Meditación matutina: "YO SOY EL BUEN PASTOR" (Evangelio del domingo. Juan x., 11, 16)
Jesús dijo de sí mismo: Yo soy el buen pastor. El trabajo de un buen pastor no es más que guiar a su rebaño a buenos pastos y protegerlo de los lobos. Pero, ¿qué pastor, oh dulce Redentor, ha tenido jamás misericordia como Tú? ¿Qué pastor daría su vida por sus ovejas? Sólo Tú, porque eres un Dios de amor infinito, puedes decir: Doy mi vida por mis ovejas.
Meditación I:
Así habló Jesús de sí mismo: Yo soy el buen Pastord. - (Juan x., 11). La obra de un buen pastor no es otra que guiar a su rebaño a buenos pastos y guardarlo de los lobos; pero ¿qué pastor, oh dulce Redentor, ha tenido jamás misericordia como Tú? ¿Qué pastor ha dado jamás su vida por salvar a sus rebaños y librarlos del castigo que merecían?
El cual llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.... - (1 Pedro ii., 24). Para curarnos de nuestras enfermedades, este buen Pastor tomó sobre sí todos nuestros males, y pagó nuestras deudas en su propia persona, muriendo en agonía en una cruz. Fue este exceso de amor hacia nosotros, sus ovejas, lo que hizo que San Ignacio, el Mártir, ardiera en deseos de dar su vida por Jesucristo, diciendo: "¡Mi Amor está crucificado! ¿Qué ha querido mi Dios morir en una Cruz por mí, y no puedo yo desear morir por Él?". Y, en verdad, ¿fue grande lo que hicieron los Mártires al dar la vida por Jesucristo, cuando Él murió por amor a ellos? ¡Oh, cómo esa muerte soportada por ellos por Jesucristo hizo dulces para ellos todos sus tormentos - azotes, clavos punzantes, planchas ardientes de hierro, y las muertes más agonizantes!
Pero el amor de este Buen Pastor no se contentó con dar la vida por sus ovejas; quiso también, después de su muerte, dejarles su misma carne, sacrificada por primera vez en la Cruz, para que fuera alimento y pasto de sus almas. "El ardiente amor que nos profesaba", dice San Juan Crisóstomo, "le indujo a unirse y hacerse una sola cosa con nosotros."
Recuerda, pues, Jesús mío, que soy una de esas ovejas por las que diste la vida. Lanza sobre mí una de esas miradas de piedad con las que una vez me miraste, cuando morías en la Cruz por mí. Mírame, cámbiame y sálvame. Te has llamado el Pastor amoroso, que, al encontrar la oveja perdida, la toma con alegría y la lleva sobre sus hombros, y luego llama a sus amigos a alegrarse con Él. Te amo, mi Buen Pastor; no permitas que vuelva a separarme de Ti.
Meditación II:
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
VI. CUÁNTO DEBE AUMENTAR NUESTRA CONFIANZA EN MARÍA POR SER NUESTRA MADRE
¡Oh bienaventurados los que viven bajo la protección de una Madre tan amorosa y poderosa! El Profeta David, aunque aún no había nacido, buscó la salvación de Dios consagrándose como hijo de María, y así oró: Salva al hijo de tu sierva. - (Sal. lxxxv., 16). "¿De qué sierva?", pregunta San Agustín, y responde: "De la que dijo: He aquí la esclava del Señor." "¿Y quién -dice el Beato Cardenal Belarmino- se atreverá jamás a arrancarnos del seno de María, cuando nos hemos refugiado en él? ¿Qué poder del infierno, o qué tentación, podrá vencernos si ponemos nuestra confianza en el patrocinio de esta gran Madre, Madre de Dios y nuestra?". Hay quien dice que cuando la ballena ve a sus crías en peligro, ya sea por las tempestades o por los perseguidores, abre la boca y se las traga. Esto es precisamente lo que Novarino afirma de María: "Cuando arrecian las tempestades de las tentaciones, la compasivísima Madre de los fieles, con ternura maternal, los protege como en su propio seno hasta llevarlos al puerto de la salvación."
¡Oh Madre amantísima! ¡Oh Madre compasiva! ¡Bendita seas siempre! Y siempre bendito sea Dios, que nos la ha dado por Madre nuestra y por refugio seguro en todos los peligros de esta vida. La misma Santísima Virgen, en una visión, dirigió estas palabras a Santa Brígida: "Como una madre, al ver a su hijo en medio de las espadas de sus enemigos, pondría todo su empeño en salvarlo, así hago y haré yo por todos los pecadores que buscan mi misericordia". Así es que en todo enfrentamiento con las potencias infernales venceremos siempre ciertamente recurriendo a la Madre de Dios, que es también nuestra Madre, diciendo y repitiendo una y otra vez: "Volamos a tu patrocinio, oh santa Madre de Dios". ¡Oh, cuántas victorias no han obtenido los fieles sobre el infierno recurriendo a María con esta breve pero poderosísima oración! Así fue como la gran sierva de Dios, Sor María Crucificada, de la Orden de San Benito, venció siempre a los demonios.
Tened, pues, buen corazón todos los que sois hijos de María. Recordad que Ella acepta como hijos suyos a todos los que quieren serlo. Alegraos. ¿Por qué teméis perderos cuando una Madre así os defiende y protege? "Di, pues, oh alma mía, con gran confianza: Me alegraré y gozaré; porque cualquiera que sea el juicio que se pronuncie sobre mí, depende y debe venir de mi Hermano y Madre." "Así", dice San Buenaventura, "es que cada uno que amó a esta buena Madre, y cuenta con su protección, debe animarse a la confianza, recordando que Jesús es nuestro Hermano, y María nuestra Madre." El mismo pensamiento hace gritar de alegría a San Anselmo, y nos anima diciendo: "¡Oh feliz confianza! ¡Oh refugio seguro! ¡La Madre de Dios es mi Madre! Cuán firme debe ser, pues, nuestra confianza, ya que nuestra salvación depende del juicio de un buen Hermano y de una tierna Madre". Es, pues, nuestra Madre quien nos llama, y dice, con estas palabras del Libro de los Proverbios: El que es pequeño, que venga a mí. - (Prov. ix., 4). Los niños tienen siempre en los labios el nombre de su madre; y en todo temor, en todo peligro, gritan inmediatamente: ¡Madre! ¡Madre! ¡Ah, dulcísima María! Ah, Madre amantísima, esto es precisamente lo que deseas: que nos convirtamos en niños, y te invoquemos en todo peligro, y en todo momento recurramos a ti, porque deseas ayudarnos y salvarnos, como has salvado a todos los que han recurrido a ti.
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XII. CUÁNTO MERECE JESUCRISTO SER AMADO POR NOSOTROS A CAUSA DEL AMOR QUE NOS HA DEMOSTRADO AL INSTITUIR EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
Meditación I:
Este Sacramento de la Eucaristía, por encima de todos los demás, inflama nuestras almas con el amor divino. Dios es amor. - (1 Juan iv., 8). Y Él es un fuego que consume todos los afectos terrenales en nuestros corazones. Él es un fuego consumidor. - (Heb. xii., 29). Fue con este mismo propósito, es decir, para encender este fuego, que el Hijo de Dios vino a la tierra. He venido a arrojar fuego sobre la tierraY añadió que no deseaba otra cosa que ver encendido este fuego en nuestras almas: ¿Y qué quiero sino que se encienda? - (Lucas xii., 49). Y ¡oh, qué llamas de amor no enciende Jesucristo en el corazón de todo aquel que lo recibe devotamente en este Sacramento! Santa Catalina de Siena vio una vez la Hostia en la mano de un sacerdote como un guante de fuego; y la Santa se asombró de que los corazones de todos los hombres no estuvieran abrasados y, por decirlo así, reducidos a cenizas por semejante llama. De la cara de Santa Rosa de Lima, después de la Comunión, salían rayos tan brillantes que deslumbraban los ojos de los que la veían; y el calor de su boca era tan intenso que una mano que se acercaba a ella se quemaba. Se cuenta de San Wenceslao que con sólo visitar las iglesias donde se guardaba el Santísimo Sacramento, se inflamaba de tal ardor que su criado, que le acompañaba, no sentía el frío si, al caminar sobre la nieve, pisaba las huellas del Santo. Y San Juan Crisóstomo dice que el Santísimo Sacramento es un fuego ardiente; de modo que cuando salimos del altar exhalamos llamas de amor que nos convierten en objetos de terror para el infierno.
Oh Dios de amor, oh Amante infinito, digno de amor infinito, dime ¿qué más puedes hacer para que los hombres Te amen? No te bastó hacerte Hombre, y someterte a todas nuestras miserias; no te bastó derramar por nosotros toda Tu Sangre en tormentos, y luego morir abrumado de dolor, sobre una Cruz, destinada a los más vergonzosos malhechores. Te obligaste, por fin, a esconderte bajo las especies del pan y del vino, para convertirte en nuestro Alimento y unirte a cada uno de nosotros. Dime, repito, ¿qué más puedes hacer para hacerte amar por nosotros? ¡Ah, desgraciados seremos si no Te amamos en esta vida! Y cuando hayamos entrado en la eternidad, ¡qué remordimiento no sentiremos por no haberte amado! Jesús mío, no moriré sin amarte, y amarte mucho.
Meditación II:
Meditación matutina: LA CARIDAD SE PRACTICA CON PALABRAS
San Bernardo dice que la lengua de un detractor es una espada de tres filos. Destruye la reputación del prójimo; hiere el alma de los que escuchan la detracción; y mata el alma del detractor mismo privándole de la gracia divina. Si la serpiente muerde en silencio, no es mejor el que murmura a escondidas.. - (Ecles. x., 11).
Meditación I:
Para practicar la caridad fraterna de palabra, es preciso, ante todo, abstenerse de toda especie de detracción. El chismosodice el Espíritu Santo, mancillará su propia alma y será odiado por todos. - (Ecl. xxi., 31). Sí; será objeto de odio para Dios y para los hombres, e incluso para aquellos que por su propia diversión aplauden y alientan su lenguaje calumnioso. Incluso ellos le rehuirán; porque temen con razón que, así como en su presencia ha detraído a otros, así ante otros los calumniará. San Jerónimo dice que algunos que han renunciado a otros vicios no pueden abstenerse de esto. "Los que han abandonado otros pecados siguen cayendo en el pecado de detracción". Quiera Dios que incluso entre los consagrados a Dios no se encuentren algunos cuya lengua sea tan afilada que no puedan hablar sin herir el carácter de un prójimo. Quiera Dios que a tales personas no les suceda lo que a cierto calumniador, que, según Tomás Cantimpratensis, murió en un ataque de ira y en el acto de lacerarse la lengua con los dientes. San Bernardo habla de otro calumniador que intentó difamar el carácter de San Malaquías; su lengua se hinchó al instante y se llenó de gusanos. En este miserable estado, el infeliz murió al cabo de siete días.
Pero ¡cuán queridos son para Dios y para los hombres los que hablan bien de todos! Santa María Magdalena de Pazzi solía decir que si conociera a alguien que nunca en su vida hubiera hablado mal de un prójimo, lo haría canonizar. Ten cuidado, pues, de no pronunciar nunca una palabra que sepa a detracción. Sobre todo, manteneos en guardia contra cualquier expresión que pueda, en el más mínimo grado, dañar el carácter de vuestros Superiores. Hablando mal de ellos, destruiríais en vuestros compañeros el espíritu de obediencia, así como disminuiríais el respeto por su juicio y autoridad.
El pecado de detracción se comete, no sólo imputando a otros lo que no es verdad, exagerando sus defectos, o dando a conocer sus faltas ocultas, sino también representando sus acciones virtuosas como defectuosas, o atribuyéndolas a un mal motivo. También es detracción negar las buenas obras de los demás, o poner en duda sus derechos a la justa alabanza que se les ha concedido. Para hacer más creíbles sus calumnias, algunos comienzan con elogios y terminan con calumnias. Tal persona, dicen, tiene mucho talento, pero es orgullosa; es muy generosa, pero al mismo tiempo muy vengativa.
Ah, Dios mío, no mires mis pecados, sino a Jesús, tu Hijo, que ha sacrificado su vida por mi salvación. Por amor de Jesús, ten piedad de mí y perdona todas las ofensas que he cometido contra Ti, pero especialmente las que he cometido por mi falta de caridad hacia mi prójimo. Destruye en mí, Señor, todo lo que Te desagrada, y dame un sincero deseo de agradarte en todas las cosas.
Meditación II:
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
VII. LA GRANDEZA DEL AMOR QUE NOS TIENE ESTA MADRE
Puesto que María es nuestra Madre, podemos considerar cuán grande es el amor que nos profesa. El amor hacia nuestros hijos es un impulso necesario de la naturaleza; y Santo Tomás dice que ésta es la razón por la que la ley divina impone a los hijos la obligación de amar a sus padres, pero no da ningún mandato expreso de que los padres deban amar a sus hijos; porque la naturaleza misma lo ha implantado tan fuertemente en todas las criaturas que, como observa San Ambrosio, "sabemos que una madre se expondrá al peligro por sus hijos", e incluso las bestias más salvajes no pueden hacer otra cosa que amar a sus crías. Se dice que incluso los tigres, al oír el llanto de sus cachorros raptados por los cazadores, se lanzan al mar y nadan hasta alcanzar la embarcación en la que se encuentran. Puesto que los mismos tigres, dice nuestra amantísima Madre María, no pueden olvidar a sus crías, ¿cómo podría yo olvidarme de amaros, hijos míos? E incluso, añade, si fuera posible que una madre se olvidara de amar a su hijo, no es posible que yo deje de amar a un alma que se ha convertido en mi hijo: ¿Acaso puede una mujer olvidar a su hijo para no compadecerse del hijo de sus entrañas? Y si ella se olvida, yo no me olvidaré de ti.. - (Is. xlix., 15).
María es nuestra Madre, no, como ya hemos observado, según la carne, sino por amor: Soy la madre del bello amor - (Eccl. xxiv., 24); de ahí que sea sólo el amor que nos profesa lo que la convierte en nuestra Madre; y por eso un escritor observa que "se gloría de ser Madre de amor, porque es todo amor para con nosotros, a quienes ha adoptado por hijos". ¿Y quién puede decir el amor que María nos tiene a nosotros, miserables criaturas? Arnoldo de Chartres nos dice que "a la muerte de Jesucristo deseó con inmenso ardor morir con su Hijo, por amor a nosotros"; tanto es así, añade San Ambrosio, que mientras "su Hijo pendía de la Cruz, María se ofreció a los verdugos", para dar su vida por nosotros.
Pero consideremos la razón de este amor; porque entonces podremos comprender mejor cuánto nos ama esta buena Madre.
La primera razón del gran amor que María profesa a los hombres es el gran amor que profesa a Dios; el amor a Dios y el amor al prójimo pertenecen al mismo mandamiento, como expresa san Juan: Este mandamiento tenemos de Dios: El que ama a Dios, ame también a su hermano. - (1 Juan iv., 21); de modo que en la proporción en que uno se hace mayor, aumenta también el otro. ¡Qué no han hecho los santos por el prójimo como consecuencia de su amor a Dios! Léase solamente el relato de los trabajos de San Francisco Javier en las Indias, donde, para socorrer a las almas de estos pobres bárbaros y llevarlas a Dios, se expuso a mil peligros, trepando entre las montañas, y buscando a estas pobres criaturas en las cuevas en las que habitaban como fieras salvajes. Ved a San Francisco de Sales, que, para convertir a los herejes de la provincia de Chablais, arriesgó su vida todas las mañanas durante todo un año, arrastrándose sobre manos y rodillas por una viga helada, para poder predicarles en la orilla opuesta de un río; a San. Paulino, que se entregó como esclavo para conseguir la libertad del hijo de una pobre viuda; un san Fidel, que, para atraer a Dios a los herejes de un lugar, persistió en ir a predicarles, aunque sabía que le costaría la vida. Los Santos, pues, porque amaron mucho a Dios, hicieron mucho por el prójimo; pero ¿quién amó a Dios tanto como María? Ella le amó más en el primer instante de su existencia que todos los Santos y Ángeles le amaron o amarán jamás. La misma Santísima Virgen reveló a Sor María Crucificada que el fuego del amor con que estaba inflamada hacia Dios era tal, que si los cielos y la tierra fuesen puestos en él, se consumirían al instante; de modo que los ardores de los Serafines, en comparación con él, no eran más que frescas brisas. Y así como entre todos los espíritus bienaventurados no hay uno que ame a Dios más que María, así tampoco nosotros tenemos ni podemos tener a nadie que, después de Dios, nos ame tanto como esta amantísima Madre; y si concentramos todo el amor que las madres tienen a sus hijos, los esposos a sus esposas, todo el amor de los Ángeles y de los Santos a sus clientes, no iguala el amor de María hacia una sola alma. El Padre Nieremberg dice que el amor que todas las madres han tenido a sus hijos no es más que una sombra en comparación con el amor que María nos tiene a cada uno de nosotros; y añade que sólo Ella nos ama más que todos los Ángeles y Santos juntos.
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XIII. SOBRE LA GRAN CONFIANZA QUE DEBEMOS TENER EN EL AMOR QUE JESUCRISTO NOS HA DEMOSTRADO Y EN TODO LO QUE HA HECHO POR NOSOTROS
Meditación I:
David puso toda su esperanza de salvación en su futuro Redentor, y dijo: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Tú me has redimido, Señor, Dios de verdad.. - (Sal. xxx. 6). Pero ¡cuánto más debemos poner nuestra confianza en Jesucristo, ahora que ha venido y ha realizado la obra de la Redención! De ahí que cada uno de nosotros deba decir, y repetir una y otra vez con mayor confianza: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Tú me has redimido, Señor, Dios de verdad..
Si tenemos grandes motivos para temer la muerte eterna a causa de nuestros pecados contra Dios, tenemos por otra parte muchos más motivos para esperar la vida eterna por los méritos de Jesucristo, que son infinitamente más poderosos para nuestra salvación que nuestros pecados para nuestra condenación. Hemos pecado y hemos merecido el infierno; pero el Redentor ha venido a tomar sobre sí todas nuestras ofensas y a satisfacerlas con sus sufrimientos: Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. - (Is. liii., 4).
En el mismo momento infeliz en que pecamos, Dios ya había escrito contra nosotros la sentencia de muerte eterna; pero ¿qué ha hecho nuestro misericordioso Redentor? Borrando la escritura del decreto que había contra nosotros... la quitó de en medio, fijándola en la cruz. - (Col. ii., 14). Él anuló con su Sangre el decreto de nuestra condenación, y luego lo fijó en la Cruz, para que, cuando miremos la sentencia de nuestra condenación por los pecados que hemos cometido, podamos ver al mismo tiempo la Cruz en la que Jesucristo murió y borró esta sentencia con su Sangre, y así recobrar la esperanza del perdón y de la vida eterna.
Meditación II:
Meditación matutina: LA CARIDAD SE PRACTICA CON PALABRAS
Los sembradores de discordia son objeto de abominación a los ojos de Dios: Seis cosas hay que aborrece el Señor y la séptima la detesta su alma. . . el que siembra discordia entre hermanos.. - (Prov. vi., 16, 19). Una palabra poco caritativa que procede de la pasión puede ser excusable, pero ¿cómo puede soportar el Todopoderoso a quien siembra la discordia y perturba la paz de una comunidad? ¿Has oído una palabra contra tu prójimo? Que muera dentro de ti. - (Ecclus. xix., 10).
Meditación I:
Cuídate de no decir nunca a nadie que otro ha hablado mal de él, porque estas habladurías provocan a veces disputas y aversiones que duran mucho tiempo. ¡Oh, qué terrible es la cuenta que los chismosos deben rendir a Dios! Los sembradores de discordia son objeto de abominación a Sus ojos. Seis cosas hay que aborrece el Señor, y la séptima la detesta su alma. . . el que siembra discordia entre los hermanos.. - (Prov. vi., 16, 19). Una palabra poco caritativa que procede de la pasión puede ser excusable. Pero ¿cómo puede soportar el Todopoderoso al que siembra la discordia y perturba la paz de una comunidad? Escucha el consejo del Espíritu Santo: ¿Has oído una palabra contra tu prójimo? Que muera dentro de ti. - (Ecclus. xix., 10). Las palabras que oigas contra otro no sólo debes guardártelas para ti, sino que incluso deben morir y quedar enterradas dentro de ti. Por tanto, debes tener cuidado de no dar nunca la menor insinuación de lo que has oído. Porque una sola palabra, una inclinación de cabeza, una simple insinuación, puede llevar a otros a un conocimiento, o al menos a una sospecha, de las faltas que te fueron mencionadas.
Algunos parecen sufrir los dolores de la muerte hasta que han revelado los secretos que les han sido comunicados; como si estos secretos fueran otras tantas espinas que hieren su mismo corazón hasta que son arrancadas. Nunca se deben mencionar los defectos ocultos de los demás a nadie, excepto a los Superiores, y ni siquiera a ellos, a menos que la reparación del daño hecho a la comunidad, o el bien del que ha cometido la falta, exijan que se dé a conocer al Superior.
Además, en tu conversación debes tener cuidado de no herir nunca, ni siquiera con bromas, los sentimientos de otro. Las bromas que ofenden al prójimo se oponen a la caridad y a las palabras de Jesucristo: Todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos.. - (Mt. vii., 12). Ciertamente no te gustaría ser objeto de escarnio y de burla ante tus compañeros. Abstente, pues, de ridiculizar a los demás.
Procura también evitar en lo posible todas las disputas. A veces nimiedades dan ocasión a discusiones que acaban en disputas y en lenguaje injurioso. Hay quienes violan la caridad proponiendo, por espíritu de contradicción, ciertos temas de debate que dan lugar a disputas inútiles. No te esfuercesdice el Sabio, en un asunto que no te concierne. - (Ecclus. xi., 9).
Meditación II:
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
VIII. LA GRANDEZA DEL AMOR QUE ESTA MADRE NOS TIENE
Nuestra Madre María nos ama mucho, porque le fuimos recomendados por su amado Jesús cuando Él, antes de expirar, le dijo: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! pues todos estábamos representados en la persona de San Juan, y como ya hemos observado: éstas fueron sus últimas palabras; y las últimas recomendaciones dejadas antes de la muerte por las personas que amamos son siempre atesoradas y nunca olvidadas.
Pero, además, somos muy queridos por María a causa de los sufrimientos que le costamos. Por lo general, las madres aman más a aquellos hijos cuya conservación les ha costado más sufrimientos y angustias; nosotros somos aquellos hijos por los que María, para obtenernos la vida de la gracia, se vio obligada a soportar la amarga agonía de ofrecer ella misma a su amado Jesús a una muerte ignominiosa, y tuvo también que verle expirar ante sus propios ojos en medio de los más crueles e inauditos tormentos. Fue, pues, por esta gran ofrenda de María que nacimos a la vida de la gracia; somos, por tanto, sus hijos muy queridos, puesto que le costamos tan grandes sufrimientos. Y así, como está escrito del amor del Padre Eterno hacia los hombres, al dar a su propio Hijo a la muerte por nosotros, que Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito. - (Juan iii., 16). "Así también", dice san Buenaventura, "podemos decir de María que nos ha amado tanto como para dar por nosotros a su Hijo unigénito". ¿Y cuándo lo dio? Lo entregó, dice el P. Nieremberg, cuando le dio permiso para entregarse a la muerte; nos lo entregó cuando, omitiendo otros hacerlo, por odio o por miedo, ella misma podría haber abogado por la vida de su Hijo ante los jueces. Bien puede suponerse que las palabras de una Madre tan sabia y amorosa habrían tenido gran peso, al menos ante Pilato, y podrían haberle impedido condenar a muerte a un hombre a quien conocía y había declarado inocente. Pero no, María no quiso decir ni una palabra en favor de su Hijo, para no impedir aquella muerte de la que dependía nuestra salvación. Finalmente, nos lo entregó mil y mil veces durante las tres horas que precedieron a Su Muerte y que pasó al pie de la Cruz; porque durante todo ese tiempo ofreció incesantemente con el extremo del dolor y el extremo del amor, la vida de su Hijo en nuestro favor, y esto con tal constancia que San Anselmo y San Antonino dicen que si hubieran faltado verdugos ella misma lo habría crucificado para obedecer al Padre Eterno que quiso Su Muerte para nuestra salvación. Si Abraham tuvo tal fortaleza como para estar dispuesto a sacrificar con sus propias manos la vida de su hijo, con mucha mayor fortaleza María, mucho más santa y obediente que Abraham, habría sacrificado la vida del suyo. Pero volvamos a la consideración de la gratitud que debemos a María por un acto de amor tan grande como fue el doloroso sacrificio de la vida de su Hijo, que hizo para obtener la salvación eterna para todos nosotros. Dios recompensó abundantemente a Abrahán por el sacrificio que estuvo dispuesto a hacer de su hijo Isaac; pero nosotros, ¿qué retribución podemos hacer a María por la vida de su Jesús, un Hijo mucho más noble y amado que el hijo de Abrahán? "Este amor de María", dice San Buenaventura, "nos ha obligado ciertamente a amarla; porque vemos que ha superado a todos los demás en amor hacia nosotros, puesto que nos ha dado a su Hijo único, a quien amó más que a sí misma."
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XIV. SOBRE LA GRAN CONFIANZA QUE DEBEMOS TENER EN EL AMOR QUE JESUCRISTO NOS HA DEMOSTRADO Y EN TODO LO QUE HA HECHO POR NOSOTROS
Meditación I:
Ahora bien, si tememos, a causa de nuestra fragilidad, caer bajo los asaltos de nuestros enemigos, contra los cuales debemos hacer continuamente la guerra, he aquí lo que tenemos que hacer, como nos amonesta el Apóstol: Corramos al combate que se nos propone: mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual, proponiéndosele el gozo, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio. - (Heb. xii., 1, 2). Salgamos a la batalla con gran valor, mirando a Jesús crucificado, que desde su Cruz nos ofrece su ayuda, la victoria y la corona. En tiempos pasados caímos en pecado porque no tuvimos en cuenta las heridas y los dolores soportados por nuestro Redentor, y por eso no recurrimos a Él en busca de ayuda. Pero si para el futuro ponemos ante nuestros ojos todo lo que Él ha sufrido por amor a nosotros, y cómo siempre está dispuesto a socorrernos cuando recurramos a Él, es seguro que no seremos vencidos por nuestros enemigos. Santa Teresa decía, con su acostumbrada generosidad: "No comprendo los temores de ciertas personas que dicen: ¡El diablo, el diablo! mientras podamos decir: ¡Dios, Dios! - y haz temblar a Satanás". Por otra parte, la Santa nos asegura que si no ponemos toda nuestra confianza en Dios, de poco o nada servirán todos nuestros propios esfuerzos. "Todos nuestros esfuerzos" -son sus propias palabras- "sirven de poco si no renunciamos enteramente a toda confianza en nosotros mismos, y la ponemos toda en Dios."
¡Oh, qué dos grandes Misterios de esperanza y de amor para nosotros son la Pasión de Jesucristo y el Sacramento del Altar! - Misterios que nunca hubiéramos podido creer, si la fe no nos los hubiera asegurado. Que Dios Todopoderoso se dignara hacerse Hombre, derramar toda su Sangre y morir de dolor en una Cruz, ¿y por qué? Para pagar por nuestros pecados y obtener la salvación para nosotros, gusanos rebeldes. Y luego, Su propio Cuerpo, una vez sacrificado en la Cruz por nosotros, ¡se digna dárnoslo como alimento, para unirse totalmente a nosotros! Oh Dios, ¡cómo no deberían estos dos Misterios consumir de amor los corazones de todos los hombres! ¿Y qué pecador hay, por muy abandonado que esté, que pueda desesperar del perdón, si se arrepiente del mal que ha hecho, cuando ve a un Dios tan lleno de amor hacia los hombres y tan inclinado a hacerles el bien? De ahí que San Buenaventura, lleno de confianza, dijera: "Tendré gran confianza, esperando firmemente que Aquel que ha hecho y sufrido tanto por mi salvación no me negará nada de lo que tengo necesidad". ¿Cómo podría negarse a darme las gracias necesarias para mi salvación Quien tanto ha hecho y sufrido por salvarme?
Meditación II:
(Solemnidad de San José)
Meditación matutina: EL PATRONATO DE SAN. JOSEPH
Para comprender cuán poderosa es la intercesión de San José ante Jesucristo, basta saber lo que dice el Evangelio, y estaba sujeto a ellos. - (Lucas ii., 51). Durante treinta años, pues, el Hijo de Dios obedeció cuidadosamente a José y a María. José no tenía más que indicar su voluntad con una palabra o una señal, y era inmediatamente obedecido por Jesús. Esta humildad de Jesús al obedecer nos enseña que la dignidad de San José estaba por encima de la de todos los Santos, con excepción de la Divina Madre.
Meditación I:
Consideremos lo que dice Santa Teresa de la confianza que debemos tener en la protección de San José; dice: "Nuestro Señor parece haber concedido poder a otros Santos para ayudar en una necesidad; la experiencia prueba que este Santo nos ayuda en todas; y nuestro Señor quiere que entendamos que, como en la tierra estuvo sujeto a José, así también en el Cielo no le niega nada de lo que le pide. Así lo han experimentado otras personas a quienes aconsejé que se encomendaran a San José. Nunca conocí a nadie que le sirviera, practicando alguna devoción particular en su honor, que no progresara siempre en la virtud. Ruego a los que no crean lo que digo que lo prueben por sí mismos. No puedo comprender cómo es posible pensar en la Reina de los Ángeles, y en todos los trabajos que sufrió durante la infancia de Jesús, sin devolver las gracias a San José por todos los servicios que prestó en aquel tiempo a la Madre y al Hijo". Podemos, pues, imaginar que oímos a Nuestro Señor, cuando nos ve afligidos en medio de nuestras miserias, dirigirse a todos nosotros con las palabras con que el Faraón se dirigió a su pueblo en el tiempo del hambre en Egipto: Ir a Joseph - (Gen. xli., 55) si deseas consuelo.
Mi santo patrono, San José, te elijo, después de María, por mi principal abogado y protector. Prometo honrarte cada día con alguna devoción especial y ponerme bajo tu protección. Soy indigno de ser tu siervo; pero por el amor que tienes a Jesús y a María, acéptame como tu siervo perpetuo. Por la dulce compañía de Jesús y de María de que gozaste en vida, protégeme durante toda mi vida, para que nunca me separe de Dios perdiendo su gracia.
Meditación II:
Debemos ser especialmente devotos de San José para que el Santo nos consiga una buena muerte. Él, por haber salvado al Niño Jesús de las asechanzas de Herodes, tiene los privilegios especiales de librar a los moribundos de las asechanzas del demonio. Además, por los servicios que prestó durante tantos años a Jesús y María, habiéndoles proporcionado con su trabajo una morada y alimento, tiene el privilegio de obtener la asistencia especial de Jesús y María para sus devotos clientes en el momento de la muerte.
Mi santo protector, San José, a causa de mis pecados merezco una mala muerte; pero si tú me defiendes no me perderé. No sólo fuiste un gran amigo de mi Juez, sino también su tutor y padre adoptivo; recomiéndame a tu Jesús, que tanto te ama. Me pongo bajo tu protección; acéptame por tu siervo perpetuo. Y por la santa compañía de Jesús y de María que tuviste en la tierra, haz que nunca más me separe de su amor; y, en fin, por la asistencia de Jesús y de María, que tuviste en la muerte, haz que en mi muerte yo también tenga la asistencia especial de Jesús y de María. Virgen Santísima, por el amor que tuviste a tu santo esposo San José, ayúdame en la hora de mi muerte.
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
IX. LA GRANDEZA DEL AMOR QUE ESTA MADRE NOS TIENE
Otro motivo del amor de María hacia nosotros surge del hecho de que en nosotros ve almas que han sido compradas al precio de la muerte de Jesucristo. Si una madre supiera que un siervo ha sido rescatado por un hijo amado al precio de veinte años de prisión y sufrimiento, ¡cuánto estimaría a ese siervo sólo por eso! María sabe bien que su Hijo vino al mundo sólo para salvarnos a nosotros, pobres criaturas, como Él mismo protestó: He venido a salvar lo que estaba perdido. - (Lucas xix. 10). Y para salvarnos se complació incluso en dar la vida por nosotros: hacerse obediente hasta la muerte. - (Fil. ii., 8). Si, pues, María nos amara poco, demostraría que valoraba poco la Sangre de su propio Hijo, que fue el precio de nuestra salvación. A Santa Isabel de Hungría le fue revelado que María, desde que habitaba en el Templo, no hacía otra cosa que rezar por nosotros, suplicando que Dios apresurase la venida de su Hijo al mundo para salvarnos. Y ¡cuánto más debemos suponer que nos ama, ahora que ha visto que somos valorados hasta tal punto por su Hijo, que no desdeñó comprarnos a tal precio!
Porque todos los hombres han sido redimidos por Jesús, María los ama y los protege a todos. Fue ella a quien vio San Juan en el Apocalipsis, vestida del sol: Y apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida del sol. - (Apoc. xii., 1). Se dice que está vestida de sol porque, así como no hay nadie en la tierra que pueda ocultarse del calor del sol, tampoco hay nadie viviente que pueda privarse del amor de María. No hay nadie que pueda esconderse de su calor - (Sal. xviii., 7), es decir, como aplica las palabras el Beato Raimundo Jordano, "del amor de María". "¿Y quién -exclama San Antonino- puede formarse idea del tierno cuidado que esta amantísima Madre tiene de todos nosotros, ofreciendo y dispensando a cada uno su misericordia?" Pues nuestra buena Madre deseaba la salvación de todos y cooperaba a obtenerla. "Es evidente", dice San Bernardo, "que estaba solícita por todo el género humano". De ahí que la costumbre de algunos clientes de María, que consiste en pedir al Señor que les conceda las gracias que la Santísima Virgen procura para ellos, tenga un éxito muy ventajoso. Dicen: Señor, concédeme lo que la Santísima Virgen María pide para mí. "Y no es de extrañar", dice Cornelius à Lapide, "pues nuestra Madre desea para nosotros cosas mejores de las que nosotros mismos podemos desear". El devoto Bernardino de Bustis dice que María "ama hacernos el bien y dispensarnos gracias mucho más de lo que nosotros las recibimos." A este respecto, el Beato Alberto Magno aplica a María las palabras del Libro de la Sabiduría: Ella previene a los que la codician, de modo que primero se muestra a ellos. - (Wisd. vi., 14). María se anticipa a los que recurren a ella haciéndoles encontrarla antes de que la busquen. "El amor que esta buena Madre nos tiene es tan grande -dice Ricardo de San Lorenzo- que, en cuanto percibe nuestra necesidad, acude en nuestra ayuda. Ella viene antes de ser llamada".
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XV. SOBRE LA GRAN CONFIANZA QUE DEBEMOS TENER EN EL AMOR QUE JESUCRISTO NOS HA DEMOSTRADO Y EN TODO LO QUE HA HECHO POR NOSOTROS
Meditación I:
El Beato Juan de Ávila nos ha dejado muchos pensamientos hermosos sobre la gran confianza que debemos tener en los méritos de Jesucristo. "No olvides -dice- que Jesucristo es el Mediador entre el Eterno Padre y nosotros; y que somos amados por Él, y unidos a Él por tan fuertes lazos de amor, que nada los puede romper algún pecado mortal. La Sangre de Jesús clama y pide misericordia por nosotros; y clama tan fuerte que no se oye el ruido de nuestros pecados. La muerte de Jesucristo ha dado muerte a nuestros pecados: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! - (Oseas xiii., 14). Los que se pierden no se pierden por falta de medios de satisfacción, sino porque no se valen de los Sacramentos como medios de beneficiarse de la satisfacción hecha por Jesucristo".
"Jesús ha tomado sobre sí el asunto de remediar nuestros males, como si hubiera sido personalmente asunto suyo. De modo que ha llamado suyos nuestros pecados, aunque no los cometió, y ha pedido perdón por ellos; y con el amor más tierno ha rogado, como si orara por sí mismo, que todos los que recurrieran a Él se convirtieran en objetos de amor. Y así como buscó, así halló, porque Dios ha ordenado que Jesús y nosotros estemos tan unidos en uno, que o Él y nosotros seamos amados o Él y nosotros odiados: y puesto que Jesús no es ni puede ser odiado, del mismo modo, si permanecemos unidos por amor a Jesús, también nosotros seremos amados. Siendo Él amado por Dios, nosotros también somos amados, viendo que Jesucristo puede hacer más para hacernos amar que nosotros para hacernos odiar, puesto que el Padre Eterno ama a Jesucristo mucho más de lo que odia a los pecadores."
Dios mío, Te amo; y porque Te amo me arrepiento sobre todas las cosas de haberte ofendido. Para no perder una satisfacción pasajera, he estado dispuesto, miserable de mí, a perderte tantas veces, ¡oh Bien Infinito! Este pensamiento me atormenta más que cualquier dolor; pero me consuela pensar que tengo que ver con la bondad infinita, que no sabe despreciar a un corazón que ama de verdad. ¡Oh, si pudiera morir por Ti, que moriste por mí! Mi querido Redentor, espero confiadamente la salvación eterna en la vida venidera, y en esta vida espero la santa perseverancia en Tu amor; y por eso me propongo pedírtela siempre. Y Tú, por los méritos de tu muerte, dame perseverancia en tus oraciones. También esto te pido y espero, oh María, Reina mía.
Meditación II:
Meditación matutina: LA CARIDAD SE PRACTICA CON PALABRAS
El Padre Álvarez solía decir que la virtud es débil hasta que se prueba por el maltrato de los demás. Es por la manera en que soporta el desprecio y el insulto que un alma muestra si abunda o falla en la caridad. ¡Oh Dios mío! ¡Qué triste ver a ciertas almas, que practican la oración mental y frecuentan los Sacramentos, tan sensibles a toda falta de respeto o de atención!
Meditación I:
Consideremos cómo debe practicarse la mansedumbre.
En primer lugar, procura con todas tus fuerzas refrenar todo movimiento de ira. En segundo lugar, debes tener cuidado de abstenerte de toda palabra desagradable, y de evitar toda aspereza y altanería en los modales; porque la conducta grosera es a veces más ofensiva que el lenguaje insultante. Si alguna vez alguien te trata con desprecio, sopórtalo con paciencia por amor de Jesucristo, que por amor a ti ha soportado insultos mucho mayores. Dios mío, qué desgracia ver a ciertas almas, que practican la oración mental y frecuentan los Sacramentos, tan sensibles a cualquier falta de respeto o de atención. Sor María de la Ascensión, cada vez que recibía una afrenta, se presentaba inmediatamente ante el Santísimo Sacramento y decía: Esposo mío, te traigo este pequeño presente; te ruego que lo aceptes y perdones a la persona por quien he sido ofendida. ¿Por qué no imitas a esta santa Religiosa? Para conservar la caridad hay que sufrirlo todo. Decía el padre Álvarez que la virtud es débil hasta que se prueba por el maltrato ajeno. Es por la manera en que soporta el desprecio y el insulto que un alma muestra si abunda o falla en la caridad.
Si alguna vez alguien se dirige a ti con un lenguaje apasionado, o incluso con insultos y reproches, responde con dulzura, y su ira se aplacará al instante. Una respuesta suave quiebra la ira. - (Prov. xv., 1). San Juan Crisóstomo dice: "el fuego no se apaga con el fuego, ni la ira con la cólera". ¿Te imaginas que respondiendo con acritud a los que te hablan con ira calmarás la pasión? Al contrario, la provocarás, y violarás también la caridad. Que tu respuesta a cada palabra de ira esté llena de dulzura, y el fuego de la pasión se extinguirá al instante. Cuenta Sofronio que dos monjes, habiéndose extraviado en un viaje, entraron por casualidad en un campo en el que se acababa de sembrar. El hombre a quien se había confiado el cuidado del campo estalló en un ataque de ira y les espetó todos los epítetos de reproche. Al principio callaron, pero viendo que su silencio sólo servía para encender su ira, exclamaron: "Hermano, hemos obrado mal; por Dios, perdónanos". Esta humilde respuesta calmó su pasión y llenó su alma de dolor por su conducta. Inmediatamente pidió perdón a los monjes por su lenguaje injurioso; incluso abandonó el mundo después y se unió a ellos en el claustro.
Meditación II:
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
X. LA GRANDEZA DEL AMOR QUE ESTA MADRE NOS TIENE
Si María es tan buena con todos, incluso con los ingratos y negligentes, que la aman poco y rara vez recurren a ella, ¡cuánto más amorosa será con los que la aman y la invocan a menudo! La encuentran los que la buscan. - (Wisd. vi., 13). "¡Oh, qué fácil -dice el Beato Alberto Magno- es para los que aman a María encontrarla, y encontrarla llena de compasión y de amor!". En palabras del Libro de los Proverbios, Amo a los que me aman - (Prov. viii., 17), protesta que no puede hacer otra cosa que amar a los que la aman. Y aunque esta amantísima Señora ama a todos los hombres como a hijos, sin embargo, dice San Bernardo, "reconoce y ama", es decir, ama de un modo más especial a los que la aman con más ternura. El Beato Raimundo Jordano afirma que estos felices amantes de María no sólo son amados, sino incluso servidos por Ella; pues dice que quien encuentra a la Santísima Virgen María lo encuentra todo; porque Ella ama a quienes la aman, es más, sirve a quienes la sirven.
En el Crónicas de la Orden de Santo Domingo se cuenta que uno de los frailes llamado Leonardo solía encomendarse doscientas veces al día a esta Madre de Misericordia, y que cuando fue atacado por su última enfermedad vio a su lado a una hermosísima reina que se dirigió a él de este modo: "Leonard, ¿quieres morir y venir a morar con mi Hijo y conmigo?". "¿Y quién eres tú?", respondió él. "Yo soy", dijo la Madre de Misericordia: tantas veces me has invocado, he aquí que ahora vengo a llevarte; vayamos juntos al Paraíso." Ese mismo día murió Leonardo y, como confiamos, la siguió al reino de los bienaventurados.
"¡Ah, dulcísima María!", exclamó San Juan Berchmans, de la Compañía de Jesús, "¡bendito el que te ama! Si amo a María estoy seguro de perseverar, y obtendré de Dios cuanto desee". Por eso el devoto joven no se cansaba de renovar su propósito y de repetirse a sí mismo con frecuencia: "Amaré a María; amaré a María".
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XVI. CUÁNTO ESTAMOS OBLIGADOS A AMAR A JESUCRISTO
Meditación I:
Jesucristo, como Dios, tiene derecho a todo nuestro amor; pero con el amor que nos ha manifestado Ge ha querido ponernos, por así decirlo, en la necesidad de amarle, al menos en gratitud por todo lo que ha hecho y sufrido por nosotros. Nos ha amado mucho para que le amemos mucho. "¿Por qué nos ama Dios sino para que Él sea amado?", escribió San Bernardo. Y Moisés había dicho lo mismo: Y ahora, Israel, ¿qué pide el Señor tu Dios de ti, sino que temas al Señor tu Dios... y lo ames...?. - (Deut. x., 12). Por lo tanto, el primer mandamiento que Él nos dio fue éste: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. - (Deut. vi., 5).
Y San Pablo dice que el amor es el cumplimiento de la ley: El amor es el cumplimiento de la ley. - (Rom. xv., 10). Por "cumplir" el texto griego tiene el "abarcar la ley" - el amor abarca toda la ley. ¿Y quién, en verdad, a la vista de un Dios crucificado que muere por nuestro amor puede negarse a amarlo?
Esas espinas, esos clavos, esa cruz, esas heridas y esa sangre nos llaman y nos impulsan irresistiblemente a amar a Aquel que tanto nos ha amado. Un corazón es demasiado poco para amar a este Dios tan enamorado de nosotros.
Para corresponder al amor de Jesucristo, haría falta que otro Dios muriera por su amor. "Ah, ¿por qué", exclama San Francisco de Sales, "no nos arrojamos sobre Jesucristo para morir en la Cruz con Aquel que se complació en morir allí por amor a nosotros?". El Apóstol nos inculca claramente que Jesucristo murió por nosotros con este fin, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino únicamente para ese Dios que murió por nosotros: Cristo murió por todos, para que también los que viven no vivan ahora para sí mismos, sino para aquel que murió por ellos. - (2 Cor. v., 15).
Meditación II:
(Primer viernes de mayo)
Meditación matutina: EL CORAZÓN GENEROSO DE JESÚS
En el Corazón de Jesús recibimos todo bien, toda gracia que deseamos. Al Corazón de Jesús somos deudores de todas las gracias que hemos recibido: las gracias de la Redención, las gracias de la Vocación, de la luz, del perdón; la gracia de resistir a la tentación y de soportar con paciencia las contradicciones. El Sagrado Corazón es rico para todos los que lo invocan.
Meditación I:
Es característico de las personas de buen corazón desear hacer felices a todos, y especialmente a los más afligidos y afligidas. Pero, ¿quién puede encontrar a alguien que tenga un corazón más bondadoso que Jesucristo? Él es la Bondad infinita, y por eso tiene el deseo soberano de comunicarnos sus riquezas: Conmigo están las riquezas. . . para enriquecer a los que me aman. - (Prov. viii., 18, 21). Por eso se hizo pobre, como dice el Apóstol, para enriquecernos: Por vosotros se hizo pobre, para que vosotros os enriquecierais con su pobreza.. - (2 Cor. viii., 9). También para esto quiso permanecer con nosotros en el Santísimo Sacramento, donde permanece constantemente con las manos llenas de gracias, como vio el Padre Baltasar Álvarez, para dispensarlas a los que vienen a visitarle. Por eso también se nos da a Sí mismo en la Sagrada Comunión, dándonos a entender con ello que no puede negarnos ningún don bueno, pues incluso se nos da a Sí mismo por entero: ¿Cómo no nos ha dado también con él todas las cosas. - (Rom. viii., 32). Porque en el Corazón de Jesús recibimos todo bien, toda gracia que deseamos: En todo habéis sido enriquecidos en Cristo. . . de modo que nada os falta en ninguna gracia.. - (1 Cor. i., 5, 7).
Ah, Jesús mío, Tú no te has negado a darme Tu Sangre y Tu Vida, ¿y yo me negaré a entregarte mi miserable corazón? No, mi amadísimo Redentor, te lo ofrezco enteramente. Te doy toda mi voluntad; acéptala y dispone de ella a tu gusto. No puedo hacer nada, ni tengo nada; pero tengo este corazón que Tú me has dado, y del cual nadie puede privarme. Podrán privarme de mis bienes, de mi sangre, de mi vida, pero no de mi corazón. Con este corazón puedo amarte; con este corazón te amaré.
Te suplico, oh Dios mío, que me enseñes un perfecto olvido de mí mismo; enséñame lo que debo hacer para llegar a Tu puro amor, del cual Tú, en Tu bondad, me has inspirado el deseo. Siento en mí la determinación de complacerte; pero para poner en ejecución mi resolución, espero e imploro tu ayuda. De Ti depende, oh amoroso Corazón de Jesús, hacer enteramente Tuyo mi pobre corazón, que hasta ahora ha sido tan ingrato, y por mi propia culpa privado de Tu amor. Oh, haz que mi corazón se una enteramente al Tuyo, para que no quiera nada más que lo que Tú quieras, y que desde este día en adelante Tu santa voluntad sea la regla de todas mis acciones, de todos mis pensamientos y de todos mis deseos. Confío, oh Salvador mío, en que no me negarás tu gracia para cumplir este propósito que ahora hago postrado a tus pies, de recibir con sumisión todo lo que ordenes para mí y para mis asuntos, así en la vida como en la muerte. Bendita seas, oh Inmaculada María, que tu corazón estuvo siempre y enteramente unido al Corazón de Jesús; consígueme, oh Madre mía, que en el futuro quiera y desee lo que Jesús quiera y Tú quieras.
Meditación II:
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
XI. LA GRANDEZA DEL AMOR QUE ESTA MADRE NOS TIENE
¡Oh, cuánto supera el amor de esta buena Madre al de todos sus hijos! Que la amen cuanto quieran, María es siempre entre los amantes la más cariñosa, dice San Ignacio Mártir.
Que la amen como San Estanislao Kostka, que amaba a esta querida Madre con tanta ternura que al hablar de ella movía a todos los que le oían a amarla. Había creado nuevas palabras y nuevos títulos con los que honrar su nombre. Nunca hacía nada sin antes dirigirse a su imagen y pedirle su bendición. Cuando rezaba su Oficio, el Rosario u otras oraciones, lo hacía con las mismas muestras externas de afecto que si hubiera hablado cara a cara con María. Salve Regina Toda su alma, e incluso todo su semblante, estaban inflamados de amor. Al ser preguntado un día por un Padre de la Compañía que iba con él a visitar una imagen de la Santísima Virgen, cuánto amaba a María, "Padre -respondió-, ¿qué más puedo decir? - Ella es mi Madre". "Pero", añade el Padre, "el santo joven pronunció estas palabras con tal ternura en la voz, con tal expresión del semblante, y al mismo tiempo salía tan plenamente del semblante, y al mismo tiempo salía tan plenamente de su corazón, que ya no parecía un joven, sino un ángel hablando del amor de María."
Amémosla como la amó el Beato Hermann. Él la llamaba la esposa de su amor, pues la misma María lo honraba con este mismo título. Amémosla como san Felipe Neri, que se consolaba con sólo pensar en María, y por eso la llamaba su delicia. Amémosla como san Buenaventura, que no sólo la llamaba Señora y Madre, sino que, para manifestar la ternura de su afecto, la llamaba incluso corazón y alma: "¡Salve, Señora mía, Madre mía; más aún, corazón mío, alma mía!".
Amémosla como aquel gran enamorado de María, San Bernardo, que amaba tanto a esta dulce Madre que la llamaba "la arrebatadora de corazones"; y para expresar el ardiente amor que le profesaba, añadía: "pues ¿no has arrebatado mi corazón, oh Reina?".
Llamémosla nuestra amada, como San Bernardino de Siena, que diariamente iba a visitar un cuadro devocional de María, y allí, en tiernos coloquios con su Reina, declaraba su amor; y cuando le preguntaban adónde iba cada día, respondía que iba a visitar a su amada.
Amémosla como san Luis Gonzaga, cuyo amor a María ardía tan incesantemente que, cada vez que oía mencionar el dulce nombre de su Madre, su corazón se inflamaba al instante y su semblante se iluminaba con un fuego visible para todos.
Amemos tanto como San Francisco Solano, que, enloquecido como estaba, pero de santa locura, de amor a María, cantaba ante su imagen, y se acompañaba de un instrumento musical, diciendo que, como los amantes mundanos, daba serenatas a su dulcísima Reina.
Por último, amémosla como la han amado tantos siervos suyos que nunca pudieron hacer bastante para demostrarle su amor. El Padre Juan de Trexo, de la Compañía de Jesús, se regocijaba con el nombre de "esclavo de María", y como señal de servidumbre iba con frecuencia a visitarla a alguna iglesia dedicada en su honor. Al llegar a la iglesia derramaba abundantes lágrimas de ternura y amor a María; luego, postrado, lamía y frotaba el pavimento con la lengua y la cara, besándolo mil veces, porque era la casa de su amada Señora. El Padre Santiago Martínez, de la misma Sociedad, que, por su devoción a la Santísima Virgen en sus fiestas, fue llevado por los Ángeles al Cielo para ver cómo se guardaban allí, solía decir: "Ojalá tuviera yo los corazones de todos los Ángeles y Santos para amar a María como ellos la aman. Ojalá tuviera la vida de todos los hombres, para darla toda por su amor".
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XVII. CUÁNTO ESTAMOS OBLIGADOS A AMAR A JESUCRISTO
Meditación I:
Con este fin, instituyó el sacramento de la Sagrada Eucaristía el día anterior a su muerte, y nos dio el mandato de que, cuantas veces nos alimentáramos con su santísima carne, tuviéramos presente su muerte: Tomad y comed; esto es mi cuerpo. . . Haced esto en conmemoración mía. . . Porque todas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz, la muerte del Señor manifestaréis hasta que él venga.... - (1 Cor. xi., 24, 26). Por eso reza la santa Iglesia: "Oh Dios, que bajo este admirable Sacramento nos has dejado un memorial de tu Pasión", etc. Y también canta: "Oh sagrado Banquete, en el que Cristo es tomado, se renueva la memoria de su Pasión", etc. De aquí se deduce cuán gratos a Jesucristo son los que piensan frecuentemente en su Pasión, pues con este mismo fin se dejó en el Santísimo Sacramento sobre nuestros Altares, para que llevemos en continuo y agradecido recuerdo todo lo que padeció por nosotros, y por este medio aumentemos cada vez más nuestro amor hacia Él. San Francisco de Sales llamó al Monte Calvario "la montaña de los amantes". Es imposible recordar ese monte y no amar a Jesucristo, que murió allí por amor a nosotros.
Meditación II:
Meditación matutina: LA CASTIDAD DE MARÍA
"De todos los combates en que estamos empeñados", dice San Agustín, "los más severos son los de la castidad: sus batallas son diarias, pero la victoria rara". Pero ¡alabado sea siempre Dios, que en María ha dado un gran ejemplo de esta virtud! Y ¡cuán poderoso es el nombre de María para vencer todas las tentaciones contra la santa pureza!
Meditación I:
Desde la caída de Adán, rebelándose los sentidos contra la razón, la castidad es, de todas las virtudes, la más difícil de practicar. San Agustín dice: "De todos los combates en que estamos empeñados, los más severos son los de la castidad; sus batallas son diarias, pero la victoria rara". Pero ¡alabado sea siempre Dios, que en María nos ha dado un gran ejemplo de esta virtud!
"Con razón", dice el Beato Alberto Magno, "se llama a María la Virgen de las vírgenes; porque ella, sin consejo ni ejemplo de otros, fue la primera en ofrecer su virginidad a Dios." Así llevó a Dios a todas las vírgenes que la imitaron, como ya había predicho David: Después de ella serán llevadas las vírgenes . . . al templo del Rey. - (Sal. xliv. 15). Sin consejo y sin ejemplo. Sí; pues dice San Bernardo: "Oh Virgen, ¿quién te enseñó a agradar a Dios con la virginidad, y a llevar en la tierra una vida de ángel?". "Ah", responde San Sofronio, "Dios eligió por Madre a esta Virgen purísima, para que fuera ejemplo de castidad para todos". Por eso San Ambrosio llama a María "la abanderada de la virginidad".
En razón de su pureza, la Santísima Virgen también fue declarada por el Espíritu Santo bella como la tórtola: Tus mejillas son bellas como las de la tórtola. - (Cant. i., 9). "María", dice Aponio, "era una tórtola purísima". Por la misma razón se la llamaba también azucena: Como el lirio entre las espinas, así es mi amor entre las hijas. - (Cant. ii., 2). Sobre este pasaje, Denis el Cartujo comenta que "María fue comparada con un lirio entre espinas, porque todas las demás vírgenes eran espinas, para sí mismas o para los demás; pero que la Santísima Virgen no lo era ni para sí misma ni para los demás", porque inspiraba pensamientos castos a todos los que la miraban. Esto lo confirma Santo Tomás, quien dice que la belleza de la Santísima Virgen era un incentivo para la castidad en todos los que la contemplaban. San Jerónimo declaró que era su opinión que San José permaneció virgen al vivir con María; pues, escribiendo contra el hereje Helvidio, que negaba la virginidad de María, dice: "tú dices que María no permaneció virgen. Yo digo que no sólo ella permaneció virgen, sino que incluso José conservó su virginidad a través de María."
El Beato Juan de Ávila dice que "muchos que fueron tentados contra la pureza se conservaron castos por la devoción a nuestra Santísima Señora." Oh, ¡cuán especialmente poderoso es el nombre de María para vencer todas las tentaciones de impureza! Oh purísima María, líbrame de ella. Haz que en todas mis tentaciones recurra siempre a ti y te invoque mientras dure la tentación.
Meditación II:
Lectura espiritual: ¡SALVE REGINA, MATER MISERICORDIAE! ¡SALVE, SANTA REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
XII. LA GRANDEZA DEL AMOR QUE NOS TIENE ESTA MADRE
Oh, que todos llegasen a amar a María como lo hizo Carlos, el hijo de Santa Brígida, quien dijo que nada en el mundo lo consolaba tanto como el saber que María era tan grandemente amada por Dios. Y añadió que soportaría de buen grado cualquier tormento antes que permitir que María perdiera el más mínimo grado de su gloria, si tal cosa fuera posible; y que si su gloria fuera suya, renunciaría a ella en su favor, por ser mucho más digna de ella.
Deseemos, además, dar la vida como testimonio de nuestro amor a María, como deseó hacer San Alonso Rodríguez. Amémosla como aquellos que llegaron a grabar el amado nombre de María en sus pechos con instrumentos afilados, como hicieron Francisco Binanzio y Radagundis, esposa del rey Clothaire; o como aquellos que pudieron imprimir este amado nombre en su carne con hierros candentes para que permaneciera más nítido y duradero, como hicieron sus devotos siervos Bautista Archinto y Agustín d'Espinosa, ambos de la Compañía de Jesús, impulsados a ello por la vehemencia de su amor.
Hagamos, en fin, o deseemos hacer, todo lo que puede hacer un enamorado que pretende dar a conocer su afecto a la persona amada. Pues ten por seguro que los amantes de María nunca podrán igualarla en el amor. "Sé, Señora mía", dice San Pedro Damián, "que eres amantísima y que nos amas con un amor invencible". Sé, Señora mía, que entre los amantes eres la que más ama, y que nos amas con un amor que jamás podrá ser superado.
San Alonso Rodríguez, de la Compañía de Jesús, una vez postrado ante una imagen de María, sintió su corazón inflamado de amor hacia esta Santísima Virgen, y prorrumpió en la siguiente exclamación: "Madre mía amadísima, sé que me amas, pero no me amas tanto como yo te amo". María, como ofendida en el punto del amor, replicó inmediatamente del mago: "¿Qué dices, Alonso, qué dices? ¡Oh, cuánto mayor es el amor que yo te tengo que el que tú me puedas tener! Sabed que la distancia entre el Cielo y la tierra no es tan grande como la distancia entre vuestro amor y el mío".
San Buenaventura, pues, tenía razón al exclamar: Bienaventurados los que tienen la dicha de ser fieles servidores y amantes de esta amantísima Madre. "Bienaventurados los corazones de los que aman a María; bienaventurados los que le son tiernamente devotos". Sí; porque "en esta lucha nuestra graciosísima Reina nunca permite que sus clientes la conquisten en el amor. Ella devuelve nuestro amor y homenaje, y siempre aumenta sus favores pasados con otros nuevos". María, imitando en esto a nuestro amantísimo Redentor Jesucristo, devuelve a los que la aman su amor doblado en beneficios y favores.
Entonces exclamaré, con el enamorado San Anselmo: "¡Que mi corazón languidezca y mi alma se derrita y se consuma en vuestro amor, oh mi amado Salvador Jesús, y mi querida Madre María! Pero, como sin vuestra gracia no puedo amaros, concededme, oh Jesús y María, conceded a mi alma, por vuestros méritos y no por los míos, la gracia de amaros como merecéis ser amados. Oh Dios, Amante de los hombres, Tú pudiste amar a los culpables hasta la muerte. ¿Y puedes negar Tu amor y el de Tu Madre a los que te lo piden?".
Meditación vespertina: LA PRÁCTICA DEL AMOR DE JESUCRISTO
XVIII. CUÁNTO ESTAMOS OBLIGADOS A AMAR A JESUCRISTO
Meditación I:
"El amor es una gran cosa", dice San Bernardo. Grande y precioso es el amor. Salomón, hablando de la sabiduría divina, que es la santa Caridad, la llamó tesoro infinito; porque quien posee la Caridad se hace partícipe de la amistad de Dios: Porque ella es un tesoro infinito para los hombres, que los que lo usan se convierten en amigos de Dios. - (Wisd. vii., 14). El doctor angélico Santo Tomás dice que la Caridad no sólo es la reina de todas las virtudes, sino que allí donde reina arrastra consigo, como en su tren, a todas las demás virtudes, y las dirige a todas para que nos unan más estrechamente con Dios; pero la Caridad es propiamente lo que nos une con Dios. Como nos dice San Bernardo: "La caridad es una virtud que nos une a Dios". Y, en efecto, está una y otra vez significado en las Sagradas Escrituras que Dios ama a quien le ama: Amo a los que me aman. - (Prov. viii., 17). Si alguno me ama... mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada con él. - (Juan xiv., 23). El que permanece en la caridad, permanece en Dios, y Dios en él.. - (1 Juan iv., 16). He aquí la hermosa unión que produce la Caridad; une el alma con Dios. Además, el amor da fuerza para practicarlo y sufrirlo todo por Dios: El amor es fuerte como la muerte. - (Cant. viii., 6). San Agustín escribe: "Nada hay tan duro que no pueda ser subyugado por el fuego del amor". Por eso dice el Santo que donde se ama, o no se siente el trabajo, o, si se siente, se ama el trabajo mismo: "En lo que se ama, o no hay trabajo, o el trabajo es amado".
Meditación II: