiritual. 1.- Si no nos perturba el fracaso de nuestros planes, porque cuando vemos que no es la voluntad de Dios, tampoco lo es ya la nuestra. 2.- Si nos alegramos del bien hecho por otros tan de corazón como si lo hubiéramos hecho nosotros. 3.- Si no tenemos preferencia por un cargo más que por otro, sino que aceptamos de buen grado el que nos impone la obediencia a los superiores. 4.- Si después de nuestras acciones no buscamos el agradecimiento o la aprobación de los demás, ni nos afecta en modo alguno si nos encuentran faltas o nos regañan, estando satisfechos de haber agradado a Dios. Y si cuando el mundo nos aplaude no nos envanecemos, sino que salimos al encuentro de la vanagloria, que podría hacerse sentir, con la respuesta del bienaventurado Juan de Ávila: "¡Vete! Llegaste demasiado tarde, pues todo se ha dado ya a Dios".
     Esto es entrar en el gozo del Señor; es decir, gozar del disfrute de Dios, como está prometido a sus siervos fieles: Bien, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco... entra en el gozo de tu Señor.. - (Mt. xxv., 23). Y si nos toca en suerte hacer algo agradable a Dios, ¿qué más, se pregunta San Juan Crisóstomo, podemos desear? "Si eres hallado digno de realizar algo que agrada a Dios, ¿buscas otra recompensa que ésta?". La mayor recompensa, la más brillante fortuna que puede acontecer a una criatura es dar placer a su Creador.

Meditación II:      

Meditación matutina:  CONDICIONES DE LA ORACIÓN

     Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.. - (Marcos xi., 24). Muchos oran, pero no obtienen lo que piden, porque no oran como deben.  Usted preguntadice Santiago, y no recibes, porque pides mal. - (Santiago iv., 3). Para ser escuchados por Dios debemos pedir con humildad, confianza y perseverancia. ¿Y qué oraciones, oh Dios mío, oirás jamás, si no escuchas las que se hacen como Tú quieres que se hagan?

Meditación I:
     Consideremos la condiciones de la oración. Muchos oran, pero no obtienen el objeto de sus oraciones, porque no oran como deben.  Usted preguntadice Santiago, y no recibes, porque pides mal. - (Santiago iv., 3). Para orar bien es necesario, en primer lugar, orar con humildad.  Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. - (Santiago iv., 6). Dios rechaza las peticiones de los soberbios, pero no permite que los humildes se vayan sin escuchar todas sus oraciones.  La oración del que se humilla traspasará las nubes. . . y no se apartará hasta que el Altísimo lo contemple.. - (Eccl. xxxv., 21). Esto es así, aunque hasta entonces hayan sido pecadores.  Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás. - (Sal. l., 19). En segundo lugar, es necesario orar con confianza.  Nadie ha esperado en el Señor, y ha sido confundido. - (Eccl. ii., 11). Jesucristo nos ha enseñado a no llamar a Dios, en nuestras peticiones de sus gracias, por otro nombre que el de Padrepara hacernos orar con la misma confianza con que un niño recurre a sus padres. Quien reza con confianza, obtiene toda gracia.  Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá".. - (Marcos xi., 24). Y quién, dice San Agustín, puede temer que se incumplan las promesas de Dios, que es la Verdad misma. Dios, dice la Escritura, no es como los hombres, que prometen y no cumplen, bien porque pretenden engañar, bien porque cambian de opinión.  Dios no es como hombre para que mienta, ni como hijo de hombre para que cambie. ¿Ha dicho, pues, y no hará? - (Núm. xxiii., 19). ¿Y por qué, añade el mismo San Agustín, nos exhortaría el Señor tan encarecidamente a pedir sus gracias, si no quisiera concedérnoslas? Por sus promesas se ha obligado a concedernos las gracias que le pidamos. "Al prometer", dice San Agustín, "se ha hecho deudor".
     Pero algunos dirán: Soy un pecador y, por tanto, no merezco ser escuchado. Santo Tomás responde que la eficacia de la oración para obtener la gracia no depende de nuestros méritos, sino de la misericordia divina.  Todosdice Jesucristo, el que pide, recibe - (Mt. vii., 8); es decir, cada uno sea justo o pecador. Pero el Redentor mismo quita todo temor cuando dice: Amén, amén os digo: Si pedís algo al Padre en mi nombre, él os lo dará. - (Juan xvi., 23). Como si dijera: Pecadores, si vosotros estáis sin méritos, Yo tengo méritos ante Mi Padre. Pedid, pues, en Mi Nombre, y Yo os prometo que recibiréis cuanto pidáis. Pero es necesario saber que esta promesa no se extiende a los favores temporales, como la salud, los bienes de fortuna y otros semejantes; pues Dios rechaza a menudo con justicia estas gracias, porque ve que serían perjudiciales para nuestra salvación. "El médico", dice San Agustín, "sabe mejor que el paciente lo que es útil". El santo Doctor añade que Dios niega a unos por misericordia lo que da a otros porque está enojado. De ahí que debamos pedir las bendiciones temporales sólo a condición de que sean provechosas para el alma. Pero las gracias espirituales, como el perdón de los pecados, la perseverancia, el amor divino y otras semejantes, deben pedirse absolutamente y con la firme confianza de obtenerlas.  Sidice Jesucristo, tú que eres malo, sabes dar buenas dádivas a tus hijos, ¡cuánto más tu Padre del cielo dará el buen Espíritu a los que se lo pidan! - (Lucas xi., 13).
     Sin Tu ayuda, oh mi amado Redentor, no puedo hacer nada. Pero Tú has prometido conceder todo lo que te pidamos. Confiando, pues, en tus promesas, mi querido Jesús, te pido el perdón de todos mis pecados: Te pido la santa perseverancia; pero, sobre todo, te pido el don de tu santo amor.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  SPES NOSTRA, SALVE - ¡SALVE, ESPERANZA NUESTRA!

XXVIII. MARÍA ES LA ESPERANZA DE TODOS

     Los herejes modernos no pueden soportar que saludemos y llamemos a María nuestra esperanza: "¡Salve, esperanza nuestra!" Dicen que sólo Dios es nuestra esperanza, y que Él maldice a los que ponen su confianza en las criaturas con estas palabras del Profeta Jeremías: Maldito sea el hombre que confía en el hombre. - (Jer. xvii., 5). María, exclaman, es una criatura; y ¿cómo puede una criatura ser nuestra esperanza? Esto es lo que dicen los herejes; pero, a pesar de ello, la santa Iglesia obliga a todos los Eclesiásticos y Religiosos a que cada día levanten la voz y, en nombre de todos los fieles, invoquen y llamen a María con el dulce nombre de "nuestra Esperanza", la esperanza de todos.
     El Doctor Angélico Santo Tomás, dice que podemos poner nuestra esperanza en una persona de dos maneras: como un principal causa, y como mediar uno. Quien espera un favor de un rey, lo espera de él como señor; lo espera de su ministro o favorito como intercesor. Si el favor es concedido, viene primariamente del rey, pero viene a través de la instrumentalidad del favorito; y en este caso el que busca el favor tiene razón al llamar a su intercesor su esperanza. El Rey del Cielo, siendo Bondad Infinita, desea en grado sumo enriquecernos con sus gracias; pero porque se requiere confianza de nuestra parte, y para aumentarla en nosotros, nos ha dado a su propia Madre para que sea nuestra Madre y Abogada, y a ella le ha dado todo el poder para ayudarnos; y por eso quiere que depositemos en ella nuestra esperanza de salvación y de toda bendición. Los que ponen sus esperanzas en las criaturas solas, independientemente de Dios, como hacen los pecadores, y para obtener la amistad y el favor de un hombre, no temen ultrajar a Su Divina Majestad, son ciertamente maldecidos por Dios, como dice el Profeta Jeremías. Pero los que esperan en María, como Madre de Dios, que es capaz de obtenerles las gracias y la vida eterna, son verdaderamente bienaventurados y agradables al Corazón de Dios, que desea ver honrada a la más grande de sus criaturas; pues ella le amó y honró en este mundo más que todos los hombres y ángeles juntos. Y por eso llamamos justa y razonablemente a la Santísima Virgen "nuestra Esperanza", confiando, como dice el Cardenal Belarmino, "que obtendremos por su intercesión, lo que no obtendríamos con nuestras propias oraciones sin ayuda." "Le rezamos -dice el docto Suárez- para que la dignidad de la intercesora supla nuestra propia indignidad; de modo que -continúa- implorar a la Santísima Virgen con tal espíritu no es desconfianza en la misericordia de Dios, sino temor de nuestra propia indignidad."
     No es, pues, sin razón que la santa Iglesia, en las palabras del Eclesiástico, llama a María la madre de la santa esperanza. - (Eccl. xxiv., 24). Ella es la Madre que hace nacer en nuestros corazones la santa esperanza; no la esperanza de los bienes vanos y transitorios de esta vida, sino la de los bienes inmensos y eternos del Cielo.
     "¡Salve, pues, oh esperanza de mi alma!", exclama San Efrén, dirigiéndose a esta Divina Madre; "¡salve, oh salvación cierta de los cristianos; salve, oh auxiliadora de los pecadores; salve, fortaleza de los fieles y salvación del mundo!". Otros Santos nos recuerdan que, después de Dios, nuestra única Esperanza es María; y por eso la llaman, "después de Dios, su única Esperanza."


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO 

XXXIV. "LA CARIDAD NO ENVIDIA" - EL QUE AMA A JESÚS NO ENVIDIA A LOS GRANDES DEL MUNDO, SINO SÓLO A LOS QUE SON MAYORES AMANTES DE JESUCRISTO

Meditación I: 
     La pureza de intención se llama la alquimia celestial por la que el hierro se convierte en oro; es decir, las acciones más triviales, como trabajar, tomar las comidas, recrearse o descansar, cuando se hacen por Dios, se convierten en el oro del amor santo. Por eso, Santa María Magdalena de Pazzi cree con certeza que aquellos que hacen todo con una intención pura van directamente al Paraíso, sin pasar por el Purgatorio. Se relata en la Tesoro espiritual que era costumbre de un piadoso ermitaño, antes de emprender cualquier trabajo, detenerse un poco y levantar los ojos al Cielo; al preguntársele por qué lo hacía, respondió: "Estoy apuntando". Con esto quería decir que, así como el arquero, antes de disparar su flecha, apunta para no errar el blanco, así él, antes de cada acción, apuntaba a Dios, para estar seguro de agradarle. Nosotros debemos hacer lo mismo; e incluso durante la realización de nuestras acciones es muy bueno que de vez en cuando renovemos nuestra buena intención.

Meditación II:      

Meditación matutina:  DIOS SE HA COMPROMETIDO A CONCEDERNOS BIENES ESPIRITUALES, NO TEMPORALES

     Sólo podemos esperar obtener aquellas gracias que pedimos en el Nombre y por los méritos de Jesucristo. "Pero", dice San Agustín, "si pedimos algo perjudicial para nuestra salvación no puede decirse que se pida en el Nombre del Salvador". Cuando veamos que Dios no nos concede dones temporales, tengamos la seguridad de que sólo nos los niega porque nos ama, y porque ve que las cosas que pedimos sólo perjudicarían nuestro bienestar espiritual.

Meditación I:
     Considere que la promesa de nuestro Señor de escuchar nuestras oraciones no se aplica a nuestras peticiones de bienes temporalesNo podemos pedir gracias a Dios, sino sólo a los que piden gracias espirituales necesarias, o en todo caso útiles, para la salvación del alma. Sólo podemos esperar obtener las gracias que pedimos en el Nombre y por los méritos de Jesucristo. "Pero", como dice San Agustín, "si pedimos algo perjudicial para nuestra salvación, no puede decirse que se pida en el Nombre del Salvador". Lo que es perjudicial para la salvación no puede esperarse del Salvador; Dios no lo concede ni puede concederlo; ¿y por qué? Porque nos ama. Un médico que tiene consideración por un enfermo no le permitirá tomar alimentos que sabe que le harán daño. Y ¡cuántas personas no cometerían los pecados que cometen si fueran pobres o estuvieran enfermas! Mucha gente pide salud o riquezas, pero Dios no se las da, porque ve que serían ocasión de pecar, o al menos de volverse tibio en su servicio. Por eso, cuando pedimos estos dones temporales, debemos añadir siempre esta condición. si son provechosas para nuestras almas. Y cuando veamos que Dios no nos las da, tengamos la seguridad de que las rechaza sólo porque nos ama, y porque ve que las cosas que pedimos sólo perjudicarían nuestro bienestar espiritual.
     Y a menudo rogamos a Dios que nos libre de alguna tentación molesta que trata de inducirnos a renunciar a su gracia; pero Dios no nos libra, para que nuestra alma esté más estrechamente unida en amor con Él. No son las tentaciones ni los malos pensamientos los que nos dañan y nos separan de Dios, sino el consentimiento al mal. Cuando el alma, por la asistencia de la gracia de Dios, resiste a una tentación, hace un gran avance en el camino de la perfección. San Pablo nos dice que estuvo muy atribulado por tentaciones de impureza, y que rogó tres veces a Dios que le librase de ellas: Me fue dado un aguijón de mi carne, un ángel de Satanás para que me abofetease; por lo cual rogué tres veces al Señor que se apartase de mí.  ¿Y qué le respondió el Señor? Le dijo: Basta con tener Mi gracia: Mi gracia te basta. - (2 Cor. xii., 7-9). Así, en las tentaciones que nos asaltan, debemos rogar a Dios que nos libre de ellas o, al menos, que nos ayude a resistirlas. Y cuando oramos así, debemos estar seguros de que Dios ya nos está ayudando a resistirlas: Me invocaste en la aflicción, y yo te libré. Te escuché en el lugar secreto de la tempestad. - (Sal. lxxx., 8). Dios a menudo nos deja en la tormenta para nuestro mayor bien; pero aún así nos escucha en secreto, y nos da su gracia para fortalecernos a resistir y a resignarnos.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  SPES NOSTRA, SALVE - ¡SALVE, ESPERANZA NUESTRA!

XXIX. MARÍA ES LA ESPERANZA DE TODOS

     San Efrén, reflexionando sobre el orden actual de la Providencia, por el que Dios quiere que todos los que se salven lo sean por medio de María, se dirige así a ella: "Oh Señora, no dejes de velar por nosotros; presérvanos y guárdanos bajo las alas de tu compasión y misericordia, pues, después de Dios, no tenemos otra esperanza que en ti". Santo Tomás de Villanueva repite lo mismo, llamándola: "nuestro único refugio, ayuda y asilo". San Bernardo parece dar la razón de esto cuando dice: "Mira, oh hombre, los designios de Dios - designios por los cuales Él puede dispensarnos más abundantemente su misericordia; porque, deseando redimir a todo el género humano, ha puesto todo el precio de la redención en las manos de María, para que Ella lo dispense a voluntad."
     En el libro del Éxodo leemos que Dios ordenó a Moisés hacer un propiciatorio de oro purísimo, porque desde allí le hablaría: Harás también un propiciatorio de oro purísimo. . . Desde allí te daré órdenes y te hablaré.... - (Éxodo xxv., 17, 22). San Andrés de Creta dice que "todo el mundo abraza a María como propiciatoria". Y, comentando sus palabras, un piadoso autor exclama: "Tú, oh María, eres la propiciatoria del mundo entero. De ti habla a nuestros corazones nuestro compasivísimo Señor; de ti pronuncia palabras de perdón y misericordia; de ti concede sus dones; de ti nos fluye todo bien." Por eso, antes de que el Verbo Divino se encarnara en el seno de María, Dios envió a un Arcángel para pedirle su consentimiento: porque quería que el mundo recibiera al Verbo encarnado por medio de ella, y que ella fuera la fuente de todo bien. De ahí que San Ireneo señale que, así como Eva fue seducida por un ángel caído para huir de Dios, así María fue inducida a recibir a Dios en su seno, obedeciendo a un ángel bueno; y así, con su obediencia, reparó la desobediencia de Eva, y se convirtió en su abogada, y en la de todo el género humano. "Si Eva desobedeció a Dios, sin embargo María fue persuadida a obedecer a Dios, para que la Virgen María se convirtiera en la abogada de la virgen Eva. Y así como el género humano fue destinado a la muerte por medio de una virgen, es salvado por medio de una Virgen." Y el Beato Raimundo Jordano dice también que "todo bien, todo auxilio, toda gracia que los hombres han recibido y recibirán de Dios hasta el fin de los tiempos les vino y les vendrá por la intercesión y por las manos de María."
     El devoto Blosius, entonces, bien podría exclamar: "Oh María, tú que eres tan amorosa y bondadosa con todos los que te aman, dime, ¿quién puede ser tan infatuado y desafortunado como para no amarte? Tú, en medio de sus dudas y dificultades, iluminas las mentes de todos los que, en sus aflicciones, recurren a ti. Tú alientas a los que acuden a ti en tiempo de peligro; tú socorres a los que te invocan; tú, después de tu divino Hijo, eres la salvación segura de tus fieles siervos. Salve, pues, oh esperanza de los desesperados; oh socorro de los abandonados. Oh María, tú eres todopoderosa, pues tu Divino Hijo, para honrarte, cumple al instante todos tus deseos."


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO 

XXXV. "LA CARIDAD NO ENVIDIA". - EL QUE AMA A JESÚS NO ENVIDIA A LOS GRANDES DEL MUNDO, SINO SÓLO A LOS QUE SON MAYORES AMANTES DE JESUCRISTO

Meditación I:
     Muchos, por otra parte, están dispuestos a servir a Dios, pero debe ser en tal empleo, en tal lugar, con tales compañeros, o bajo tales circunstancias, o bien abandonan el trabajo o lo hacen con mala gracia. Tales personas no tienen libertad de espíritu, sino que son esclavas del amor propio; y por eso ganan muy poco mérito con lo que hacen: llevan una vida atribulada, porque el yugo de Jesucristo les resulta una carga. Los verdaderos amantes de Jesucristo sólo se preocupan de hacer lo que a Él le agrada; y por la razón de que le agrada, cuando Él quiere, y donde Él quiere, y de la manera que Él quiere, y si Él quiere emplearlos en un estado de vida honrado por el mundo o en una vida de oscuridad e insignificancia. Esto es lo que significa amar a Jesús con un amor puro; y en esto debemos ejercitarnos, luchando contra el ansia de nuestro amor propio, que nos impulsaría a buscar funciones importantes y honorables, y que se adapten a nuestras inclinaciones.
     Te amo, Jesús mío; Te amo con toda mi alma; Te amo más que a mí mismo, oh verdadero y único Amante de mi alma; pues ¿qué amigo sino Tú ha sacrificado jamás su vida por mí? Lloro al pensar que he sido tan ingrato contigo. ¡Infeliz de mí! Ya estaba perdido, pero confío en que, por tu gracia, me has devuelto la vida. Y ésta será mi vida, amarte siempre, mi Bien Soberano. Hazme amarte, oh amor infinito, y no te pido nada más. Oh María, Madre mía, acógeme por siervo tuyo, y gáname la aceptación de Jesús, tu Hijo.

Meditación II:      

(25 de mayo)

Meditación matutina:  LA VIDA DE POBREZA DE JESÚS EN LA TIERRA

     El mundo enseña a sus seguidores que la felicidad consiste en la posesión de riquezas, placeres y honores; pero este mundo engañoso fue condenado por el Hijo de Dios cuando se hizo Hombre.  Ahora es el juicio del mundo. - (Juan xii., 31). Esta condenación comenzó en el Establo de Belén. Jesucristo quiso nacer allí en la pobreza, para que a través de Su pobreza pudiéramos enriquecernos, y a partir de Su divino ejemplo arrancar de nuestros corazones todos los afectos por las posesiones terrenales.

Meditación I:
     Fue ordenado por Dios que en el momento en que Su Hijo naciera en esta tierra se promulgara el decreto del Emperador obligando a todos a ir a inscribirse en el lugar de su nacimiento. Y así sucedió que José tuvo que ir con su esposa a Belén para inscribirse según el decreto del César. Llegado el momento del parto, María, expulsada de las demás casas e incluso del asilo común de los pobres, se vio obligada a permanecer aquella noche en una cueva, y allí dio a luz al Rey del Cielo. Es verdad que, si Jesús hubiera nacido en Nazaret, habría nacido igualmente en estado de pobreza; pero entonces habría tenido al menos una habitación seca, un pequeño fuego, ropa de abrigo y una cuna más cómoda. Pero no, Él eligió nacer en esta fría caverna sin un fuego que lo calentara; Él eligió tener un pesebre por cuna, y un poco de paja espinosa por cama, para poder sufrir más.
     Entremos, pues, en la cueva de Belén; pero entremos allí con Fe. Si entramos allí sin Fe, no veremos más que un pobre niño que nos mueve a compasión al contemplar a alguien tan hermoso, temblando y llorando de frío y por el pinchazo de la paja sobre la que yace. Pero si entramos con Fe, y consideramos que ese Niño es el Hijo de Dios, que por amor a nosotros ha bajado a esta tierra y ha sufrido tanto para pagar la pena de nuestros pecados, ¿cómo no agradecerle y amarle?
     Oh mi dulce Infante, ¡cómo es posible que, sabiendo cuánto has sufrido por mí, haya sido tan ingrato contigo y te haya ofendido tantas veces! Pero estas lágrimas que derramas, esta pobreza que has elegido por amor a mí, me hacen esperar el perdón de todas las ofensas que te he hecho. Me arrepiento, Jesús mío, de haberte dado tantas veces la espalda, y te amo sobre todas las cosas, Dios mío y Todo mío. Dios mío, desde hoy Tú serás mi único Tesoro y mi único Bien. Te diré, con San Ignacio de Loyola: "Dame Tu amor, dame Tu gracia, y soy suficientemente rico". No quiero ni deseo otra cosa. Sólo Tú me bastas, mi Jesús, mi Vida, mi Amor.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  SPES NOSTRA, SALVE - ¡SALVE, ESPERANZA NUESTRA!

XXX. MARÍA ES LA ESPERANZA DE TODOS

     San Germán, reconociendo en María la fuente de todo nuestro bien y que nos libra de todo mal, la invoca así: "¡Oh, soberana Señora mía, tú eres la única que Dios ha designado para ser mi consuelo aquí abajo; tú eres la guía de mi peregrinación, la fuerza de mi debilidad, la riqueza de mi pobreza, el remedio para la curación de mis heridas, el alivio de mis dolores, el fin de mi cautiverio, la esperanza de mi salvación! Escucha mis plegarias, ten piedad de mis lágrimas, te conjuro, oh tú que eres mi Reina, mi refugio, mi amor, mi ayuda, mi esperanza y mi fuerza".
     No debe sorprendernos, pues, que San Antonino aplique a María el siguiente versículo del Libro de la Sabiduría: Ahora todas las cosas buenas vinieron a mí junto con ella. - (Wisd. vii., 11). Porque como esta Santísima Virgen es la Madre y dispensadora de todos los bienes, el mundo entero, y más particularmente cada individuo que vive en él como devoto cliente de esta gran Reina, puede decir con verdad que, con la devoción a María, tanto él como el mundo han obtenido todo lo bueno y perfecto. El Santo expresa así su pensamiento: "Ella es la Madre de todas las cosas buenas; y el mundo puede decir con verdad que, con Ella, ha recibido todas las cosas buenas". Y de ahí que el Beato Abad de Celles declare expresamente que "cuando encontramos a María, encontramos todo bien". Quien encuentra a María, encuentra todo bien, obtiene todas las gracias y todas las virtudes; porque por su poderosa intercesión obtiene todas las virtudes; porque por su poderosa intercesión obtiene todo lo necesario para enriquecerse con la gracia divina. En el Libro de los Proverbios, María misma nos dice que posee todas las riquezas de Dios, es decir, sus misericordias, para dispensarlas en favor de sus amantes: Conmigo hay riquezas. . . y gloriosas riquezas. . . para enriquecer a los que me aman.. - (Prov. viii., 18, 21). Y por eso dice San Buenaventura que "Todos debemos tener los ojos fijos constantemente en las manos de María, para que por ellas recibamos las gracias que deseamos."
     ¡Oh, cuántos que antes eran orgullosos se han vuelto humildes por la devoción a María! ¡Cuántos, en medio de las tinieblas, han encontrado la luz! ¡Cuántos que estaban desesperados han encontrado confianza! ¡Cuántos que estaban perdidos han encontrado la salvación por el mismo poderoso medio! Y esto lo predijo claramente en casa de Isabel, en su propio cántico sublime: He aquí que desde ahora me llamarán bienaventurado todas las generaciones. - (Lucas i., 48). Y San Bernardo, interpretando sus palabras, dice: "Todas las generaciones te llaman bienaventurada, porque has dado vida y gloria a todas las naciones; porque en ti los pecadores encuentran el perdón, y los justos la perseverancia en la gracia de Dios."


Meditación vespertina:  LA FELIZ MUERTE DE LOS SIERVOS DE DIOS

Meditación I:
     Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus santos. - (Sal. cxv., 15). San Bernardo dice que la muerte de los justos se llama preciosa, porque es el fin del trabajo y la puerta de la vida. Para los santos la muerte es una recompensa, porque es el fin de los sufrimientos, de los dolores, de las luchas y del temor de perder a Dios.
     Esa palabra Salida, que tanto espanta a los mundanos, no alarma a los justos; porque para ellos no es doloroso dejar todos los bienes mundanos, pues Dios ha sido su única riqueza; ni los honores, pues los han despreciado; ni los parientes, pues sólo los han amado en Dios. Por eso, como repetían frecuentemente en vida, así ahora con redoblada alegría exclaman en la muerte: ¡Mi Dios y mi Todo!
     Ni los dolores de la muerte los afligen; se regocijan ofreciendo a Dios los últimos momentos de la vida en testimonio de su amor por Él, uniendo el sacrificio de sus vidas al sacrificio de Jesucristo ofrecido en la Cruz, por amor a ellos.
     ¡Oh, qué consuelo para los santos es pensar que ahora ha pasado el tiempo en que podían haber ofendido a Dios, y estaban en constante peligro de perderlo! Oh, qué alegría poder entonces abrazar el Crucifijo, y decir: En paz, en la mismidad, ¡dormiré y descansaré! - (Sal. iv., 9). El diablo se esforzará en ese momento por inquietarnos a la vista de nuestros pecados; pero si nos hemos lamentado de ellos y hemos amado a Jesucristo con todo nuestro corazón, Jesús nos consolará. Dios desea más nuestra salvación que el diablo nuestra perdición.
     Además, la muerte es la puerta de la vida. Dios es fiel y, en efecto, en ese momento consolará a los que le han amado. Incluso en los dolores de la muerte, les dará un anticipo del Cielo. Sus actos de confianza, de amor a Dios, de deseo de contemplarle pronto, serán para ellos el principio de aquella paz de la que gozarán por toda la eternidad. Qué alegría, en particular, proporcionará el santo Viático a quienes puedan decir, con San Felipe Neri: ¡He aquí mi amor! ¡He aquí mi Amor!

Meditación II:      

Meditación matutina:  "LEVÁNTATE, OH SEÑOR, A TU LUGAR DE DESCANSO"

     En la Ascensión de nuestro Santísimo Señor contemplamos cómo, cuarenta días después de su Resurrección, ascendió triunfante al Cielo, rodeado de gran gloria, a la vista de su santa Madre y de sus discípulos.  Levantad vuestra puerta, oh príncipes, y alzaos, oh puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. - (Sal. xxiii., 7). ¡Oh Paraíso! ¡Oh Paraíso! ¿Cuándo, Señor, te veré cara a cara y te abrazaré sin temor a perderte?

Meditación I:
     El hogar legítimo del Salvador resucitado era el Cielo, el hogar de los Bienaventurados, pero Jesús quiso permanecer todavía en la tierra durante cuarenta días, apareciéndose una y otra vez a Sus discípulos antes de ascender al Cielo, para fortalecer su Fe en Su Resurrección y darles consuelo y esperanza. Mientras tanto, los Ángeles deseaban ardientemente tener a su Rey en su patria celestial, y por eso le suplicaban continuamente con las palabras de David: Levántate, Señor, a tu lugar de descanso. - (Sal. cxxxi., 8). Ven, Señor, ven pronto, ahora que has redimido a los hombres: ven a tu reino y habita con nosotros.
     He aquí que ha llegado la hora solemne y nuestro Santísimo Salvador asciende al Monte Olivete con sus Apóstoles y discípulos en número de ciento veinte aproximadamente. Luego, levantando las manos al cielo, Jesús los bendice y asciende triunfante a los cielos, rodeado de gran gloria. Cuando un monarca hace su entrada solemne en su reino, no atraviesa las puertas de su capital, pues son retiradas para abrirle paso en la ocasión. Por eso, cuando Jesucristo entra ahora en el Paraíso, los Ángeles gritan: Alzad vuestras puertas, oh príncipes, y levantaos, oh puertas eternas, y entrará el Rey de la Gloria.. - (Sal. xxiii., 7).
     ¡Oh Paraíso! ¡Oh Paraíso! ¿Cuándo, oh Señor, Te veré cara a cara, y Te abrazaré, sin temor de perderte jamás?

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  SPES NOSTRA, SALVE - ¡SALVE, ESPERANZA NUESTRA!

XXXI. MARÍA ES LA ESPERANZA DE TODOS

     El piadoso Lanspergio hace que Nuestro Señor se dirija así al mundo: "Hombres, pobres hijos de Adán, que vivís rodeados de tantos enemigos y en medio de tantas pruebas, procurad honrar de un modo especial a Mi Madre y a la vuestra: pues he dado a María al mundo para que sea vuestro modelo, y para que de ella aprendáis a llevar una vida buena; y también para que sea un refugio al que podáis acudir en todas vuestras aflicciones y pruebas. La he hecho, Hija Mía, tal que nadie debe temer ni tener la menor repugnancia a recurrir a ella; y para ello la he creado de tal disposición benigna y compasiva, que no sabe despreciar a nadie que se refugie en ella, ni puede negar su favor a quien lo busque. El manto de su misericordia está abierto a todos, y no permite que nadie salga de sus pies sin consolarlo." Sea siempre alabada y bendecida la inmensa bondad de nuestro Dios por habernos dado esta Madre y Abogada tan grande, tan tierna, tan amorosa.
     Oh Dios, ¡cuán tiernos son los sentimientos de confianza expresados por el enamorado San Buenaventura hacia Jesús, nuestro amantísimo Redentor, y María, nuestra amantísima Abogada! Dice: "Cualquiera que sea la suerte que Dios prevea para mí, sé que no puede negarse a sí mismo a nadie que le ame y le busque de todo corazón. Le abrazaré con mi amor; y si no me bendice, aún así me aferraré a Él tan estrechamente que no podrá prescindir de mí. Si no puedo hacer otra cosa, al menos me esconderé en Sus Llagas, y, tomando allí mi morada, será sólo en Él donde me encontrará". Y el Santo concluye: "Si mi Redentor me rechaza a causa de mis pecados, y me aleja de sus sagrados pies, me arrojaré a los de su amada Madre María, y allí permaneceré postrado hasta que haya obtenido mi perdón; porque esta Madre de misericordia no sabe, ni ha sabido nunca, hacer otra cosa que compadecer a los miserables, y satisfacer los deseos de los más desvalidos que acuden a ella en busca de socorro; y por eso, si no por deber, al menos por compasión, comprometerá a su Hijo a que me perdone."
     "Míranos, pues", exclamemos, con palabras de Eutimio, "míranos, oh Madre compasiva; pon sobre nosotros tus ojos de misericordia, porque somos tus siervos, y en ti hemos puesto toda nuestra confianza."


Meditación vespertina:  EL GOZO DE LOS BIENAVENTURADOS EN EL CIELO ES VER Y AMAR A DIOS

Meditación I:
     Consideremos qué es lo que en el Cielo hace completamente felices a sus santos ciudadanos. El alma en el Cielo ve a Dios cara a cara, y conociendo su infinita belleza y todas las perfecciones que le hacen digno de infinito amor, no puede menos de amarle con todas sus fuerzas, y amarle mucho más que a sí misma. Es más, como olvidándose de sí misma, el alma no piensa en otra cosa que en ver feliz a Aquel que es su Amado y su Dios; y viendo que Dios, único objeto de sus afectos, goza de infinita felicidad, esta felicidad de Dios constituye todo su Paraíso. Si un alma fuese capaz de algo infinito, su propio gozo sería también infinito al ver que su Amado es infinitamente feliz, pero como una criatura no es capaz de gozo infinito, al menos está tan saciada de gozo que no desea nada más. Y ésta es aquella satisfacción por la que suspiraba David cuando decía: Estaré satisfecho cuando aparezca tu gloria. - (Sal. xvi., 15).
     Así también se cumple lo que Dios dice al alma cuando la admite en el Paraíso: Entra en el gozo de tu Señor. - (Mt. xxv., 21). No ordena que la alegría entre en el alma, porque ésta, Su alegría, siendo infinita, no puede ser contenida en la criatura; pero ordena que el alma entre en Su alegría, para que pueda recibir una porción de ella, y tal porción que la satisfaga y la llene de deleite.
     Por eso, en nuestra oración, entre todos los actos de amor hacia Dios, no hay ninguno más perfecto que el deleitarse en la felicidad infinita de que Dios goza. Este es ciertamente el ejercicio continuo de los Bienaventurados en el Cielo; de modo que el que se goza a menudo en la alegría de Dios comienza en esta vida a hacer lo que espera hacer en el Cielo por toda la eternidad.
     El amor de Dios con que arden los Santos en el Paraíso es tal, que si alguna vez entrara en sus pensamientos el temor de perderlo, o pensaran que no deben amarle con todas sus fuerzas, como ahora le aman, este temor les haría experimentar la angustia del infierno. Pero no; porque están tan seguros, como están seguros de Dios, de que siempre le amarán con todas sus fuerzas, y de que siempre serán amados por Dios, y este amor mutuo nunca cambiará por toda la eternidad. Oh Dios mío, hazme digno de esto, por los méritos de Jesucristo.

Meditación II: