MEDITACIONES DIARIAS: SEMANA SANTA

Meditación matutina:  LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO

     Alegrémonos de ver en su gloria resucitada a nuestro Salvador, a nuestro Padre, al mejor Amigo que poseemos. Alegrémonos también por nosotros mismos, porque la Resurrección de Jesucristo es para nosotros prenda segura de nuestra propia resurrección y de la gloria que un día esperamos tener en el Cielo en alma y cuerpo.

Meditación I:
     Jesús vino al mundo no sólo para redimirnos, sino para enseñarnos con su ejemplo todas las virtudes, y especialmente la humildad, y la santa pobreza, que está inseparablemente unida a la humildad. Para ello eligió nacer en una cueva, vivir como un pobre en un taller durante treinta años y, finalmente, morir pobre y desnudo en una cruz, viendo cómo se repartían sus vestidos entre los soldados antes de expirar; mientras que, después de su muerte, recibe como limosna de los demás la sábana para su sepultura.
     Que los pobres se consuelen al ver que Jesucristo, Rey del cielo y de la tierra, vive y muere en la pobreza para enriquecernos con sus méritos y dones.  Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.. - (2 Cor. viii., 9). Por eso los santos, para asemejarse a Jesús en su pobreza, despreciaron todas las riquezas y honores terrenales, para ir un día a gozar con Jesucristo de las riquezas y honores preparados por Dios en el Cielo para los que le aman. Y hablando de estas bendiciones dice el Apóstol San Pablo que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman. - (1 Cor. ii., 9).
     Oh Jesús mío, te suplico por tu Resurrección, hazme resucitar glorioso contigo en el último día, para estar siempre unido a Ti en el Cielo, para alabarte y amarte eternamente.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  EL CIELO QUE DIOS NOS HA GANADO


Meditación vespertina:  "TU TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN ALEGRÍA"

Meditación I:
     ¡Oh, dichosos nosotros, si sufrimos con paciencia en la tierra los sinsabores de esta vida presente! La angustia de las circunstancias, los temores, las dolencias corporales, las persecuciones y las cruces de toda clase, llegarán un día a su fin; y si nos salvamos, todas ellas se convertirán para nosotros en motivo de gozo y de gloria en el Paraíso: Vuestro dolor, dice el Salvador para animarnos, se convertirá en gozo. - (Juan xvi., 20). Tan grandes son las delicias del Paraíso que no pueden ser explicadas ni comprendidas por nosotros los mortales: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.. - (1 Cor. ii., 9). Bellezas semejantes a las bellezas del Paraíso, ojo jamás vio; armonías semejantes a las armonías del Paraíso, oído jamás oyó; ni jamás corazón humano alcanzó a comprender las alegrías que Dios ha preparado para los que le aman. Hermosa es la vista de un paisaje adornado con colinas, llanuras, bosques y vistas al mar. Hermosa es la vista de un jardín en el que abundan los frutos, las flores y las fuentes. Oh, ¡cuánto más hermoso es el Paraíso!
     Para comprender cuán grandes son las alegrías del Paraíso, basta saber que en ese reino bendito reside un Dios omnipotente, cuyo cuidado es hacer felices a sus amadas almas. San Bernardo dice que el Paraíso es un lugar donde "no hay nada que no quisieras, y todo lo que quisieras". Allí no encontrarás nada que te desagrade, y todo lo que desees lo hallarás": "No hay nada que no quieras". En el Paraíso no hay noche; no hay estaciones de invierno y verano; sino un día perpetuo de serenidad invariable, y una primavera perpetua de deleite invariable. No hay más persecuciones de celos; porque allí todos se aman sinceramente, y cada uno se regocija en el bien del otro como si fuera el suyo propio. Ya no hay enfermedades ni dolores corporales, porque el cuerpo ya no está sujeto a sufrimientos; ya no hay pobreza, porque todos son plenamente ricos, sin tener nada más que desear; ya no hay temores, porque el alma, confirmada en la gracia, ya no puede pecar ni perder el bien supremo que posee.

Meditación II:      

Meditación matutina:  EL AMOR DE JESÚS AL MORIR POR NOSOTROS

     Jesús murió por nosotros para que, por su amor a nosotros, pudiera obtener todo el dominio de nuestros corazones.  Para elloescribió San Pablo, Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos.. - (Rom. xiv., 9). Contemplando la muerte de Jesucristo y el amor con que murió por los hombres, los santos estimaban poco perder por su causa bienes, honores y la vida misma.

Meditación I:
     ¿Quién hubiera podido concebir que el Hijo de Dios, el Señor del Universo, para mostrar su amor por nosotros, sufriera y muriera en la Cruz, si no lo hubiera hecho realmente? Con razón hablaron Moisés y Elías en el monte Tabor de la muerte de nuestro Señor Jesucristo como de una exceso. - (Lucas ix., 31). ¿Y qué mayor exceso de amor que el Creador muera por sus criaturas?
     Para corresponder adecuadamente a Tu amor, mi querido Redentor, sería necesario que otro Dios muriera por Ti. Sería, pues, poco, sería nada, si nosotros, pobres gusanos miserables de la tierra, entregáramos toda nuestra vida por Ti, que diste la Tuya por nosotros.
     Lo que debería excitarnos aún más a amarle es el ardiente deseo con el que, a lo largo de su vida, anheló la hora de su muerte. Con este deseo demostró cuán grande era su amor por nosotros.  Tengo un bautismo, dijo, con el que he de ser bautizado; y cómo estoy apurado hasta que se cumpla.... - (Lucas xii., 50). Debo ser bautizado con el Bautismo de Mi propia Sangre, para lavar los pecados de los hombres, y ¡cómo me muero con el deseo de Mi amarga Pasión y Muerte! Alma mía, alza los ojos y contempla a tu Señor colgado de una Cruz vergonzosa; contempla la Sangre que brota de Sus Llagas. Contempla Su cuerpo destrozado, invitándote a amarle. Tu Redentor, en Sus sufrimientos, quiere que lo ames al menos por compasión.
     Oh Jesús, que no me negaste tu vida y tu preciosa sangre, ¿te negaré yo algo de lo que me pidas? No, Tú te has entregado a mí sin reservas. Yo me entregaré a Ti sin reservas.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:   LA VIDA FELIZ DE LOS QUE AMAN A DIOS


Meditación vespertina:  SERÁS CORONADO

Meditación I: 
     Imaginémonos un alma que, al salir de este mundo, entra en la eternidad en gracia de Dios. Llena de humildad y de confianza, se presenta ante Jesús, su Juez y Salvador. Jesús la abraza, le da su bendición y le hace oír estas palabras de dulzura: ¡Ven, esposo mío, ven! ¡Sal coronada!  Si el alma tiene necesidad de purificarse, Él la envía al Purgatorio, y, toda resignada, abraza el castigo, porque no quiere entrar en el Cielo, esa tierra de pureza, si no está totalmente purificada. El Ángel de la Guarda viene a conducirla al Purgatorio; primero le da las gracias por la ayuda que le ha prestado en vida, y luego le sigue obedientemente. Ah, Dios mío, ¿cuándo llegará el día en que me vea fuera de este mundo de peligros, seguro de no poder perderte nunca más? Sí, de buena gana iré al Purgatorio que será mío; con alegría abrazaré todos sus dolores; me bastará en ese fuego amarte con todo mi corazón, pues allí no amaré a nadie más que a Ti.

Meditación II:      

Meditación matutina:  "HABÉIS SIDO COMPRADOS A UN GRAN PRECIO"

    Debemos dar más valor al alma que a todos los bienes de la tierra. Para convencerse de esta verdad basta saber que Dios mismo condenó a muerte a Su Divino Hijo para salvar nuestras almas. Y el Verbo Eterno no se ha negado a comprarlas con Su propia Sangre.  Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito... para que el mundo sea salvado por él...".. - (Juan iii., 16, 17).

Meditación I:
     El negocio de la salvación eterna es para nosotros el más importante de todos los asuntos; pero es también el más descuidado por los cristianos. Ellos son diligentes, y no pierden tiempo en buscar ganar un pleito, o una situación de emolumento. ¡Cuántas medidas se toman para alcanzar estos objetivos! ¡Cuántos medios adoptan! No comen ni duermen. ¿Y qué esfuerzos hacen para asegurar su salvación eterna? ¿Cómo viven? Para salvar su alma, la mayoría de los cristianos no hacen nada; al contrario, hacen todo lo posible para llevar su alma a la perdición. Muerte, Sentencia, Infierno, Cieloy Eternidad no eran Verdades de Fe, sino fábulas inventadas por los poetas. Si una persona pierde un pleito o una cosecha, ¡cuán grande es su dolor y su angustia! ¡Con qué celo se afana por reparar la pérdida! Si los mundanos pierden un caballo, o un perro, ¿con qué diligencia lo buscan? Pero si pierden la gracia de Dios, duermen, bromean y ríen. Todos se ruborizan cuando se les dice que descuidan sus asuntos mundanos, pero cuán pocos se avergüenzan de descuidar el negocio de la eternidad, que es el más importante de todos. El mundano dice que los santos eran verdaderamente sabios, porque sólo buscaban la salvación de sus almas; y, sin embargo, él mismo se ocupa de todos los negocios mundanos, y descuida por completo los asuntos del alma.  Pero os rogamos, hermanosdice San Pablo, que hagas tu propio negocio. - (1 Tes. iv., 10, 11).
     Ah, Dios mío, ¿cómo he gastado tantos años que me has dado para asegurar mi salvación eterna? Tú, Redentor mío, compraste mi alma con tu sangre y me la entregaste para que me ocupara de su salvación, y yo sólo he trabajado para su perdición, ofendiéndote a Ti que me has amado tan tiernamente. Te doy gracias por haberme dado tiempo para poder reparar la gran pérdida que he sufrido. He perdido mi alma y Tu gracia. Señor, me arrepiento de todo corazón de mis ofensas pasadas, y resuelvo, en adelante, perderlo todo, incluso mi vida, antes que perder Tu amistad.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  CONFESIÓN

I. IMPORTANCIA DE LA CONFESIÓN FRECUENTE


Meditación vespertina:  VER Y GOZAR DE DIOS PARA SIEMPRE

Meditación I:
     La belleza de los santos, la música celestial y las demás delicias del Paraíso no constituyen sino la menor parte de sus tesoros. Lo que da al alma la plenitud de la bienaventuranza es ver a un Dios amoroso cara a cara. San Agustín dice que si Dios dejara ver su bello rostro a los condenados, el infierno, con todos sus tormentos, se convertiría para ellos en un paraíso. También en este mundo, cuando Dios hace gustar a un alma en la oración su dulce presencia, y mediante un rayo de luz le descubre su bondad y el amor que le profesa, es tan grande el contento, que el alma siente que se disuelve y se derrite de amor; y, sin embargo, en esta vida no nos es posible ver a Dios tal como es; lo contemplamos oscurecido, como a través de un tupido velo. ¿Qué será, entonces, cuando Dios quite ese velo de delante de nosotros, y nos haga contemplarle cara a cara, abiertamente? Oh Señor, por haberte dado la espalda ya no seré digno de contemplarte; pero, confiando en tu bondad, espero verte y amarte en el Paraíso para siempre. Hablo así, porque hablo con un Dios que ha muerto para darme el Paraíso.
     Aunque las almas que aman a Dios son las más felices de este mundo, no pueden, sin embargo, gozar aquí abajo de una felicidad plena y completa; ese temor, que nace de no saber si son merecedoras del amor o del odio de su amado Salvador, las mantiene, por decirlo así, en un perpetuo sufrimiento. Pero en el Paraíso el alma tiene la certeza de que ama a Dios y es amada por Dios, y ve que ese dulce lazo de amor que la mantiene unida a Dios no se desatará jamás por toda la eternidad. Las llamas de su amor aumentarán por el conocimiento más claro que el alma poseerá entonces de cuál ha sido el amor de Dios al hacerse Hombre, y al haber querido morir por ella; y al haberse, además, entregado a ella en el Sacramento de la Eucaristía. Su amor aumentará al contemplar entonces, en toda su nitidez, las gracias que le ha concedido para conducirla al Cielo; verá que las cruces que le ha enviado en vida han sido todas artificios de su amor para hacerla feliz. Verá, además, las misericordias que le ha concedido, las muchas luces y llamadas a la penitencia. Desde la cumbre de ese monte bendito contemplará las muchas almas perdidas que ahora están en el infierno por pecados menores que los suyos, y se contemplará a sí misma ya salvada, poseída de Dios y segura de que nunca más podrá perderle por toda la eternidad. Jesús mío, Jesús mío, ¿cuándo llegará ese día tan feliz para mí?

Meditación II:      

Meditación matutina:  "AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN"

     Porque para esto murió Cristo y resucitó, para ser el Señor de los muertos y de los vivos.. - (Rom. xiv., 9). Los Santos, contemplando la muerte de Jesucristo, pensaban que era poco dar su vida y todas las cosas por amor de un Dios tan amoroso. ¡Cuántos Mártires han sacrificado su vida por Él! ¡Cuántas tiernas Vírgenes, renunciando a las nupcias de los grandes, han ido con gozo a la muerte para corresponder en algo al afecto de un Dios que murió por ellas! Y tú, ¿qué has hecho por amor de Jesús?

Meditación I:
     Pero una cosa es necesaria. - (Lucas x., 42). ¿Qué es esto una cosa necesaria? No es necesario adquirir riquezas, ni obtener dignidades, ni granjearse un gran nombre. Lo único necesario es amar a Dios. Todo lo que no se hace por amor a Dios se pierde. Este es el más grande y el Primer Mandamiento de la Ley Divina. Al fariseo que le preguntó cuál era el gran Mandamiento de la Ley, Jesucristo le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. . . Este es el mayor y el primer mandamiento. - (Mt. xxii., 37. 38). Pero éste, el mayor de los mandamientos, es el más despreciado por los hombres: son pocos los que lo cumplen. La mayor parte de los hombres aman a los parientes, a los amigos e incluso a los animales brutos, pero no aman a Dios. De ellos dice San Juan que no tienen vida, que están muertos.  El que no ama permanece en la muerte. - (1 Jo. iii., 14). San Bernardo dice que la recompensa de un alma se estima por la medida de su amor a Dios.
     Consideremos, entonces, cuán querido debe ser para nosotros este mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón. ¿Qué objeto más noble, más magnífico, más poderoso, más rico, más hermoso, más generoso, más misericordioso, más agradecido, más amable o más amoroso que Él mismo podría Dios darnos para amar?
     Quién más noble que Dios? Algunos presumen de una nobleza familiar de quinientos o mil años; pero la nobleza de Dios, nuestro Padre, es eterna. Él es el Señor de todo. Ante Dios, todos los ángeles del cielo y todos los nobles de la tierra son como una gota de agua o un grano de polvo.  He aquí que los gentiles son como la gota de un balde - he aquí que las islas son como un poco de polvo. - (Is. xl., 15).
     Quién más potente que Dios? Él puede hacer lo que quiera. Por un acto de Su voluntad creó este mundo, y por otro acto puede destruirlo cuando le plazca.
     Quién más ricos? Posee todas las riquezas del cielo y de la tierra.
     Quién más hermoso? Ante la belleza de Dios se desvanecen todas las bellezas de las criaturas.
     Quién más abundante? San Agustín dice que Dios tiene más deseos de hacernos el bien que nosotros de recibirlo.
    Quién más misericordioso? Si el pecador más impío de la tierra se humilla ante Dios y se arrepiente de sus pecados, Dios al instante lo perdona y lo abraza.
      Quién más agradecido? Él no deja sin recompensa el más pequeño acto que realizamos por Su causa.
     Quién más amable? Dios es tan amable que, con sólo verlo y amarlo en el Cielo, los santos sienten una alegría que los hace perfectamente felices y contentos por toda la eternidad. El mayor de los tormentos de los condenados proviene de saber que este Dios es tan amable, y que no pueden amarle.
      ¡Oh bondad infinita! ¡Oh Amor Infinito! Jesús mío enamorado, llena mi corazón de tu amor para que me olvide de mí mismo y no piense en otra cosa que en amarte y complacerte. Ahora te consagro mi cuerpo, mi alma, mi voluntad, mi libertad. Hasta ahora he procurado satisfacerme a Tu gran desagrado. Estoy sumamente arrepentido, mi Amor crucificado. De ahora en adelante no buscaré nada fuera de Ti, mi Dios y mi Todo.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  CONFESIÓN

II. EXAMEN DE CONCIENCIA


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO  

I. CÓMO MERECE JESUCRISTO NUESTRO AMOR POR EL AMOR QUE NOS HA DEMOSTRADO EN SU PASIÓN

Meditación I:
     Toda la santidad y perfección de un alma consiste en amar a Jesucristo nuestro Dios, nuestro soberano Bien y nuestro Redentor. Quien Me ama, dice el mismo Jesucristo, será amado por Mi Padre Eterno: El Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado.. - (Juan xvi., 27). Algunos, dice San Francisco de Sales, hacen que la perfección consista en una vida austera; otros en la oración; otros en frecuentar los Sacramentos; otros en limosnas. Pero se engañan: la perfección consiste en amar a Dios con todo el corazón. El Apóstol escribió: Sobre todas estas cosas tened caridad, que es el vínculo de la perfección. - (Col. iii., 14). Es la caridad la que mantiene unidas y conserva todas las virtudes que hacen perfecto al hombre. De ahí que San Agustín dijera: "Ama a Dios y haz lo que quieras"; porque un alma que ama a Dios es enseñada por ese mismo amor a no hacer nunca nada que le desagrade, y a no dejar de hacer nada que pueda agradarle.
     Pero, ¿quizás Dios no merezca todo nuestro amor?  Te he amado con amor eterno. - (Jer. xxxi., 3). Oh hombre, dice el Señor, he aquí que yo fui el primero en amarte. Aún no estabas en el mundo, ni el mundo mismo existía, y yo ya te amaba. En cuanto soy Dios, te amo; en cuanto me he amado a mí mismo, también te he amado a ti. Con razón, pues, respondió Santa Inés, aquella joven virgen santa, a los que querían unirla a un esposo terrenal: "Estoy comprometida con otro Amante". "Id", dijo ella, "oh amantes de este mundo, dejad de pedir mi amor; mi Dios fue el primero en amarme. Él me ha amado desde toda la eternidad: es justo, pues, que yo le dé todo mi afecto, y que no ame a nadie más que a Él."

Meditación II:      

Meditación matutina:  "ELLA ES UN TESORO INFINITO PARA LOS HOMBRES"

      La tierra, los cielos y toda la naturaleza contemplaron con asombro cómo Jesús, el Hijo unigénito de Dios, el Señor del Universo, moría de intenso dolor y angustia, en una Cruz vergonzosa -¿y por qué?  Nos ha amado y se ha entregado por nosotros. - (Ef. v., 2). ¿Y creen esto los hombres y no aman a Dios?

Meditación I:
     ¡Oh valor inestimable del amor divino que nos enriquece ante Dios! Es el tesoro con el que ganamos su amistad.  Ella es un tesoro infinito para los hombres, que los que lo usan se convierten en amigos de Dios. - (Wis. vii., 14). Lo único que debemos temer, dice San Gregorio de Nisa, es la pérdida de la amistad de Dios; y el único objeto de nuestros deseos debe ser su consecución. Es el amor el que obtiene la amistad de Dios. De ahí que, según San Lorenzo Justiniano, por el amor los pobres se hacen ricos, y sin amor los ricos son pobres. "No hay mayor riqueza que tener caridad. Con caridad el pobre es rico, y sin caridad el rico es pobre".
     ¡Cuán grande es la alegría que siente una persona al creerse amada por un hombre de rango excelso! Pero ¡cuánto mayor debe ser el consuelo que un alma obtiene de la convicción de que Dios la ama!  Amo a los que me aman. - (Prov. viii., 17). En un alma que ama a Dios habitan las Tres Personas de la Trinidad Adorable.  Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.. - (Juan xiv., 23). San Bernardo escribe que entre todas las virtudes la caridad es la que nos une a Dios. Santa Catalina de Bolonia decía que el amor es la cadena de oro que une el alma a Dios. San Agustín dice que "el amor es un eslabón que une al amante con el amado". Así pues, si Dios no fuera inmenso, ¿dónde encontrarlo? Encuentra un alma que ame a Dios, y allí ciertamente se encuentra Dios. De esto nos asegura San Juan.  El que permanece en la caridad, permanece en Dios, y Dios en él.. - (1 Jo. iv., 16). Un pobre ama las riquezas, pero no por eso goza de ellas; puede amar un trono, pero no por eso posee un reino. Pero el hombre que ama a Dios posee a Dios.  Él permanece en Dios y Dios en él.
     Es verdad, oh Jesús mío, que soy tan desgraciada como para haberte ofendido a menudo después de tantas luces y gracias especiales. Ya no soy digna de consumirme en esas benditas llamas con que se inflaman los santos. Más bien debería arder en el fuego del infierno. Pero Tú me mandas que te ame y yo te obedeceré. Te amaré, Jesús, con todo mi corazón.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  CONFESIÓN 

III. CONTRATACIÓN


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO  

II. CÓMO MERECE JESUCRISTO NUESTRO AMOR POR EL AMOR QUE NOS HA DEMOSTRADO EN SU PASIÓN

Meditación I:
     Santa María Magdalena de Pazzi, cuando tenía en la mano cualquier flor hermosa, se encendía a la vista de ella de amor a Dios, y decía: "¡Y Dios, entonces, ha pensado desde toda la eternidad en crear esta flor por amor a mí!". Así se convertía aquella flor, por decirlo así, en un dardo de amor, que la hería dulcemente, y la unía más y más a su Dios. Por otra parte, Santa Teresa, a la vista de árboles, fuentes, ríos, lagos o prados, declaraba que todas estas cosas bellas la reprendían por su ingratitud al amar tan fríamente a un Dios que las creó para que la atrajeran a su amor. Con el mismo propósito se cuenta de un piadoso ermitaño que, cuando caminaba por el campo, le parecía que las plantas y las flores de su camino le reprochaban la frialdad con que correspondía a Dios; de modo que iba golpeándolas suavemente con su bastón y diciéndoles: "¡Oh, callad, callad! Me llamáis desgraciado ingrato; me decís que Dios os ha hecho por amor a mí, y sin embargo yo no le amo; pero ahora os comprendo, callad, callad; no me reprochéis más."

Meditación II:      

(Primer viernes de abril)

Meditación matutina:  "LAS HENDIDURAS DE LA ROCA"

     Oh, ¿qué lugar seguro de refugio no encontraremos en las sagradas "hendiduras de la roca", es decir, en las Llagas de Jesucristo? "Las hendiduras de la roca", dice San Pedro Damián, "son las Llagas del Redentor; en ellas ha puesto mi alma su esperanza."

Meditación I:
     No hay medio más seguro de encender en nosotros el amor divino que considerar la Pasión de Jesucristo. San Buenaventura dice que las Llagas de Jesucristo, por ser Llagas de amor, son dardos que hieren los corazones más duros, y llamas que incendian las almas más frías: "¡Oh Llagas, hiriendo los corazones pétreos, e inflamando las mentes heladas!". Es imposible que un alma que cree y piensa en la Pasión del Señor le ofenda y no le ame, es más, que no corra a una santa locura de amor, al ver a un Dios como loco de amor por nosotros: "Hemos visto", dice San Lorenzo Justiniano, "a la Sabiduría encaprichada por demasiado amor." De ahí que a los gentiles, como dice el Apóstol, al oírle predicar la Pasión de Jesús crucificado, les pareciera una locura: Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente un escándalo, pero para los gentiles locura. - (1 Cor. i., 23). ¿Cómo es posible, decían, que un Dios, todopoderoso y felicísimo, como el que se nos predica, haya estado dispuesto a morir por sus criaturas?
     Ah, Jesús mío, si contemplo Tu cuerpo, fuera sólo veo Llagas y Sangre. Si dentro, en Tu Corazón, no encuentro más que amargura y angustia, que Te hacen sufrir las agonías de la muerte. Ah, Dios enamorado de los hombres, ¿cómo es posible que una bondad tan grande, y un amor semejante, queden tan mal correspondidos por los hombres? Suele decirse que el amor se paga con amor; pero tu amor, ¿con qué clase de amor puede ser pagado? Sería necesario que un Dios muriera por Ti para recompensar el amor que Tú nos has tenido al morir por nosotros. ¡Oh Cruz, oh Llagas, oh Muerte de Jesús, que me atáis estrechamente para amar a mi amado Jesús!

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  CONFESIÓN 

IV. PROPÓSITO DE ENMIENDA - FIRME, UNIVERSAL, EFICAZ


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO  

III. CÓMO MERECE NUESTRO AMOR JESUCRISTO POR EL AMOR QUE NOS HA DEMOSTRADO EN SU PASIÓN

Meditación I:
      El Divino Hijo de Dios, por su amor hacia nosotros, se nos ha entregado por entero: que me amó y se entregó por mí. - (Gal. ii., 20). Para redimirnos de la muerte eterna y recuperar para nosotros la gracia divina y el cielo que habíamos perdido, se hizo hombre y asumió una carne semejante a la nuestra: Et verbum caro factum est; Y la palabra se hizo carne. He aquí, pues, un Dios reducido a la nada: Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo... y en hábito hallado como hombre. - (Filipenses ii, 7). He aquí al Soberano Señor del mundo humillándose hasta el punto de someterse a todas las miserias que soportan los demás hombres.
     Pero lo que es aún más asombroso es que Él bien podría habernos salvado sin morir y sin sufrir en absoluto; y, sin embargo, eligió una vida de dolor y desprecio, y una muerte de amargura e ignominia hasta el punto de expirar en una Cruz - la horca de la infamia, el premio de los criminales más viles: Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.. - (Filip. ii., 8). Pero, si podía habernos rescatado sin sufrir, ¿por qué eligió morir, y morir en una cruz? Para mostrarnos cómo nos amaba.  que me amó y se entregó por mí. Nos amó, y por amarnos se entregó a sí mismo a dolores e ignominias, y a una muerte más cruel que la que hombre alguno haya sufrido en este mundo.

Meditación II:      

Meditación matutina:  EL AMOR DEL CORAZÓN DE MARÍA POR DIOS

     Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. En María el amor divino era tan ardiente que hasta los Serafines podrían haber descendido del Cielo para aprender en el corazón de María cómo amar a Dios.

Meditación I:
     San Anselmo dice que "donde hay la mayor pureza, hay también la mayor caridad". Cuanto más puro y vacío de sí mismo es un corazón, tanto mayor es la plenitud de su amor hacia Dios. La santísima María, porque era toda humildad, y no tenía nada de sí misma en ella, estaba llena del amor Divino, de modo que "su amor hacia Dios sobrepasaba el de todos los hombres y Ángeles," como escribe San Bernardino. Por eso San Francisco de Sales con razón la llamó "la Reina del amor".
     En efecto, Dios ha dado a los hombres el precepto de amarle con todo el corazón: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. - (Mt. xxii., 37); pero, como declara Santo Tomás, "este mandamiento será plena y perfectamente cumplido por los hombres sólo en el Cielo, y no en la tierra, donde sólo se cumple imperfectamente". A este propósito, el Beato Alberto Magno comenta que, en cierto sentido, habría sido impropio de Dios dar un precepto que nunca se hubiera de cumplir perfectamente. Pero éste habría sido el caso si la Divina Madre no lo hubiera cumplido perfectamente. Dice el Santo: "O alguno cumplió este precepto, o ninguno; si alguno, debió ser la Santísima Virgen". Ricardo de San Víctor confirma esta opinión, diciendo: "La Madre de nuestro Emmanuel practicó las virtudes en su más alta perfección. ¿Quién ha cumplido como ella el primer mandamiento? Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón? En ella el amor divino era tan ardiente que ningún defecto de ningún tipo podía tener acceso a ella". "El amor divino", dice San Bernardo, "penetró y llenó de tal manera el alma de María, que ninguna parte de ella quedó intacta; de modo que amaba con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, y estaba llena de gracia." Por eso bien podía decir María: Mi Amado se ha entregado todo a mí, y yo me he entregado toda a Él: Mi amado para mí, y yo para él. - (Cant. ii., 16). "¡Ah! bien podrían incluso los Serafines", dice Ricardo, "haber descendido del Cielo para aprender, en el corazón de María, cómo amar a Dios".
     Oh María, Madre mía, que no deseas otra cosa que ver a Jesús amado, alcánzame esta gracia sobre todas las demás. No te pido bienes terrenales, ni honores, ni riquezas. Te pido lo que tu propio corazón más desea para mí. Deseo amar a mi Dios.

Meditación II:
     


Lectura espiritual:  CONFESIÓN 

V. FALSA VERGÜENZA


Meditación vespertina:  LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO  

IV. CÓMO MERECE JESUCRISTO NUESTRO AMOR POR EL AMOR QUE NOS HA DEMOSTRADO EN SU PASIÓN

Meditación I:
     El amor de Jesucristo hacia los hombres creó en Él un deseo anhelante por el momento de su muerte, cuando su amor se manifestara plenamente a ellos; por eso solía decir en vida: Tengo un bautismo con el que he de ser bautizado, y ¡cuán apurado estoy hasta que se cumpla! - (Lucas xii., 50). Tengo que ser bautizado en Mi propia Sangre; y ¡cómo me siento angustiado por el deseo de que llegue pronto la hora de Mi Pasión, porque entonces el hombre conocerá el amor que le profeso! De ahí que San Juan, hablando de aquella noche en que Jesús comenzó Su Pasión, escriba: Jesús, sabiendo que había llegado su hora, que debía pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin...".. - (Juan xiii., 1). El Redentor llamó a esa hora Su propia hora (hora ejus), porque el tiempo de su muerte era el tiempo deseado por Él, ya que era entonces cuando quería dar a los hombres la última prueba de su amor, muriendo por ellos en una Cruz, abrumado por los dolores.
     Pero, ¿qué podría haber inducido a un Dios a morir como un malhechor en una Cruz entre dos pecadores con tal insulto a Su Divina Majestad? "¿Qué hizo esto?", pregunta San Bernardo. Él responde: "Fue el amor, descuidado de su dignidad". Ah, el amor, en efecto, cuando trata de darse a conocer, no busca lo que conviene a la dignidad del amante, sino lo que servirá mejor para declararse al objeto amado. San Francisco de Paula, por lo tanto, tenía buenas razones para gritar a la vista de un Crucifijo: "¡Oh caridad! ¡Oh caridad! ¡Oh caridad! Y del mismo modo, cuando miramos a Jesús en la Cruz, todos deberíamos exclamar: ¡Oh amor! ¡Oh amor! ¡Oh amor!

Meditación II: